Cuando se habla de la nouvelle vague, surgida en Francia a finales de los 50 y principios de los 60, a uno se le vienen nombres a la cabeza como Godard, Truffaut, Rohmer o Rivette. Sin embargo, en los últimos tiempos, siguiendo esta estela de nombres ilustres, está tomando cada vez más importancia el de Agnès Varda.
Dicen que el tiempo es el mejor filtro para reconocer a los verdaderos clásicos. En el caso de la cineasta francesa, su figura no ha hecho más que engrandecerse con el paso de este. Si en un principio, la que fue "la abuela de la nouvelle vague", pudo estar eclipsada por el gran éxito de sus compañeros masculinos, hoy en día Varda se ha convertido, más que nunca, en un referente indispensable para la historia del séptimo arte.
Precisamente con la intención de reivindicar su valioso legado cinematográfico, se ha presentado para este verano un ciclo inédito en España que proyectará 15 largometrajes y 15 cortometrajes en salas de todo el país. Desde los Golem en Madrid (del 5 al 31 de julio), hasta la Filmoteca de Cataluña en Barcelona (del 19 de julio al 6 de septiembre), pasando por Valladolid, Valencia, Lleida, Vigo o Santiago de Compostela, entre otras. Además, coincidiendo con el ciclo, el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) presenta la exposición Agnès Varda. Fotografiar, filmar, reciclar.
Precursora de la 'nouvelle vague'
Aquella generación de jóvenes dispuestos a mezclar ficción y documental, experimentar con las formas y explorar una nueva expresividad, consiguieron cambiar para siempre la forma de hacer y entender el cine. Y la primera en marcar las pautas fue Agnès Varda. En un principio, comenzó poniendo su particular mirada al servicio de la fotografía, disciplina que nunca abandonó y en la que desarrolló un obstinado interés por el retrato y el autorretrato, fijándose tanto en los demás como en sí misma.
Al contrario de lo que ocurría con la mayoría de sus compañeros generacionales, la experiencia cinematográfica de la cineasta era prácticamente inexistente cuando se atrevió a filmar su primera película, La Pointe Courte (1954), con apenas 26 años.
"Simplemente no veía películas cuando era joven", dijo en una entrevista en 2009. "Era tonta e ingenua. Aunque quizá no habría hecho películas si hubiera visto muchas otras; quizá eso me hubiese detenido". Fue esa capacidad para dejar a un lado sus complejos la que convirtió aquel primer filme en una especie de anticipo de lo que terminó siendo la nouvelle vague. En ella se podía ver ese acercamiento entre la ficción y el documental, la representación fugaz de la relaciones cotidianas y un cuidado gusto por la composición estética.
Esa inocencia primitiva permitió que su estilo naciera libre y la curiosidad innata con la que miraba el mundo favoreció su gran capacidad experimental durante toda su carrera. Sus compañeros de la nouvelle vague realmente la admiraban, y con ellos compartió afinidad artística e intelectual, de hecho se casó con el también director Jacques Demy, con quien compartió su vida hasta su muerte por culpa del sida en 1990.
Feminista, libre y comprometida
Consciente de su condición como mujer en un mundo de hombres, nunca dejó que aquello se convirtiera en un impedimento para su creatividad. Por eso, construyó una carrera basada en la independencia económica y artística en la que ella pudiera tener control sobre todo el proceso de creación.
El feminismo y su compromiso con aquellos a los que la sociedad ha querido marginar es innegable a lo largo de toda su trayectoria. Así lo demuestran películas como Una canta, otra no (1977), su largometraje más abiertamente comprometido con la lucha por los derechos de las mujeres; o Black Panthers (1968), donde Varda documentó el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, incluyendo una entrevista con el líder encarcelado de las Panteras Negras, Huey Newton. También participó activamente en revoluciones sociales como el Mayo del 68 francés y firmó en 1971 el "Manifiesto de las 343" para la legalización del aborto en Francia.
"No me atrae filmar a las personas poderosas. Me interesan mucho más los rebeldes, la gente que lucha por su propia vida. Hay algo muy emocionante en la gente normal. Tienen verdadera belleza y siento que necesitan luz. Necesitan ser vistos. Necesitan ser escuchados", dijo en una entrevista al recibir el Oscar honorífico.
Sin embargo, si hoy en día es un referente para todas las mujeres, más allá de sus manifestaciones públicas e ideológicas, es principalmente por su ejemplo como artista y profesional. El feminismo de Varda se manifiesta, sobre todo, en su empeño por mantenerse siempre independiente, a través de su productora Ciné-Tamaris. "Me he pasado la vida entera buscando dinero. Nunca nadie me ha dicho: '¿Quieres hacer una película?'", afirmaba la propia Varda a su paso por el festival de San Sebastián para presentar Caras y lugares, financiada precisamente a través de un crowdfounding y la ayuda del MoMA de Nueva York (que compró una copia para archivo antes de que empezase el rodaje), que consiguió gracias a su hija.
"Intento mantener un cierto nivel de calidad en mis películas. No hago anuncios, no hago películas preparadas por otras personas, no hago star system. Yo hago lo mío.". Y lo suyo era la mirada curiosa, la empatía y el humanismo, el interés en las vidas ajenas y la propia, y la libertad para experimentar en fondo y forma con el arte de la imagen.
Icono del cine feminista, cuando empezó a filmar prácticamente ese término ni existía. Pero si hoy en día podemos disfrutar, sobre todo en España, de una edad dorada en el cine dirigido por mujeres es gracias a que Agnès Varda no tuvo ningún complejo a la hora de hacer su propio camino.
Reivindicando a Agnès Varda
En la amplia filmografía de Agnès Varda (Bruselas, 1928 - París, 2019) se cuentan más de cuarenta películas, entre largometrajes y cortometrajes, de ficción y documental, tanto en cine analógico como en digital. A lo que hay que sumar una multidisciplinar trayectoria en diversos soportes y lenguajes como la fotografía y las instalaciones artísticas.
Su legado, reconocido con honores al final de su carrera, incluye prestigiosos premios como el León de Oro en Venecia (Sin techo ni ley, 1985), el Oso de Plata de Berlín (La felicidad, 1965) o la Concha de Oro de San Sebastián (Caras y lugares, 2017), destacando además reconocimientos como la Palma de Honor en Cannes y el Oscar honorífico.
Con el objetivo de seguir reivindicando la importancia de su obra, los homenajes y proyecciones de su obra son cada vez más habituales. En este contexto se produce este ciclo inédito en España que incluye la reedición y proyección de películas clave en su filmografía como La Pointe Courte (1954), Cléo de 5 à 7 (Cleo de cinco a siete, 1962), Sans toit ni loi (Sin techo ni ley, 1985), Les Glaneurs et la Glaneuse (Los espigadores y la espigadora, 2000) o Visages Villages (Caras y lugares,2017), entre otros títulos.
Un ciclo que se complementa a la perfección con la exposición del CCCB: Agnès Varda. Fotografiar, filmar, reciclar, como un repaso a la vida de una cineasta cuya marca en las páginas de la historia del cine no hace más que crecer.
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