Lo va a tener difícil Conan O'Brien cuando a la una de la madrugada del lunes, hora española, cuatro de la tarde del domingo en California, se alce el telón de la 97ª edición de los Oscar en el teatro Dolby de Los Ángeles. ¿Cómo conseguir que la ceremonia sea un show divertido después de la siniestra encerrona del viernes en el Despacho Oval, ese episodio de "good television", como cínicamente describió el presidente de Estados Unidos la reunión en la Casa Blanca orquestada para humillar a Volodímir Zelenski? ¿Cómo gestionarán los responsables de la gala los alegatos que con toda seguridad tendrán lugar contra la enloquecida deriva trumpiana que tiene en estado de shock a medio mundo y a casi todo Hollywood? ¿Entregará Zelenski alguna estatuilla?

A buen seguro, los guionistas de la ceremonia, uno de los pocos espectáculos de "good television" que centenares de millones de espectadores de todo el mundo todavía esperan con impaciencia cada año, han apurado las últimas horas para ajustar la escaleta y las frases a los acontecimientos más recientes: la escena de película distópica protagonizada por Trump y la muerte de Gene Hackman, que curiosamente interpretó a uno de los presidentes más rastreros y miserables de la historia del cine, el cobarde Alan Richmond de Poder absoluto.

Es poco probable que Hollywood como sistema se entregue a una guerra abierta contra Trump. Pero resulta inimaginable que las estrellas de una comunidad que hizo campaña activa por Kamala Harris y se considera a sí misma un faro moral del mundo libre se quede callada ante los atropellos de la nueva Administración norteamericana.

El 'caso KSG'

Ese elevado estándar moral fue el que hace unas semanas condenó al ostracismo a Karla Sofía Gascón, primera mujer trans nominada al Oscar a Mejor Actriz. Nunca se sabrá si la publicación en Variety de los controvertidos tuits de la intérprete española fue una maniobra interesada, activada por los publicistas de alguna rival de Emilia Pérez, la película no rodada en inglés que más nominaciones –13– ha logrado en la historia de la Academia. Pero lo cierto es que esos mensajes, que estaban a la vista de todo aquel que los quisiera ver, han dado lugar a la comidilla más bochornosa del año.

Se dice que el desastre reputacional tuvo lugar porque Netflix, la compañía que compró Emilia Pérez, quiso ahorrarse el extra de 20.000 euros que la agencia de relaciones públicas que se ha ocupado de la promoción de la película cobra por revisar y purgar historiales y dejar impoluto el producto para la batalla por el favor de los académicos. Quién iba a pensar que todo lo que podía salir mal saldría fatal. La interesada pidiendo perdón pero asegurando que algunos de sus tuits eran falsos, y acusando de guerra sucia al equipo de la brasileña Aún estoy aquí. El director de Emilia Pérez, Jacques Audiard, dejando a su estrella a los pies de los caballos con tal de salvar las opciones de premio de su película. Y Netflix quitándole a Gascón las dietas y los billetes de avión para que no se moviera de Alcobendas.

La actriz fue objeto de una cancelación exprés e inapelable. El ministro de Cultura español, Ernest Urtasun, rompió la foto que se había hecho con ella una semana antes. La editorial que de manera oportunista iba a reeditar en España Karsia, una pésima novela que Gascón publicó en 2018 en México coincidiendo con su transición, se apartaba de ella como de la peste. Aquel perfecto símbolo de diversidad ya no servía. Y de repente afloraban contra ella todos los comentarios maliciosos y las críticas que habían sido acalladas en nombre del compromiso LGTB: que si era una pesada, que si en los Globos de Oro hizo el ridículo con su alegato y su vestido naranja budista de Saint Laurent...

Un palmarés previsible

La curva de la cancelación comenzó a moderarse cuando se cerró el plazo de votaciones para los Oscar. Y cuando, en los Goya, gente como C. Tangana se atrevió a romper el cordón sanitario. Poco a poco se fue sabiendo que Los Javis, chicos de oro del audiovisual español y genios de la redención de causas perdidas, seguían adelante con sus proyectos con Gascón. Y que Amenábar había votado por ella para el Oscar.

Con todo, Gascón tiene muy pocas posibilidades de ganar el Oscar. Y no solo por el escándalo. Este año el premio parece llevar grabado de antemano el nombre de Demi Moore, estrella y sex symbol de los 90 que por fin parece haber resuelto su larga y problemática relación con el envejecimiento y los tratamientos estéticos haciendo arte de todo ello en La sustancia.

Las quinielas coinciden: hay claros favoritos en las principales categorías y poco margen para la sorpresa. Anora, Cónclave y The Brutalist son las mejores posicionadas para ganar los premios a Mejor Película y Dirección, además de buena parte de los galardones técnicos. Adrien Brody, por su interpretación del arquitecto judío László Tóth de The Brutalist, y Timothée Chalamet, con su trabajado Dylan de A Complete Unknown, parece que se disputarán el Oscar a Mejor Actor, mientras que casi con toda seguridad Kieran Culkin se llevará el masculino de reparto. Y Zoe Saldaña, compañera de Karla Sofía Gascón en Emilia Pérez, el femenino, en uno de las pocas estatuillas que, finalmente, parece que conseguirá el filme de Audiard, aparte del de Mejor Película Internacional... Si Aún estoy aquí no termina de amargarles la noche.