En enero de 1979, Fernando Trueba firmaba una crítica fulminante en El País sobre la película El diputado, de Eloy De la Iglesia, a la que tituló Sexo y política, un cóctel que vende. En ella condenaba muchos de los vicios y defectos que la jet set cultural de la época achacaba al realizador vasco, con la intención de rebajar el mérito de su éxito y reducir su trabajo a una especie de sensacionalismo barato.
"Ningún director español ofrece tanta carnaza en sus películas, sexo, política, homosexualidad, bestialismo, cualquier cosa con tal de atraer al público", llega a decir Trueba sobre De la Iglesia. Sin embargo, los años han pasado y el filtro del tiempo ha puesto negro sobre blanco a la hora de juzgar la relevancia de su carrera en la historia de nuestro cine.
Aquellas palabras tan duras han quedado en anécdota y la figura de Eloy de la Iglesia (Zarauz, 1944-Madrid, 2006) ha sido reivindicada por su valentía y transgresión. De hecho, ese género quinqui que él no creó pero sí encumbró con películas como Navajeros (1980), Colegas (1982), El pico 1 y 2 (1983 y 1984) o La estanquera de Vallecas (1987), hoy en día ha alcanzado la consideración de culto.
Sin ir más lejos, El diputado (1978), la película sobre la que Fernando Trueba despotricó en su columna cuenta la historia de un diputado homosexual y de izquierdas, interpretado por José Sacristán, al que un grupo de ultraderecha chantajea por su condición sexual con la amenaza de desacreditarle a él y a su partido. Aquella cinta supuso la visibilidad del tabú de la homosexualidad en un contexto político y en la que además, el protagonista gay en cuestión era un actor tan importante como el propio Sacristán.
Pero si bien su cine sí que ha alcanzado el prestigio que se le negó en su momento, con la revalorización que han hecho de él las nuevas generaciones, sigue habiendo una faceta suya que no se ha explorado tanto y es la de haber sido uno de los mejores cronistas de la España de la Transición. Ahora que el régimen del 78 está en sus horas más bajas y el cuestionamiento de su ejemplaridad ya no es tabú, la filmografía de De la Iglesia se vuelve imprescindible para conocer cuál fue el relato no oficial del episodio histórico más importante de nuestra historia reciente.
Las once caras de Eloy de la Iglesia
Con esta idea, la editorial Dos Bigotes publica Eloy de la Iglesia. El placer oculto del cine español, una selección de once ensayos dirigida por Carlos Barea en la que varios autores examinan la obra y el legado del cineasta vasco sin perder de vista el contexto de su tiempo. Este retrato de once caras aborda las diversas facetas que hacen de De la Iglesia un autor único. El libro detalla, por ejemplo, cómo fue su relación con la censura a través de películas como La semana del asesino (1972), la película más problemática de De la Iglesia en la dictadura en la que aborda por primera vez la homosexualidad de manera evidente, o Los placeres ocultos (1977), que fue prohibida en el 76 y tardó un año en estrenarse.
También está presente su relación con los actores, su fetiche por los adolescentes problemáticos, objetos de deseo a los que más que dirigir buscaba poseer, desde sus inicios con Juan Diego al flechazo con José Luis Manzano, al que Eloy llevó a vivir a su casa y se encargó de colmarle de todos los caprichos, mientras le impedía trabajar con otros directores. Y las actrices, que no son muchas, pero sí son personajes arriesgados Carmen Sevilla, Amparo Muñoz o Maribel Verdú, son solo algunas de las que han estado a sus órdenes. "Mujeres traumatizadas por una educación represora, utilizadas por un sistema fundamentalmente machista y condicionamientos sociales poco favorables, hasta las que tienen una conciencia social y política, pasando por mujeres de clases privilegiadas que en conflicto con su estatus, y las jóvenes desinhibidas y rebeldes de los años de la Transición", cuenta el documentalista Juan Sánchez.
Por supuesto, no puede faltar su condición como vaca sagrada del cine quinqui. "La guerrilla, el futbolín, la jeringuilla desechable, la minipimer, la fregona son algunas de las aportaciones de España a la humanidad, a las que bien podría añadirse el cine quinqui", escribe el periodista Eduardo Bravo, quien compara la picaresca del Siglo de Oro con este género cinematográfico en el que De la Iglesia se implica desde "la crítica social, la militancia política y el deseo".
Por su parte, el programador de cine y escritor Vicente Monroy desgrana su faceta como autor de cine terror que se aproximó a subgéneros como el giallo, el thriller o el terror gótico durante los años de la dictadura. También hay espacio para una lectura feminista del cine de Eloy de la Iglesia en el ensayo que le dedica la escritora especialista en teoría de género y cine Francina Ribes Pericàs, quien destaca cómo el realizador vasco consiguió despojar a Carmen Sevilla de su rol de "actriz naif y modélica del franquismo", o cómo introdujo asuntos como la prostitución o el aborto.
"De la Iglesia contribuyó con películas como La semana del asesino, El diputado, El pico, Colegas o La estanquera de Vallecas a retratar las luces, pero sobre todo las sombras, de un país que despertaba a la democracia dando la espalda a una parte de la población. Entre los marginados se hallaban los denominados quinquis, que dieron nombre al exitoso subgénero cinematográfico, o los integrantes del colectivo LGTB, a quienes dotó de una voz hasta entonces silenciada", reflexiona Calos Barea al inicio del libro.
Comunista y homosexual, su ideología y su orientación sexual fueron los dos grandes condicionantes temáticos y estéticos que marcaron la obra de Eloy de la Iglesia. También fueron las razones por las que más se le criticó y por lo que se le condenó a un ostracismo generalizado en los últimos años de su carrera. Su estilo es crudo, desprejuiciado e incómodo, sus montajes violentos y su discurso muy directo. Sus películas tienen una estética gay muy diferente a la de Almodóvar y su fuerte no es la sutileza clásica que se admiraba en realizadores como José Luis Garci.
Pero el cine de De la Iglesia, aunque exagerado y tremendista, hablaba de su momento histórico de una manera en la que muy pocos se atrevían. Porque los 70 y los 80 siempre se han pintado como una época de esperanza y efervescencia, pero también lo fueron de incertidumbre, miedo y miseria.
Delincuentes juveniles, drogadictos, homosexuales y obreros empobrecidos pueblan las películas de esta suerte de Pasolini español en las que, les guste o no a sus críticos, para siempre quedará retratada una parte necesaria de la historia no oficial de la Transición.
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