En los libros de historia, casi siempre acaban pesando más las desgracias que las proezas, una cruel forma de recordar nuestro pasado en función de las guerras, las catástrofes y sus penosas consecuencias. Sin embargo, hasta en los momentos más oscuros se pueden encontrar destellos de humanidad. Uno de estos ejemplos a los que agarrarnos es la historia de sir Nicholas Winton, un filántropo inglés de origen judío que ideó un sistema en pleno auge del nazismo en Europa para salvar a 669 niños.
Su gesta, prácticamente desconocida hasta finales de los 80, ve ahora la luz en los cines con el estreno de Los niños de Winton, dirigida por James Hawes y protagonizada por Anthony Hopkins y Elena Bonham Carter. La película toma como punto de partida el libro Una vida. Los niños de Winton, escrito por su hija Barbara Winton, para perpetuar el legado de su padre.
Hijo de una pareja de judíos alemanes que se mudaron a Londres, Winton trabajaba como agente de bolsa en la capital inglesa cuando en el Viejo Continente el auge de Hitler empezaba a dar miedo. A los 29 años, en 1938 un amigo le invitó, durante sus vacaciones de invierno, a que se reuniese con él en Praga. Allí pudo ser testigo de cómo vivían algunas familias de origen hebreo en los primeros guetos de refugiados tras la invasión de los Sudetes. Viendo las condiciones infrahumanas a las que el nazismo había relegado a miles de personas, Winton comenzó a idear un plan para salvar a la mayor cantidad de niños de la amenaza nazi.
Sabiendo cuáles eran sus intenciones, muchas familias acudieron a él para encomendarle el porvenir de sus hijos ante la reciente invasión. Fue entonces cuando decidió montar una oficina improvisada en la habitación del hotel en el que se hospedaba para atender la avalancha de peticiones. A su vuelta a las islas, Winton creó el Comité Británico para los Refugiados de Checoslovaquia, Sección para Niños, compuesto por él, su madre Barbara, su secretaria y unos cuantos voluntarios.
Tras su creación, este Comité se encargó de hacer frente al problema más acuciante para llevar a cabo su plan, la financiación. Aparte de pagar lo costes del viaje en tren de los niños desde Checoslovaquia hasta el país de acogida, necesitaban encontrar a personas que aceptaran hacerse cargo de estos chicos y pagar además las 50 libras que exigía el gobierno británico por cada niño para costear su futura vuelta a casa.
Winton se promulgó publicando anuncios en prensa, y pidiendo ayuda en iglesias y sinagogas. Gracias a la generosa respuesta del pueblo londinense, en unas semanas, centenares de familias aceptaron acoger a los niños y aportaron el dinero necesario para iniciar los transportes. El primero de ellos se efectuó el 14 de marzo de 1939 en avión y en los meses posteriores se organizaron otros siete transportes, todos por tren. El último tuvo lugar el 2 de agosto, en el que viajaron los últimos de un total de 669. El noveno tren, en el que iban a viajar otros 250 niños, tenía que salir de Praga el 1 de septiembre de 1939, pero ese mismo día Alemania invadió Polonia y cerró las fronteras, cortando el flujo de refugiados y condenando así a los más de 15.000 niños que murieron asesinados en Checoslovaquia durante la Segunda Guerra Mundial.
El acto desinteresado de Winton lo fue hasta tal punto que su historia permaneció en el olvido durante 50 años, cuando en 1988 su mujer Greta encontró en un viejo maletín de cuero escondido en el desván de casa, la lista con los nombres y fotos de los niños y algunas cartas de sus padres. El descubrimiento de su secreto obligó a que Winton confesara de dónde salía todo aquello. A través de Greta, aquel relato llego a Elisabeth Maxwell, historiadora especializada en el Holocausto nazi y esposa del propietario del Daily Mirror, Robert Maxwell.
La historia de Winton acabó en la portada de su periódico y poco después la BBC, en el programa de Esther Rantzen, organizó una especie de encuentro en directo entre 'Nicky' (como era habitualmente conocido) y algunos de los niños que salvó.
Se estima que más de 6.000 personas están vivas hoy en día gracias a sus esfuerzos durante aquellos aciagos días, una hazaña que le ha valido el apodo del 'Schindler británico'. Fallecido en 2015 tras haber recibido multitud de condecoraciones, entre ellas la de Miembro del Imperio Británico por la reina Isabel II en 2003, Nicholas Winton creía que aprender historia sólo valía la pena si conducía a una acción positiva en el presente, por eso su legado puede ser una inspiración para muchos a dedicar su tiempo a los necesitados.
Una de las cartas que publicó en los medios para animar al público a ayudar a salvar a los niños refugiados en 1939 decía: "Hay una diferencia entre la bondad pasiva y la bondad activa que es, en mi opinión, la entrega del propio tiempo y energía para aliviar el dolor y el sufrimiento. Implica salir, encontrar y ayudar a los que sufren y están en peligro, y no limitarse a llevar una vida ejemplar de forma puramente pasiva, sin hacer el mal".
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