Cuando se estrenó en el último Festival de Cannes y ganó el Premio del Jurado, Emilia Pérez causó sensación. Por la intensidad de la propuesta, un narcomusical excesivo entre Tarantino, Almodóvar, Harmony Korine y un culebrón de Televisa. Pero sobre todo por el trabajo de sus actrices, que sostienen la película contra cualquier escepticismo o reserva. 

Hay ocasiones en las que los intérpretes actúan de manera tan compenetrada que resulta difícil considerar su labor individualmente. En estos casos, los jurados de los festivales de cine suelen recurrir al premio conjunto para evitarse líos, pero también para hacer justicia. En 1984, Alfredo Landa y Francisco Rabal ganaron en Cannes por su trabajo en Los santos inocentes. En 2024, cuarenta años después, Zoe Saldana, Selena Gómez, Adriana Paz y Karla Sofía Gascón han logrado lo propio por sus papeles en la película de Jacques Audiard que se estrena este viernes en España.

Saldana brilla desde la introducción como Rita, la humilde pero prometedora ayudante de un bufete especializado en salvarle la papeleta a clientes multimillonarios y que sobrevive a su alienante día a día cantando para sí y para nosotros y soñando coreografías entre los puestos del mercado donde trabaja su madre. Pero es Gascón quien se apropia de la película desde su primera aparición como Manitas del Monte, el peor, el más peligroso y temido de los narcotraficantes de México.

Muere Manitas, nace Emilia

Manitas requiere los servicios de Rita a la manera del narco, secuestrándola y llevándola ante sí después de un accidentado viaje con la cabeza encapuchada. La suben a bordo de su cuartel general, un autobús que parece una nave espacial y que circula sin parar por el desierto para proteger a su amo. En la penumbra de esa cabina ve el espectador por primera vez a Manitas, su mirada penetrante y la presencia intimidante incluso cuando rompe a cantar su triste historia como una nueva Bestia de Cocteau. Convence a Rita de que a cambio de un buen puñado de (millones de) dólares le ayude a llevar a cabo su último proyecto de capo: cambiar de sexo. Necesita que le busque alrededor del mundo al mejor cirujano en la materia y que organice el exilio dorado en Suiza de su mujer, la gringa Jessi (Selena Gómez), y sus dos hijos, que nada deben saber de todo ello. Manitas será dado públicamente por muerto en un lance del narco y de sus cenizas nacerá su nueva identidad, Emilia Pérez. 

Después de la operación comienza su nueva vida y una nueva película. Consciente del daño irreparable que causó siendo Manitas, tantos muertos y familias rotas, la magnánima y magnética Emilia se consagra a compensarlo y con la ayuda de Rita monta una gran institución benéfica que busca a desaparecidos y ayuda a sus familias. Confiada en su nueva identidad se la juega y se reúne con Jessi y sus hijos, a quienes instala de nuevo en México como una improbable y adinerada hermana de Manitas. La vida le sonríe, se vuelve a enamorar de una de las mujeres a las que ayuda (Adriana Paz), pero el pasado acecha, sobre todo si se juega con la suerte. 

De Carlos a Karla Sofía

Hace seis años, Karla Sofía Gascón, que nació en Alcobendas en 1972 con el nombre de Carlos, hacía pública su nueva identidad. Fue en México, adonde se trasladó a finales de los 2000 para tratar de tener éxito como actor después de intentarlo en España –dejó un reguero de pequeños papeles que se pueden rastrear en la videoteca de internet–. Allí se hizo un nombre participando en series como Corazón salvaje o El señor de los cielos. Así que allí era noticia que Carlos Gascón anunciara, libro y apariciones en televisión mediante, que ahora era Karla Sofía, que siempre se había sentido mujer y que había decidido dar el paso siguiendo el ejemplo de Caitlyn Jenner y de la compositora mexicana Felicia Garza. 

Nadie mejor que ella para meterse en la piel de Manitas/Emilia, un papel a su medida, por lo trans y por lo culebronesco sublimado. El más peligroso narco encuentra la redención convirtiéndose en mujer. Cambia el mal absoluto al que le condenaba la masculinidad tóxica del crimen organizado por la santidad benéfica inducida por su nueva condición femenina. ¿Apología trans, melopea woke? No; una bonita fantasía de nuestro tiempo. Interpretada por una mujer muy real que tuvo que cambiar de sexo no solo para reconciliarse consigo misma, sino para convertirse en una estrella que ya suena para el Oscar.

“I grew up in a place called Alcobendas, where this was not a very realistic dream”, dijo su paisana Penélope Cruz en 2009 cuando recogió su estatuilla por Vicky Cristina Barcelona. Si ganar el Oscar era un sueño poco realista para Cruz, mucho más debe de parecérselo a Gascón, que no obstante ya ha sido la primera actriz trans en ganar en Cannes y va camino de ser como mínimo nominada. Muy merecidamente.