Martinis, peinados que desafían la gravedad, céspedes perfectamente cortados… El Nadador (1968) es una mirilla con filtro crítico incorporado a la alta sociedad estadounidense de finales de los sesenta, uno de los momentos más álgidos del capitalismo, justo antes de que las protestas por la Guerra de Vietnam y el Mayo del 68.

El protagonista es Ned Merrill (Burt Lancaster), un hombre que se presenta encantado de conocerse, pletórico y bronceado al reencontrarse con unos amigos y antiguos vecinos, los Westerhazy.

Tras probar su piscina y defender los ejercicios acuáticos como el mejor método contra la resaca, observa que todas las viviendas del valle de Connecticut en el que se encuentran tienen piscinas. Embriagado por el azul del agua, decide ir de piscina en piscina hasta llegar a su propia casa.

Ante ese cauce artificial que el protagonista describe como "un río" al que bautiza como su mujer, Lucinda, emprende una aventura cada vez le obsesionará más. La película no contó con un set propio, sino que los inmuebles que aparecen eran reales, algo que abarató costes... pero ralentizó el proceso.

Con la caída del sol se oscurece todo: en cada casa le reciben peor que en la anterior y las hirientes reacciones de los involuntarios huéspedes hacen que aparezca la sombra de la inseguridad en el rostro del pobre Ned.

Así, lo que parecía alguien que se acercaba bastante a todo lo que una sociedad tradicional espera de un hombre, se va desdibujando con maestría no a través de sí mismo, sino de las miradas que le dedican quienes le conocen de un pasado que él asegura no recordar.

Colaboran con este cambio de perfil también comentarios como "conmigo no tienes que fingir", "suerte que no nos ha pedido dinero", "sus hijas tienen problemas con la ley" y otros tantos pidiéndole que salde sus deudas.

Pese a algunos instantes luminosos como cuando enseña a nadar al pequeño Kevin —tal y como lo tuvo que hacer el propio Lancaster para el rodaje, pues le daba miedo el agua y se tuvo que apoyar en el entrenador olímpico Bob Horn— se trata de un largometraje sobre la miseria humana, por ejemplo, por lo que muestra de la relación del protagonista con el alcohol y las mujeres.

Una de ellas, Julie (Janet Landgard), se une a su camino impulsado porque, cuando era más pequeña y canguro de las hijas del nadador, quien le gustaba. Sin embargo, termina huyendo despavorida después de que este, que le dobla la edad, intente cumplir las fantasías de su infancia.

La parte de Julie cuenta con varios de los momentos visuales más distintivos, destacando algunos contrapicados extremos, roturas de la cuarta pared y dobles exposiciones que dan pistas de lo despegado que está Ned de la realidad.

La fotografía estuvo a cargo de David L. Quaid, mientras que el inquietante sonido es culpa de Marvin Hamlisch, que debutó con esta película una carrera cinematográfica en la que figuran también El golpe o La espía que me amó.

Hamlisch consiguió el trabajo después de que Spiegel, dueño de la productora Horizon Pictures, lo contratara para tocar el piano en una de sus legendarias fiestas del estilo de las que aparecen en la propia película. Con el tiempo, el protagonista pasa de celebrar la vida a preguntarse en qué momento se torció todo sin entender de dónde vienen las deudas que le reclaman, que sus hijas ya no pasen el tiempo jugando a tenis en el jardín y que su mujer, Lucinda, no le espere en casa al final de una travesía que a veces parece el retorno a casa de Ulises.

Dirigieron la película Frank Perry al principio y Sidney Pollack después. Según Joan Rivers, una de las secundarias de la película, Burt Lancaster y Frank Perry tuvieron varias confrontaciones en el set y este último fue despedido por Sam Spiegel, productor de la película, después de la proyección del primer corte de la misma.

Cambio de director y de actriz

El sucesor de Frank y amigo de Frank, Sidney Pollack, repitió algunas transiciones. También se dice que rehizo una de las escenas más intensas de El Nadador, esa en la que se reencuentra con su examante Shirley Abbott, cambiando a la actriz, que pasó de ser Barbara Loden a Janice Rule.

Por su parte, Lancaster ha contado en alguna ocasión que aportó 10.000 dólares de su bolsillo para subsanar un día más de rodaje que consideraba imprescindible ante el pasotismo del productor. Curiosamente, estos conflictos de intereses detrás del Hollywood de los sesenta parecen una extensión del propio filme, que cuestiona la vida perfecta yanqui y el sueño americano.

Esto no se ve solo en el desarrollo del protagonista, sino en que los diálogos de quienes viven en el valle están vertebrados por la ostentación y la mentira. Las particularidades de esa jet set se hacen aún más evidentes cuando Ned acaba en una piscina pública atestada de gente en la que ni siquiera puede nadar.

Esa forma de destripar las clases altas y poner el foco en su decadencia se vio después en otras películas como American Beauty, Revolutionary Road, Don't Worry Darling, Far from Heaven, en la serie Mad Men o en la novela Muerte de un viajante. Pero la idea de El Nadador no es original de los creadores de esta película, sino que se basa en un cuento homónimo de John Cheever, entre los autores más destacables de la literatura norteamericana del siglo XX.

¿Un reflejo de John Cheever?

Comparable como cuentista a Raymond Carver o Alice Munro, se le apodó El Chéjov de los suburbios por su habilidad para retratar la clase media estadounidense posterior a la Segunda Guerra Mundial sin pasar por alto conceptos como la depresión o las pulsiones sexuales y con excéntricos protagonistas como los de Parecía un paraíso.

El propio escritor sufrió depresión, alcoholismo e inseguridades durante toda su vida, aspectos que marcaron tanto su obra como su identidad de escritor taciturno. Admiraba a escritores como Ernest Hemingway o Francis Scott Fitzgerald y tuvo que ocultar su atracción por los hombres, en especial por los estudiantes.