En 1962, John Ford facturó El hombre que mató a Liberty Valance y formó parte del elenco de directores de La conquista del Oeste, monumental canto del cisne del wéstern clásico. El único género genuinamente norteamericano languidecía y pronto cruzaría el charco para seguir vivo en el desierto de Almería con las producciones más asequibles del spaghetti western. Pero insospechadamente, un cineasta de una nueva generación tomó el testigo y lo revitalizó con un utillaje muy distinto a los grandes maestros como Ford. Sam Peckinpah no solo reinventó el wéstern, sino que introdujo la violencia en el cine como nunca antes se había visto en la gran pantalla.

Nacido hace un siglo, Sam Peckinpah ha pasado a la historia como Bloody Sam (el 'Sangriento Sam'), por la violencia de sus filmes. Su influencia ha dejado marca en las superproducciones de muchísimos directores actuales, como puede ser Quentin Tarantino, al lograr subvertir el género implementando dos elementos novedosos: la violencia extrema y la humanidad marchita de sus personajes. Los protagonistas de su obra maestra, Grupo Salvaje, empiezan siendo unos despiadados forajidos que logran convertirse en héroes para, finalmente, descender a la categoría de mártires. Sus personajes son, en ocasiones, unos pringados que ansían rozar ese concepto tan arcaico y ligeramente machista que es el honor, pero que se ven forzados a cambiar el rumbo de sus pasiones para sobrevivir en un mundo brutalmente nihilista.

Historias de un sangriento Oeste

Texas, 1914. Tras robar un banco, un grupo de proscritos estadounidenses huyen a México donde son contratados por un infame caudillo, el general Mapache. Más tarde, uno de los miembros de la banda traiciona al mexicano y, pese a las súplicas del grupo, el jefe termina por cortarle el cuello. Es un corte rápido y seco. La sangre mana a borbotones. El enfrentamiento que le sigue es una de las escenas más recordadas y violentas de la historia del cine. Cámara lenta, primeros planos y teatrales muertes en precioso Technicolor: el cielo jamás ha sido tan azul ni la sangre tan rubí. Grupo Salvaje (1969) trastocó la moral hollywoodiense; y Peckinpah, su director, quería que se viera. Algunos críticos la consideraron "la película más violenta que se haya filmado jamás".

El director Sam Peckinpah durante el rodaje de 'Grupo Salvaje' (1969)
El director Sam Peckinpah durante el rodaje de 'Grupo Salvaje' (1969)

En sus películas, la corrupción nace en sociedad, provocando un serio conflicto entre valores e ideales. A Grupo Salvaje le siguieron Perros de paja (1971), La huida (1972) o Pat Garrett y Billy 'El Niño' (1973). Los héroes son antihéroes que buscan la liberación del ánima mediante la violencia. El innovador trastrueque de los tópicos de Hollywood ha hecho que el cineasta y crítico Mark Cousins se refiriera a Peckinpah en su Historia del Cine como "el mejor director occidental de la década de los 70". En vida, muchos serían los que estuvieran en desacuerdo.

El violento Sam

Mientras crecía la popularidad de sus películas disminuía la de su personalidad. Al director se le recuerda por su carácter autodestructivo, marcado por el abuso de las drogas, el alcohol y un eterno amor por los burdeles. Muchas de sus obras más notorias han sido mancilladas por sus detrás de las cámaras, protagonizadas por constantes disputas entre productores y miembros del reparto. Su reputación era pésima.

Aparecía en los sets de grabación ocultándose bajo unas oscuras gafas de sol, y protegiendo su cabello con una particular bandana. Su aspecto se asemejaba más al de un camionero machistorro de los noventa que al de un director de renombre. Su mirada, sin embargo, "era inocente y lúcida", como recuerda su amigo, el director español Gonzalo Suárez. "Aun siendo alcohólico y estar permanentemente bebido, Sam Peckinpah no perdía nunca la lucidez".

Su fama hizo que muchos actores no quisieran trabajar con él, y viceversa, porque no importaba cuán inseparable fueras del director, este no tendría problema alguno en despedirte. Su facilidad para cargarse a trabajadores de cualquier tipo le granjeó una reputación de persona difícil y con muy mal carácter. El dos veces oscarizado Gene Hackman llegó a decir que “la vida es demasiado corta como para malgastar dos meses con Sam Peckinpah”.

No llegó a los 60 años. Murió en 1984, desdeñado por (casi) todos con los que había trabajado. En realidad, Sam Peckinpah era un hombre solitario, ahogado en un mar de desprecio en donde el cine era su único chaleco salvavidas. Sus películas, un reclamo y una pregunta: ¿por qué hay tanto odio en todo cuanto me rodea?