Hubo Marisa Paredes antes y después de Pedro Almodóvar, pero la actriz arrolladora, la presencia mítica de diva de otro tiempo no se entiende sin la larga e intensa sociedad entre ambos. Se incorporó a ese universo tempranamente, como la sor Estiércol de Entre tinieblas (1983). Después de aquella primera película profesional del cineasta manchego, Paredes será la doña María Luisa de Las bicicletas son para el verano (1984) o la inquietante Griselda de Tras el cristal (1986), la extraordinaria ópera prima de Agustí Villaronga. Pero no fue hasta su reencuentro con Almodóvar en Tacones lejanos (1991) que la imagen icónica de Paredes, el alto pelo rubio y los vestidos rojos de Sybilla, quedó definitivamente acuñada.

Aquel personaje, la diva imaginaria que se alimenta de tantas divas reales, esa Becky del Páramo que vuelve a España después de hacer una carrera en México y compra el humilde semisótano de la plaza del Alamillo donde había crecido, y se las ve con la hija traumatizada que presenta el telediario vestida de Chanel y acaba matando al marido que también es amante de la madre... Bigger than life, Almodóvar le regaló a Paredes una segunda juventud como actriz. Juntos construyeron un repertorio excesivo de visajes y miradas desorbitadas del que ella ya no se apeará.

En el alambre del melodrama

Con Leo, la escritora de novelas románticas de La flor de mi secreto (1995), volvió a dar rienda suelta al personaje Paredes, cruzando con Almodóvar un peligroso alambre, el del melodrama, del que lo más fácil es caerse. Pero ellos lo cruzaron con éxito. El espectador se hunde con Leo cuando le formula a su marido, Paco (Imanol Arias) una de las preguntas más conocidas del cine español –"¿Existe alguna posibilidad, por pequeña que sea, de salvar lo nuestro?"–, pero también cuando Paco, recién llegado de una misión de paz en Bosnia, le rechaza desabrido la paella envuelta en papel albal que le había preparado amorosamente para recibirle pero que se ha quedado fría.

Con La flor de mi secreto Paredes consiguió su segunda nominación al Goya, que ganó su compañera Victoria Abril por su estremecedora interpretación en Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto. Tuvo que esperar al honorífico de 2018.

El mito creció con Todo sobre mi madre (1999), con la actriz interpretando a otra actriz, Huma Rojo vestida de rojo haciendo de Blanche DuBois, que desencadena sin querer la tragedia inicial que activa la película por pura mitomanía. Que es también la de Almodóvar construyendo a ese personaje llamado Marisa Paredes. En la última edición de los Goya, el elenco femenino del filme –Penélope Cruz, Paredes, Cecilia Roth y Antonia San Juan– arropó al director en el 25 aniversario de la película que le valió su primer Oscar.

Marisa Paredes y Cecilia Roth en 'Todo sobre mi madre' (1999).
Marisa Paredes y Cecilia Roth en 'Todo sobre mi madre' (1999). | El Deseo

Hubo tiempo para una última colaboración de altura en La piel que habito (2011). Marilia es la sirvienta del desquiciado y vengador doctor Ledgard (Antonio Banderas), que esconde, cómo no, un oscuro secreto. Almodóvar encontró otras actrices que representaran el registro Paredes, y Paredes tuvo oportunidad de hacer otros trabajos que la liberaron del yugo de chica Almodóvar –de El coronel no tiene quien le escriba a El espinazo del diablo, pasando por La vida es bella o por la desternillante miniserie de Joaquín Oristrell sobre Felipe y Letizia, haciendo de reina Sofía, con su acento extranjero y todo–. Pero como Dietrich y Von Sternberg, ambos han quedado unidos para siempre por la magia del cine, que es una frase hecha pero también una cosa muy cierta y muy mágica.