Después de casi dos décadas sin dirigir películas —la última fue Camarón y ganó tres Goya— Jaime Chávarri (Madrid, 1943) vuelve a las andadas. Y lo hace con La manzana de oro, una comedia negra de enredos que adapta la novela Ávidas Pretensiones de Fernando Aramburu.
Su trama tiene lugar en unas jornadas poéticas celebradas en un convento gallego en las que pronto surgen los miedos y las inseguridades propias de los artistas entre sospechas de plagio, el despertar de amores tardíos y la batalla por aparecer en una futura antología poética.
En el extenso reparto del largometraje brillan especialmente Sergi López y Elena Seijo. En La manzana de oro se mezclan constantemente distintas generaciones, la ternura y la ironía, el humor y la poesía.
Es el último fruto de una larga y variada carrera que empezó con Run, Blancanieves, run (1967), aunque su primera película comercial fue Los viajes escolares (1973). Trabajó también como director artístico de Víctor Erice en El espíritu de la colmena y en Ana y los lobos, de Carlos Saura.
De su larga colaboración con el productor Elías Querejeta destaca su icónico documental sobre la familia Panero, El desencanto (1976), así como A un dios desconocido o Dedicatoria, en la que el protagonista encarna a un periodista que ha de entrevistar a un preso.
La manzana de oro no es su primera incursión en las adaptaciones literarias. Ya lo hizo con varias obras de Llorenç Villalonga (Bearn), Fernando Fernán Gómez (Las bicicletas son para el verano) y Pablo Sorozábal (Tierno verano de lujurias y azoteas), producidas por Alfredo Matas.
Chávarri rodó también las dos entregas de Las cosas del querer, películas musicales protagonizadas por Ángela Molina y Manuel Bandera. Como director teatral, su trabajo incluye montajes como Salomé de Oscar Wilde. Aprovechando el estreno de La manzana de oro, conversamos con Chávarri sobre la poesía de su cine, la censura y todo lo que ha cambiado desde que comenzara a rodar en Super 8 allá por los sesenta.
Pregunta.- ¿Cuál es su primer recuerdo asociado al cine?
Respuesta.- Creo que fue una película de Lola Flores en el cine Salamanca de la calle Torrijos de Madrid. Debió de ser a finales de los cuarenta, por lo que yo tendría unos seis años. Pero esto no me influyó profesionalmente, a diferencia del cine americano. Durante mi juventud, consideré secundario el cine español porque se parecía mucho a lo que me rodeaba. Me daba más fantasía el americano y sus realidades distintas, las mujeres pelirrojas del tecnicolor… me aportaban la poesía que faltaba en una posguerra gris que no era nada alegre, aunque yo era un privilegiado.
P.- ¿Y qué hay de la actualidad? ¿Alguna película nacional que haya disfrutado recientemente?
R.- Muchas españolas y recientes me han marcado. Me gustaron muchísimo, por ejemplo, Verano del 92, As Bestas y Cinco Lobitos. Es un milagro. En el cine español cada año se hacen tres o cuatro películas estupendas. Se está enriqueciendo mucho, hay mejores directores y también está la aportación de las chicas. Yo doy clase, la docencia es mi segunda vocación, aunque es tan importante como la primera. Allí veo cómo el número de alumnas para dirección crece cada año y muchas son las mejores de la clase. Veo las películas hechas por mujeres y, cuando no son demasiado propagandísticas, favorecen mucho la riqueza del cine.
P.- Ya que forma a los noveles, ¿hacia dónde va el cine?
R.- Pienso que el cine no tiene que ir a ningún lado. Cuanto más personal es, más interesante. No intento enseñar nada a mis alumnos, sino favorecer ese lado al que desean ir individualmente. No hay buenos maestros, sino buenos alumnos. La capacidad de aprender es mucho más importante que la cultura, la educación es lo que te permite entenderla y sin entenderla solo hay datos.
"En mi juventud me encantaba el cine americano, me aportaba la fantasía que me faltaba en la posguerra"
P.- Llevaba sin dirigir casi 20 años, desde Camarón. ¿Por qué vuelve con La manzana de oro?
R.- Por el tema de la película. Durante este tiempo no he echado de menos el cine, porque he hecho algo de teatro y he dado clases, algo que me satisface muchísimo. No había pensado en volver, pero había escrito un guion que tenía que ver con este mundo literario y vi la oportunidad de hacer algo muy parecido a esa espina que se me había quedado clavada porque no lo había hecho, así que no pude negarme. Todos los protagonistas son poetas o tienen alguna relación con la poesía y se reúnen en un pazo para luchar por un premio, la manzana de oro. Esto me da una oportunidad estupenda para hablar de algo que interesa a todos los artistas o a todos los que hacemos algo que tenga que ver con la comunicación, que es preguntarnos hasta qué punto valemos para lo que estamos haciendo. Pueden ganar el premio, pero esto también les hace preguntarse si significa que sean buenos.
P.- Marta Nieto, Sergi López y Adrián Lastra. ¿Por qué estos protagonistas?
R.- Para mí hay una cuarta protagonista, Vicky Peña, que interpreta un papel que no aparecía en la novela. Parte de la película ha tenido un casting muy difícil, pero también había actores para los que estaban escritos los papeles que en cuanto leyeron el guion les dijeron que sí. Generalmente no tienes la suerte de contar con los actores que quieres, pero en esta película pasa con tres o cuatro que no me hicieron ninguna pregunta durante el rodaje porque encajaban perfectamente con sus papeles.
P.- ¿Qué otras licencias se ha tomado respecto a la novela de Fernando Aramburu?
R.- Fue apasionante incluir algunos personajes jóvenes que no estaban en la novela. No es tan normal meter a chicos de 20 años en un mundo de poetas. El libro se centra en una generación concreta, pero aquí hay desde un viejo poeta que cumple 100 años hasta un rapero de 18, aparecen dos chicas que son poetas de internet y novias… ha sido apasionante. Era difícil escribir un guion en el que se entrelazaran las distintas edades sin mezclarse, pero creo que al final se ha conseguido, sobre todo gracias a los actores.
P.- El desencanto, Las bicicletas son para el verano… ¿Por qué hay tantos poetas en sus películas?
R.- La aparición de la poesía es totalmente involuntaria, yo no soy un hombre poético, no leo poesía habitualmente. Sin embargo, cuando iba a hacer esta película por encargo, como casi todo lo que hago, empecé a darme cuenta de que la poesía es lo primero que inventa el ser humano para expresar algo que no sea "quiero comer", "quiero follar" o "quiero beber agua". Fuera de la comunicación primaria, es una de las primeras manifestaciones de las personas para comunicarse. La Ilíada, por ejemplo, era todo poesía y se entendía, se consigue expresar algo que de manera realista no sería tan fácil.
P.- ¿Qué le ha enseñado el teatro?
R.- El teatro le ha aportado mucho más a mis películas que el cine a mi teatro. El teatro es un enorme plano secuencia, porque no puedes añadir ritmo en el montaje, tienes que establecerlo en el momento. Hice teatro después de haber hecho tres películas y me enseñó la importancia de la dirección de actores, pero también los conceptos de espacio y de tiempo como continuidad para no cortar a los actores, sino que desarrollen los personajes y observar cómo se mueven en el escenario.
P.- Hace cines desde finales de los sesenta. ¿Qué queda de esa época?
R.- La esencia, que es contar historias que tienen que ver con personas. El problema con el cine ahora es que pasan muchas cosas y a la vez no le pasa nada a nadie, que creo que es lo interesante. La manzana de oro es una película muy pequeña de una serie de personajes a los que solamente conocemos durante tres días. Intentamos que les pasen cosas, que no se vayan igual que llegan a las jornadas poéticas sino que haya una metamorfosis en ellos. También disfruté mucho de incorporar tropos continuamente: hay metáforas que pasan a ser realidad y el proceso inverso. Teníamos el truco de autodestruir las figuras retóricas, porque si no resultaba pedante y los personajes irían volando, cuando quería que fuesen personas normales como tú y como yo.
P.-Dijo recientemente que le apetece mucho hacer terror. ¿En qué quedó eso?
R.- Lo primero que hice de terror fue La danza, episodio de Pastel de sangre. Parece ser que no me salió nada mal, pero me encantaría hacer una película de la serie Historias para no dormir de Chicho Ibáñez Serrador.
P.- ¿No tiene ningún proyecto relacionado?
R.- No. He tenido la suerte de vivir en la época de oro de los productores, siempre he trabajado por encargo. Nunca he escrito nada de terror, espero que alguien me llame para hacer algo y entonces seguro que se me ocurre, pero yo soy un director de productores. Para creer en un proyecto necesito que un productor lo haga. No tengo autoestima para creer que una cosa que a mí me interesa puede salir adelante. Los productores que me llamaban han ido muriendo y, como yo no acostumbro a tener proyectos, decidí seguir con las clases.
P.- Antes recordaba la edad de oro de los productores. ¿A qué se refiere? ¿Cree que ahora faltan nombres con más sensibilidad artística o de autor?
R.- Siempre ha habido productores muy buenos y productores muy malos o a los que yo llamo ausentes, que no se sabe qué hacen ni dónde están. Hay productores que te engañan y hay productores que producen muy bien, todo un abanico. Lo más importante es que te lo dejen claro, que pongan las cartas sobre la mesa. Tengo una relación mala con el cine de autor, aunque hay alguno que es maravilloso, que es el de la gente que no pretendía hacerlo. Pero también es cierto que en el cine de autor están los mayores coñazos que se han hecho en la historia del cine. Y en la historia del cine comercial hay películas que pasan a las antologías, como muchos western. Me dicen que El desencanto es cine de autor, pero no, es un encargo. Es un concepto que no encajo muy bien, creo que sirve para los críticos, pero que no tiene nada que ver con el cine, aunque existe la autoría como consecuencia de tu trabajo, pero no algo que se pretenda.
P.- ¿Y los directores? ¿Los nuevos lo tienen más difícil que antes?
R.- Mi suerte ha sido tan absolutamente tremenda que es muy difícil hablar por los demás, porque sé que muchos compañeros con más talento o el mismo que yo no lo han tenido tan fácil. Pero hay una ventaja y es que cualquiera ahora puede presentar un trabajo, cosa que antes no pasaba a no ser que tuvieras algo en 35 milímetros. Cualquier cosa vale, yo he hecho un corto con el teléfono. También es importante que prácticamente haya desaparecido la taquilla. Con esto todo se vuelve muy volátil, es más difícil saber si una película funciona.
"En el cine de autor están los mayores coñazos que se han hecho"
P.- Aquí en su casa vemos libros por todas partes. ¿Qué autores lee más?
R.- Para mí, todo empieza con la literatura. Además doy clases de análisis de texto, con lo cual el lenguaje está siempre en las clases. Dejo que los alumnos elijan la obra que vamos a analizar y curiosamente todos los años cogen a Shakespeare. No soy nada religioso, pero la Biblia me la he leído cuatro veces de arriba abajo, lo mismo que el Quijote. De literatura moderna me quedé en Thomas Bernhard. Lo he intentado con los franceses, pero no recupero esa sensación que tenía de joven cuando leía una novela y me marcaba, aunque hace poco leí una que estaba muy bien, Vatio, sobre el conductor de Antonio Vega.
P.- ¿Es imprescindible leer para hacer cine?
R.- No, me parece que es imprescindible para entender lo que es la palabra y el lenguaje. Si crees que el lenguaje es lo que utilizas para quedar con el iPhone, no vas a llegar a ningún sitio. Hay una cosa en la película que me gusta y es que continuamente están haciendo citas de grandes autores, pero que valen para el momento concreto que están viviendo en los personajes, no vuelan. Cuando hablamos en prosa, hablamos de poesía por defecto, está mucho más presente de lo que cree la gente. Muchos técnicos de la película empezaron a escribir cosas, aunque les daba vergüenza porque la poesía es algo muy íntimo y emocional.
P.- ¿Cómo valora los recientes episodios de censura en algunos ayuntamientos?
R.- Lo que no puede hacer la gente es no saber lo que va a ver. No hay disculpa para salir escandalizado. Si tienes interés en lo que vas a ver, te enteras un poco, aunque luego hay cosas que ya no puedes controlar. A lo mejor el ama de casa no se escandaliza nada de ver a dos chicas besándose y de repente un político decide que se tiene que escandalizar. Es parte de su manipulación crear el escándalo. Creo que falta un estudio fundamental sobre qué cosas funcionan porque están de moda en política y no porque políticamente tengan un valor real. Me pilla mayor, pero si no lo haría yo mismo. La gente se busca paraguas, habla de lo que está en primera página como coartada para sentir que es importante lo que dicen.
P.- ¿La clave sería reflexionar sobre lo que repercute directamente en nuestro día a día?
R.- Sí, pero tampoco. Puedes escribir sobre eso, pero no hacer que la gente piense en ello, estaríamos cayendo en el totalitarismo, no puedes obligar a nadie a hacer algo concreto, no me vale. Es la libertad de conocimiento, de la mirada, ver lo que quieras y, si te choca, reflexionar y plantearte algo por primera vez. Eso es crecer y eso es educar.
P.- ¿Usted ha tenido alguna línea roja en el cine?
R.- Sí, pero eso no quiere decir que me moleste que lo hagan los demás. Yo no lo haría, pero quiero el derecho para que los demás hagan lo que quieran y también para que quien lo lea pueda decir "esto es una mierda". Son derechos paralelos. La vida molesta y duele, no se puede prescindir de eso, no se puede jugar a que eso no existe.
P.-Ha hecho todo tipo de géneros cinematográficos. ¿Cuál disfruta más?
R.- A mí lo que me ha gustado siempre ha sido cambiar. Yo no quería hacer cine, yo quería hacer películas. Veía películas del oeste, comedias musicales, películas de gangsters... y de repente me daba cuenta de que muchas películas que me gustaban eran del mismo director y no tenían nada que ver unas con otras. Quería eso, no quería ser el Ingmar Bergman español. Me encanta hacer películas del oeste, un musical, una copla... dejar que la vida te vaya dando las películas que vas haciendo, tener un sentido más relajado y juguetón de de la profesión, que es muy bonita y te permite reírte de ti mismo de una manera maravillosa.
"Nunca quise ser el Ingmar Bergman español"
P.- ¿Qué contemporáneos le han marcado más?
R.- Con los recientes es difícil jugar, porque no sabes si te han dejado marca. Yo te puedo hablar de gente de los cincuenta o los sesenta con películas que me gustan muchísimo, pero hay otras posteriores que no me gustan nada. También influye el momento en el que las ves. El cine francés de ahora no me gusta, pero me encantaban Jacques Renard o Robert Bresson. Al cine le pasa una cosa terrible que es que desaparece la taquilla. Hay gente que se esfuerza en volver a ganar la taquilla y eso eso es imposible, como volver al cine hecho en 35 milímetros o al mudo, no tiene sentido.
P.- ¿Por qué no ha habido #MeToo en España?
R.- Las mujeres me interesan muchísimo y he sido muy feminista siempre, pero soy consciente de la división del feminismo, de que cada uno tiene un lado, de que hay opiniones muy diversas y de que lo contrario sería algo a lo que había que tener muchísimo miedo. No quiero tener miedo al feminismo, me niego. Esa sensación de que están a la zarpada para ver qué dice cada uno sobre el tema me parece espantosa. El #MeToo tiene sentido, sobre todo, en la medida en que se trata de que un señor o señora no vuelva a repetir lo que ha hecho y no perjudique a nadie más.
P.-El día 1 estrena su nueva película. Y después, ¿qué?
R.- Quiero seguir con las clases si me lo permiten, que son fundamentales y son lo que me ha permitido estar en contacto con la gente joven durante los últimos 50 años. Lo que me gusta es el contacto, llegar a clase, que me hablen de películas nuevas que yo no he visto... y si no me buscaré la vida. También me interesa mucho mi vida personal, que es muy tranquila.
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