Con la llegada de la democracia el país explotó como el champán. Tras cuatro décadas de dictadura, mojigatería y puritanismo, España se destapó. Las salas de cine, los escenarios y las pantallas de televisión se llenaron de humoristas chabacanos, arrabaleros y ordinarios que asentaron sus chistes en referencias sexuales, casi siempre machistas, insultantes y soeces. El destape, como el champán, perdió interés a la misma velocidad que ascendió, pero entre tanto humor cortoplacista, sobresalió un hombre serio, enjuto, refugiado tras una barba descuidada y unas gafas oscuras, un hombre con pinta de enterrador que con un atrezzo tan simple como un cigarro, un vaso de güisqui y un taburete se metió al país en el bolsillo. “¿Saben aquel que diu…?” Eugenio desarrolló un estilo muy particular que divertía a toda la familia, un estilo en el que no cabía ni la política, ni el sexo.
Eugenio Jofra Bafalluy, simplemente Eugenio, se convirtió en uno de los cómicos más populares de España durante finales de los años 70 y en las décadas de los 80 y 90. Pero como las buenas comedias, detrás de ese poderoso acento catalán, detrás de tanta risas se escondía un hombre vencido por la pena y la tristeza, un hombre que fue incapaz de superar la muerte de su primera mujer, Conchita Alcaide, un hombre al que el éxito alteró de tal manera que dilapidó su fortuna a la misma velocidad que la ganó.
detrás de tanta risas se escondía un hombre vencido por la pena y la tristeza
Llega las salas de cine Eugenio, un documental dirigido por Xavier Baig y Jordi Rovira que retrata el éxito y la caída en desgracia de uno de los humoristas españoles más populares de los primeros años de la Democracia. El documental pulula por la cara oculta del humorista a través de testimonios de familiares y amigos, a través de material televisivo y del archivo familiar del artista desde sus comienzos hasta poco antes de su muerte prematura.
En ocho capítulos, los directores transitan por las diferentes etapas de la vida y obra del humorista nacido el 11 de octubre de 1941 en el seno de una familia humilde, cuya infancia transcurrió en la calle Marina de Barcelona bajo el ala de una madre sobreprotectora y las críticas y reproches de un padre que nunca aceptó los pésimos resultados académicos de su hijo. “No harás nada en esta vida”, le censuraba. Eugenio soñaba con ser joyero y estudió dibujo artístico. Su marcado carácter creativo no buscaba dinero sino el placer de engendrar algo propio. Conoció a su primera mujer cuando estaba a punto de casarse, dejó a una novia en el altar el día que escuchó su dulce voz. “Ella lo hizo como hombre y artista”, desvela su hijo Gerard Jofra en el documental.
Eugenio y Conchita formaron el grupo Els Dos con el que intentaron participar en el Festival de Eurovisión. “Mi madre le enseñó cuál era su medicina y la medicina de mi padre era subir a un escenario”, explica Gerard. Enseguida, Conchita se percató de la vis cómica de su pareja. Era capaz de contar los chistes como si estuviera en un funeral, sin inmutarse. Sus silencios, el tono marcadamente nasal, el tempo y los pocos gestos arrancaban las carcajadas de público allá donde iba.
Ella fue la que se emperró en grabar sus chistes en una cinta de cassette (algo que ya ni existe y las nuevas generaciones se preguntarán qué es). “Si no funciona las regalamos a la familia en Navidad”, dijo ella. En la época en la que la música que petaba se compraba en las gasolineras, Eugenio vendió 350.000 copias. Eugenio se hizo famoso a nivel nacional.
La noche le equivocó. Las fiestas y la juerga pudieron con él, al tiempo que Conchita, la descubridora del comediante, se quedaba al cuidado de sus dos hijos pequeños. “Compaginar ese éxito con la familia era imposible”, confiesa Gerard. Con tan sólo 14 años el primogénito se convirtió en asistente de su padre. El éxito transmutó la estabilidad matrimonial y un cáncer de pecho le robó la vida antes de tiempo a la vital Conchita. Ella sufrió la enfermedad en soledad, puesto que Eugenio, acobardado y dominado por el miedo, fue absolutamente incapaz de apoyar a su mujer.
Eugenio se quedó viudo el 11 de mayo de 1980. Tenía 38 años. Ese día murió una parte del hombre, el humorista que sobrevivió intentó compensar la pena con un cúmulo de actuaciones y apariciones en televisión.
Llegó a cobrar medio millón de pesetas por gala, era el hombre de moda que se subía al escenario para enmudecer su realidad. “El humor tiene que salir de momentos trágicos”, confesó en una ocasión. Entre tanta vorágine, conoció a Conchi Ruiz, una joven con la que compartió aquel esplendor económico y con la que tuvo un hijo en 1986.
A pesar de haber rehecho su vida, Eugenio se dejó fagocitar por una depresión. Su apego a la bebida, a las mujeres y a las amistades poco recomendables le alejaron cada vez más de su familia. La cocaína entró en su vida y su carácter cambió. Él, que había renegado de las drogas en una época en la que media España se drogaba, al final sucumbió a sus efluvios. Superó un cáncer, pero no quiso escuchar ni a su cuerpo ni a sus médicos que le recomendaba que echara el freno. Eugenio prefirió continuar con un tren de vida colérico, pero se ausentó de los escenarios y se dejó seducir por el esoterismo y la pintura.
Ahogado por las deudas, años después intentó retomar su carrera, para entonces ya había perdido la chispa, la memoria y la fluidez en el verbo.
Eugenio murió de pena. Se le rompió el corazón el 11 de marzo de 2001, cuando cayó desplomado mientas bailaba en el piano bar Oliver y Hardy de Barcelona. Horas antes había ido a conocer a su primera nieta y a despedirse de su hijo al que le confesó que ya no quería seguir viviendo. “Mi padre vivió un drama que intentó enmascarar haciendo reír a los demás”, concluye muy afectado su hijo Gerard.
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