El 29 de enero de 1946 las fotografías de Francisco Boix se proyectaron sobre la pantalla del Palacio de Justicia de Núremberg mientras el fiscal francés Dubost interrogaba al fotógrafo de Mauthausen. “Juro hablar sin odio ni miedo para decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad”. El joven subió al estrado, declaró al Tribunal que se llamaba François Boix y que era refugiado español. Mientras se proyectaban las imágenes del genocidio, Dubost le pidió que explicara lo que estaban viendo.
“Esta es la escena de un austriaco que había escapado. Era carpintero en el garaje, logró hacer una caja en la que se escondió y salió del campamento. Un tiempo después fue recapturado. Lo pusieron en la carretilla en la que llevaban los cadáveres al crematorio. Había algunos carteles que decían en alemán: Alle Vogel sind schon da, que significa Todos los pájaros han vuelto. Fue sentenciado y luego desfiló frente a 10.000 deportados al son de la música de una banda gitana que interpretaba J'attendrai. Cuando fue ahorcado, su cuerpo se balanceaba en el viento mientras sonaba Bill Black Polka".
Casi 80 años después de ser apresado, Mario Casas se mete en la piel de Francisco Boix en El fotógrafo de Mauthausen. La película de Mar Targanora, que se estrena el próximo 26 de octubre, narra las atrocidades que soportaron los más de 7.000 prisioneros españoles que pasaron por el campo de concentración nazi de Austria desde 1940 hasta el final de la II Guerra Mundial. "Muchos de nuestros antepasados estuvieron esos campos de concentración y no podemos olvidarlo. Les debemos el respeto de lo que hicieron por nosotros”, afirma Mario Casas.
Muchos de nuestros antepasados estuvieron esos campos de concentración y no podemos olvidarlo"
Nacido en Barcelona en 1920, pronto se dejó seducir por la fotografía, concretamente por el reportaje gráfico, un veneno que llevaba en la sangre gracias a la Leica, la cámara con la que soñaban, y todavía sueñan, los fotógrafos tras su presentación en sociedad en 1925. Con 14 años Boix empezó como ayudante en un laboratorio, a los 16 ya publicaba sus fotos en revistas y a los 17 pidió ir al frente como reportero. El final de la Guerra Civil le pilló en Francia en un campo de refugiados.
Cuando estalló la contienda mundial, Boix se incorporó al Quinto Ejército de los Vosgos. “Fui tomado prisionero en la noche del 20 al 21 de junio de 1940 y me trasladaron a Mulhouse. Sabiendo que éramos republicanos españoles y antifascistas, nos ubicaron entre los judíos como miembros de un orden inferior de la humanidad (Untermensch). Estuvimos como prisioneros de guerra durante seis meses y luego nos enteramos de que el ministro de Relaciones Exteriores había tenido una entrevista con Hitler para discutir la cuestión de los extranjeros y otros asuntos. Escuchamos que los alemanes habían preguntado qué hacían con los prisioneros de guerra españoles que habían servido en el ejército francés”, declaró Boix en el Juicio de Núremberg.
Serrano Suñer, en nombre del Gobierno de Francisco Franco, replicó que no existían españoles más allá de las fronteras españolas. Así, Francisco Boix llegó a Mauthausen el 27 de enero de 1941, se le tatuó el número 5.185, se le clasificó con el triángulo azul de los apátridas y fue reclutado para el laboratorio fotográfico del campo. “Me mandaron a Mauthausen para trabajar en la rama de identificación del campamento. Se hacían fotografías de todo lo que sucedía en el campamento y se enviaban al Alto Mando en Berlín”, confesó.
En Mauthausen el centro de la vida, incluso de la muerte, era la cantera de granito en la que trabajaban todos los prisioneros hasta su fallecimiento por extenuación o porque sobraban y los nazis les obligaban a subir de 100 en 100 para luego despeñarlos sin piedad.
Obsesionado con desvelar al mundo aquellas atrocidades, Boix organizó la salida clandestina casi 20.000 negativos
“Nadie creerá lo que pasa aquí si no lo ve”. Obsesionado con desvelar al mundo las atrocidades que se estaban haciendo en Mauthausen, Boix organizó, junto a otros prisioneros, la salida clandestina casi 20.000 negativos de las imágenes tomadas por los fotógrafos de las SS. Unas instantáneas que sirvieron de prueba en los juicios de Núremberg contra la jerarquía del III Reich.
En el Fotógrafo de Mauthausen, Mar Targanora pulula por este episodio de la II Guerra Mundial con sensibilidad, elegancia y maestría. Aprovechando los escenarios creados para El niño del pijama de rayas, Targanora acompaña al espectador al centro de la crueldad y la barbarie nazi. Un maduro y desmejorado Mario Casas, que se aleja del pasado y de su rol de galán para reivindicarse como actor, figurantes sobresalientes y secundarios de lujo forman un conjunto creíble y homogéneo. Sencillamente brutal la reducida aparición de Macarena Gómez como prisionera obligada a prostituirse. Si la película peca de algo es de excesivo aseo. Los rostros afeitados y con falta de mugre de los presos, según en qué secuencias, exigen del público cierto esfuerzo mental.
Mar Targanora inició el proyecto de El fotógrafo de Mauthausen hace más de cuatro años. Para ello, se aprendió todos los documentales que cayeron entre sus manos y se leyó libros como los de Carlos Hernández o Benito Bermejo, libros que le han convencido de que ha pasado el tiempo suficiente para contar historias como ésta. Crónicas que en su momento se intentaron ocultar, como por ejemplo el hecho de que en Mauthausen no hubo mujeres obligadas a prostituirse.
"En el mismo Mauthausen no hay ninguna placa que diga que hubo mujeres obligadas a prostituirse, y quizás no hubo ninguna placa por que aquellas mujeres, cuando acabo la guerra, dijeron: que se olvide todo. Sin embargo ahora ha pasado el suficiente tiempo como para decir: esto pasó. Y ahora quizás sí que tendrían que poner esa placa", explica la directora.
Era un tipo carismático que se ganaba a los nazis con una sonrisa mientras les robaba la cartera”
Confiesa Casas que aunque no sabía nada de la historia de Francisco Boix, en cuanto escarbó en ella le enganchó. Sostiene que lo fácil hubiera sido caer en el drama y le parece que lo mejor de la película es cómo refleja la capacidad de resiliencia de Boix. “Era un tipo carismático que se ganaba a los nazis con una sonrisa mientras les robaba la cartera”.
Para meterse en la piel de Boix, Mario Casas se ha dejado 22 kilos en el camino. Un esfuerzo que le ha convertido en un verdadero adicto a los Donettes. “Es lo peor que me ha pasado en la vida. Fueron semanas a dieta y eso te genera ansiedad. No me valía con estar delgado, quería más. Fue algo bastante enfermizo, pero creo que he conseguido reflejar el hambre y el miedo”.
Cuando Boix regresó del infierno, trabajó en París para varios medios, pero los sufrimientos de Mauthausen habían minado su salud. Murió el 4 de julio de 1951, sólo tenía 30 años. Una vida demasiado breve en el tiempo, pero tan intensa y obstinada que contribuyó a condenar al nazismo.
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