"Yo sigo sintiendo cosas, Eduardo, aunque seamos viejos y tú me veas como un florero", le dice Maricruz (Kiti Mánver) a su marido (Pepe Quero) en una desgarradora escena de Mamacruz, que llega este viernes a los cines. Se trata de la segunda película de la venezolana Patricia Ortega, quien como directora, guionista y productora ejecutiva ha realizado multitud de cortometrajes y documentales.
Tras mostrar la realidad de una persona intersexual en Yo, imposible, su primera película, la cineasta regresa a la gran pantalla con una reivindicación del deseo sexual en la tercera edad y de la autonomía de las mujeres más allá de los cuidados de sus seres queridos o la administración del hogar.
La tierna y atrevida película, de 84 minutos de duración, ha recibido ya el premio al Mejor Largometraje de Ficción en el Festival de cine de Nashville (USA) y tuvo su estreno nacional en la Semana Internacional de Cine de Valladolid, dentro de la Sección Oficial fuera de concurso.
Además, Mánver ha sido galardonada en el certamen con la Espiga de Honor por una carrera tras las cámaras que la ha convertido en uno de los rostros más habituales en la escena audiovisual española, destacando su papel en Todo por la pasta de Enrique Urbizu, por el que ganó un Goya a Mejor actriz de reparto en 1992 o, más recientemente, El inconveniente, que vio la luz en 2021 y por la que fue nominada a mejor actriz protagonista.
Ha participado en unos 40 largometrajes con directores como Pedro Almodóvar, Gerardo Vera, José Luis García Sánchez, Álex de la Iglesia, José Luis Garci, Iciar Bollaín y Marina Seresesky, entre otros muchos. En teatro, ha trabajado a las órdenes de directores como José Tamayo, John Strasberg, Miguel Narros, Pilar Miró o Juan Carlos Rubio.
El Independiente habla con la directora y con la protagonista de Mamacruz sobre el tabú del sexo en la vejez, los recursos visuales de la película o la influencia de la Iglesia en el ámbito privado.
Pregunta.- ¿De dónde viene la idea de hacer esta película?
Patricia Ortega.- Es difícil decir si a uno se le ocurre la idea o la idea lo busca, yo siento que a mí esta historia me ha buscado desde hace mucho tiempo, porque nació con una un suceso inesperado, que fue encontrar una foto de mi mamá desnuda. A partir de ahí, se desataron conversaciones con ella y reflexiones que me llevaron a empezar a escribir y en ese proceso de escritura empezó a salir el personaje, que se fue nutriendo de otras experiencias y creciendo. El mismo proceso migratorio e intercultural que tuve que vivir me hizo ver la película desde la necesidad de hablar desde un punto de vista íntimo con el que yo me pudiese comunicar sin importar las fronteras y para hablar de algo muy íntimo, pero en un código universal. Me aferré mucho a mi mamá, a mi abuela, a las experiencias con mis amigas, a todas esas discusiones sobre cómo nos sentíamos atrapadas entre el deber ser y lo que queríamos ser. Yo pensaba, '¿pero por qué razón el cuerpo femenino siempre es representado de la misma forma?' y todo eso está en la película, pero fue un proceso que fue evolucionando poquito a poco y que fui descubriendo en cada versión de guion, en el rodaje, cuando Kiti llegó y hasta en la postproducción. Mamacruz es un personaje que ha estado vivo desde el principio, pidiéndome cosas y yo he tenido que estar muy atenta para entender lo que necesitaba para llegar a esta película.
Pregunta.- ¿Por qué prevalece ese tabú del deseo en la vejez si en teoría cada vez hay más aperturismo con el sexo?
Patricia Ortega.- Sí, hay apertura pero con la boca hacia fuera. La educación sexual en las familias es otra cosa, sigue habiendo ese estigma sobre cómo tiene que ser una abuela, y no la asociamos nunca con el erotismo. Parece que la abuela cocina, ayuda con los hijos, enseña, es la sabiduría… pero también puede ver porno, masturbarse, tener un novio y tener relaciones sexuales. El tabú está relacionado con los edadismos y con entender que el cuerpo, después de cierta edad, ya no es sujeto de sexualidad, sino que se reduce a que estás ahí para el cuidado y para los demás. Se ha avanzado en muchas cosas, pero ahí seguimos en la prehistoria. Si las mujeres dicen 'no, yo también quiero vivir', se desmorona el sistema. Y si las abuelas se quitan el moño y dicen 'hasta aquí', también.
Kiti Mánver.- La mujer sigue siendo sinónimo de cuidados. Estos empiezan desde que somos muy pequeños y siguen con los novios, con los maridos, con los hijos y con los nietos. También con los cuidados de la casa, con administrar el dinero, ahorrar… así, vas poniendo tapones en tu vida, la interna, la de verdad, e interesa que siga siendo así.
Pregunta.- Mamacruz ilustra la culpabilidad que inocula la Iglesia en las mujeres por su deseo sexual. ¿La religión tiene tanto poder sobre la intimidad en la actualidad?
Patricia Ortega.- Sí, y no solo la católica, aunque sea la más poderosa. Pasa con toda religiosidad asociada a los roles sociales, pasando por el matrimonio y por todo aquello que se nos impone. Yo soy venezolana y allí no tenemos una iglesia católica tan presente como acá, pero la culpa y el deber están presentes incluso en gente no practicante, porque está en la educación, en la idiosincrasia, en aquello a lo que estamos acostumbrados. Hay una generación luchando por deconstruir esto, pero ese deber sigue dictando si lo que hacemos es aceptable o no.
Kiti Mánver.- La Iglesia tiene mucho que ver y además siempre ha estado unida al poder, para mí son lo mismo. Son ellos quienes dictan una manera de comportarse, que eso es lo más terrorífico que puede pasar. Al poder le interesa seguir así, mantener a la mujer calladita y haciendo lo que tiene que hacer. Además, como nosotras somos naturalmente más solidarias, ellos van poniendo normas y parece que no es posible ser una madre estupenda y desarrollarte a la vez, tiene que ser una cosa o la otra, porque si no empiezan a ponerte epítetos e insultos.
Al principio de la película, los tonos son fríos y la ropa de Maricruz se mimetiza con las paredes
Pregunta.- ¿Por qué hay tantos espejos en la película?
Patricia Ortega.- Era muy importante para mí. Es un territorio en el que muchas veces vemos reflejado lo obvio, lo que está fuera, pero no lo que realmente tenemos que mirar. Kiti y yo trabajamos dentro de la gestualidad para que no se mirase. De hecho, ella lo utiliza para taparse. Solamente se mira una vez y es cuando se pone un camisón concreto, pero no mira su reflejo, sino cómo consigue reencontrarse consigo misma. También es importante verla junto a su esposo delante del espejo, porque para mí es reflejo de muchos matrimonios desde el punto de vista del patriarcado como una institución impuesta. Es un doble juego, simboliza también que todos podemos vernos en esas escenas.
Pregunta.- También es llamativo el cambio en la paleta de colores cuando Maricruz empieza en el taller sexual.
Patricia Ortega.- Es un arco dramático. Al principio, la pared de la casa es del mismo color que su bata, las dos cosas están hechas con el mismo estampado para que se mimeticen los colores. Pero, cuando se asoma la pulsión sexual, aparecen también los contrastes, la calidez de la luz, el color y las texturas; porque empiezan las contradicciones y los movimientos, que para mí son la vida.
Pregunta.- Kiti, hace películas desde los setenta y hace unos días, cuando recibió la Espiga de Honor, reclamó más papeles para las mujeres mayores. ¿Cómo ha evolucionado la situación estos años?
Kiti Mánver.- Se están dando pasitos, yo misma he tenido dos en los últimos años y además protagonista, soy afortunada. El feminismo está poquito a poco calando, nuestro productor [Olmo Figueredo González-Quevedo] tiene mucho de feminista porque piensa en sus hijas, pero queda mucho camino por hacer en la medida que la mujer vaya teniendo una presencia igual que el hombre en el audiovisual. Cima [Asociación de mujeres cineastas y de medios audiovisuales] está haciendo un trabajo muy bueno, no hay más que ver las películas dirigidas por mujeres que hay este año, algo que inevitablemente irá a más. Lo mismo ocurre con los personajes de mujeres... de mujeres viejas, que a mí la palabra no me asusta.
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