"Sin temor ni esperanza", esa es la clave para un buen envejecimiento, o al menos así lo es para el personaje de Max Roca (Mario Pardo) en Cerrar los ojos, la última y esperada película de Víctor Erice (Valle de Carranza, 1940). Y en estos términos es como elige tratar el paso del tiempo el veterano cineasta en un ambicioso filme sobre todo aquello que dejamos atrás en ese azaroso recorrido que es el camino de la vida.
Julio Arenas (José Coronado) es un conocido actor que tiene que afrontar el fin de sus días de vino y rosas, un auténtico dandi de vida maldita que de la noche a la mañana desaparece sin dejar rastro, justo en el momento en el que estaba grabando la última película de su mejor amigo, Miguel Garay (Manolo Solo). La mirada del adiós, que es como se iba a titular el film, termina siendo un proyecto condenado a una eterna inconclusión y sus protagonistas se esfuman en la niebla del tiempo. Treinta años después, un programa de televisión desempolva esta historia y contacta con Garay para encontrar alguna respuesta al misterio sin resolver de la desaparición de su amigo.
Paralelamente al programa, ese director que lleva más de tres décadas viviendo un retiro voluntario recupera el interés por la historia y lleva a cabo sus propias investigaciones. Es entonces cuando la película se convierte en una sucesión de largos diálogos, reflexiones sobre la identidad y la memoria, removiendo entre los restos de un tiempo que nunca más volverá.
El relato bien podría ser la coartada perfecta para hacer del suspense el hilo conductor. Sin embargo, Cerrar los ojos se preocupa más por retratar un recorrido por los caminos de la memoria, en el que algunos se pierden y otros no llevan a ninguna parte, construyendo entre todos un esbozo más o menos detallado del interior de sus personajes. Esta disyuntiva provoca que el filme transcurra con un ritmo lento, preocupado por marcar esa diferencia entre la ficción y la realidad que simboliza el cine.
Cerrar los ojos tiene todos los ingredientes para ser una gran película: un gusto estético muy cuidado, un guion escrito con pausa y conciencia, preocupado por abordar de forma sencilla los grandes temas existenciales, y un gran elenco que, aparte de los ya citados, incluye talentos de la gran pantalla como Ana Torrent, Josep María Pou, María León, Helena Miquel o Soledad Villamil. Sin embargo, el resultado puede acabar siendo algo decepcionante si tenemos en cuenta las expectativas con las que se esperaba el regreso de Víctor Erice a los cines, treinta años después de El sol del membrillo (1992).
Todo el mundo esperaba con ansia el último trabajo de ese cineasta que se se ganó la categoría de artista de culto con películas como El espíritu de la colmena (1973) o El sur (1984). La mirada de Erice siempre ha sido ejemplo de otro tipo de sensibilidad, sutil y profunda, poética y evidente. No es esto lo que se muestra en las cerca de tres horas de duración de la cinta, o por lo menos durante gran parte de ella.
El estático equilibrio emocional que se mantiene prácticamente intacto durante toda la película termina haciendo que el fondo del filme resulte algo anodino. Pues, aunque la intención inicial sea la de evitar un sentimentalismo vacío, en ningún momento la emoción amenaza con desbordarse y, cuando parece terminar haciéndolo, en esa escena final cargada de intención, el tono general de la película ya ha ahogado la empatía necesaria para alcanzar una conexión real.
Es cierto que las continuas autorreferencias al imaginario de su filmografía, la alusión explícita a aquella película que no pudo hacer, El embrujo de Shangai, y la añoranza por un cine que ya no existe, hacen de esta película una delicia para todos aquellos fieles de Erice que han visto cómo se cierra un capítulo importante de su carrera. Pero este laberinto meta que es Cerrar los ojos está lejos de alcanzar la consideración de obra maestra.
La película, al igual que sus protagonistas, trata de vivir del pasado, y mira hacia el futuro, como bien indica Max, sin temor ni esperanza. Y en ese horizonte en el que no podemos permitirnos sentir inquietud ni anhelo, es difícil encontrar un mensaje realmente potente, porque aunque el final abierto de Cerrar los ojos juegue a imaginar el milagro, la película ya ha dicho todo lo contrario.
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