Roald Dahl las describió como inhumanas: con garras en lugar de uñas, grandes fosas nasales y terroríficamente calvas (pues las pelucas que llevan para esconder su calvicie les producen sarpullidos). Su hobby favorito es matar niños. En la cultura popular, su piel es verde, llevan un puntiagudo gorro negro y, junto a un gato negro, sobrevuelan la tierra a bordo de una escoba. En las pesadillas, aparecen a medianoche, entre el sueño y la vigilia, para bañarse en sangre y practicar orgías en lo más profundo de los bosques. Pero, en la actualidad, las brujas son aquellas mujeres que han salido a rebelarse contra el mundo que les obligó a reemplazar la varita por la escoba.

La recién estrenada Wicked, una película musical protagonizada por Cynthia Erivo y Ariana Grande, humaniza a la bruja más popular del cine norteamericano, la Bruja Mala del Oeste de El mago de Oz. La factoría de superhéroes de Marvel ha encontrado en la Bruja Escarlata y en su mentora, Agatha Harkness, un icono superado únicamente por la popularidad del hombre araña. Anya Taylor-Joy, cara visible del Hollywood actual, reencarnó a esa mujer despreciada por su pueblo antes de sucumbir a las garras del ocultismo y unirse a sus hermanas paganas en La Bruja (2015).

Hace tiempo que la brujería dejó de perseguirse. Que pasó de ser un mito social a un elemento del imaginario colectivo. No existe la magia negra ni la magia blanca. No existen las brujas y, sin embargo, esta figura odiada durante siglos es ahora un ejemplo de disidencia a reivindicar. Lo que las mataba, ahora las hace más fuertes. "Somos las nietas de aquellas brujas que no pudisteis quemar", se lee en las pancartas del 8-M. ¿Por qué esta prisión es también su mejor arma?

¿Qué es una bruja?

Las brujas son símbolos de represión y persecución. "Si las mujeres hemos sido relegadas en la historia, para las brujas ha sido peor: han pasado a la historia como mujeres viejas, feas y malvadas", explica la fotógrafa y documentalista oscense Judith Prat en conversación con El Independiente. Recientemente, Prat (Altorricón, Huesca, 1973) ha participado en la Bienal de Arte de La Habana con su exposición Brujas, expuesta de manera simultánea en el Instituto Cervantes de Toulouse y en el Festival de Fotografía y Cine de Calamuchita, en Argentina. después de pasar por Alcalá de Henares como parte de la programación de PhotoEspaña 2023.

"Eran médicas, curanderas o incluso parteras, que practicaban abortos y recetaban métodos anticonceptivos"

Judith Prat, artista

No ha sido hasta estos últimos años que "se ha empezado a explicar que, en muchos casos, las brujas eran las curanderas de la época o mujeres con trastornos mentales", apunta la artista. En la mayoría de los casos, eran mujeres que contaban con un oficio y que, por cuestiones de género, se las tomaba por débiles y, por ende, proclives a dejarse seducir el diablo. "Eran médicas, curanderas o incluso parteras, que practicaban abortos y recetaban métodos anticonceptivos. A través de ellas, las mujeres tenían control sobre su cuerpo. Quitando poder a las parteras se les quitaba poder a las mujeres", sentencia la fotógrafa.

Tanto la exposición como su reportaje documental, Decían que era bruja, nacen del interés por contar la historia real de estas mujeres que fueron asesinadas por delitos de brujería. "Cuando descubrí que fue en Cataluña y Aragón, mi tierra, dónde más mujeres fueron asesinadas por brujas en España, sentí que era un tema que debía realizar. Que son mis ancestras y que he de contar su historia".

Abajo con la bruja española

Durante los siglos XV y XVII, 40.000 mujeres fueron asesinadas por delitos de brujería sólo en Europa. Para la filósofa italiana Silvia Federici, la caza de brujas hizo que las mujeres "volviesen al hogar", a la sumisión que implicaba quedarse en casa y tener hijos. "Europa había vivido la peste y se estaba dando paso a un nuevo sistema económico: el capitalismo. Hacía falta mano de obra y, pese a que las mujeres trabajaban, al sistema le interesaba más que volvieran al hogar", explica Prat.

España no fue dónde más mujeres fueron asesinadas por delitos de brujería, pero algunos de los hechos más precoces de la caza de brujas se produjeron en nuestro país. En 1424, el conde de Pallars (Lérida), Arnau Roger IV, promulgó una serie de nueve capítulos legales para el buen gobierno y gestión de su territorio, las Ordinacions i costums de les Valls d'Àneu. Entre sus instrucciones, el conde describió qué era lo que se entendía por delito de brujería y cómo se debía actuar frente a uno de ellos. Quién diría que un irrisorio documento de apenas dos páginas plantaría la semilla de uno de los mayores feminicidios de la historia.

La fotógrafa y documentalista Judith Prat.
La fotógrafa y documentalista Judith Prat. | José Miguel Marco / Selected Films

"En España, pese a lo que pueda creerse, no fue la Inquisición quien más mató a mujeres por delitos de brujería, sino los tribunales civiles", asegura Prat. En Laspaúles, un pueblecito de Huesca, se produjo una de las mayores matanzas conocidas: 24 mujeres fueron ejecutadas en la horca mientras sus propios vecinos observaban la masacre. Previo a ello, estas mujeres debían confesar que habían participado en actividades relacionadas con el diablo, como envenenar y raptar a niños o profanar cadáveres para fabricar ungüentos prohibidos. "Estos relatos nunca salieron de forma espontánea de las mujeres a las que se acusaba, sino que confesaban tras días de torturas. Sus perseguidores las obligaban a decir según qué cosas", expone la artista.

¿Por qué hoy las brujas son feministas?

Ahora, siglos después de estos horribles crímenes, las brujas son un reclamo político y feminista. "En el momento en que sabemos quiénes eran las brujas, el término deja de ser un insulto para ser una reivindicación", explica Prat quien, en su trabajo artístico, trata siempre de mostrar que "la violencia no terminó por matarlas, sino que ha persistido hasta ahora como objeto de mofa y ridiculización".

La Bruja Diabólica ha pasado a ser la Bruja Feminista. De hecho, la ficción estadounidense del folclore de la nigromancia siempre ha estado muy relacionada con las distintas olas del feminismo moderno. Durante la segunda ola (1950-1980), las brujas encontraron su espacio en el hogar: si bien la serie Embrujada, emitida durante estos años, tenía a una mujer con habilidades sobrenaturales por protagonista, esta era todavía muy sumisa ante un marido que la instaba a ocultar esas cualidades que le hacían ser única.

En los noventa, el feminismo se afianzó. La tercera ola puso a la mujer en un primer plano y a la bruja como una figura ensalzada y empoderada, que disfruta de su feminidad y no se deja quemar en ninguna hoguera. En Jóvenes y Brujas (1996) vemos a cuatro chicas celebrar a sus antepasadas mientras sueñan con montar su propio aquelarre en los baños del instituto. No son buenas, ni sumisas: son pérfidas, orgullosas y un poquito dictatoriales. Al final, la española Assumpta Serna es la única bruja con cabeza de todo el filme.

Y, con todo, llegamos a la actualidad, a la cuarta ola del feminismo moderno. Las brujas no son dictatoriales ni sumisas, son, simplemente, mujeres. Víctimas repudiadas por la sociedad a las que parece que hay que darles un empujoncito para que hagan un poco de magia: la Bruja Mala del Oeste tiene ahora nombre propio y su maldad es fruto del bullying que le hacían en la universidad; Maléfica, pese a tener el mal en su nombre, se redime tras recibir afecto de la hija de su expareja; Wanda Maximoff se convierte en la bruja más poderosa de Marvel porque no le han permitido pasar el luto... En la ficción, las brujas han perdido su poder. La imaginación ya no vende: nos interesan las brujas de verdad.

Lo que no te mata te hace más fuerte. El feminismo actual reivindica a estas brujas, a estas mujeres, y pide que se cuente la historia real de quiénes fueron. "En las Cuevas de las Güixas, en Villanúa (Huesca), se cuenta la historia de estas brujas y quiénes fueron en realidad. Creo que eso es lo que corresponde: un ejercicio de memoria hacia estas mujeres. Eso siempre es memoria histórica", finaliza Prat.