Llegar a París después de la II Guerra Mundial era encontrarse con una ciudad que intentaba resucitar. El conflicto había destruido muchas de sus calles y, sobre todo, había eliminado ese clima festivo que caracterizaba a la que había sido la Ciudad de la luz. Pero incluso en aquella época, en la que la había perdido cierto brillo, cientos de artistas encontraron en ella el lugar donde ser un poco más libres. Cómo dice Serge Guilbaut, comisario de una exposición sobre ellos en el Museo Reina Sofía, "no se veían intimidados por un entorno preocupado por el color de la piel o la orientación sexual".
París tenía que seguir siendo una fiesta y todos estaban invitados. Los artistas extranjeros fueron clave, durante esas décadas, para hacer resurgir a la ciudad, por eso, la exposición París pese a todo. Artistas extranjeros. 1944-1968, que se podrá visitar hasta el 22 de abril, los reúne, a modo de relato, para reconstruir la historia. "El objetivo es presentar la compleja situación política y cultural de la posguerra mediante la producción de artistas nacidos en el extranjero que llegaron a la capital francesa para encontrarse a sí mismos o para buscar el éxito gracias a los filtros críticos parisinos", añade Guilbaut.
Muchos llegaron huyendo de sus países por motivos de discriminación racial, homófoba o de índole política"
Artistas que ni compartían estilo ni mucho menos patria. Venían de América, Europa, Asia y África y llegaron a ser más de 4.500. "Algunos ya estaban presentes mucho tiempo atrás, como Kandinsky o Picasso, que fueron los referentes, pero otros muchos fueron llegando progresivamente huidos de sus países por motivos de discriminación racial, homófoba o de índole política o porque aspiraban a llegar a ser voces artísticas importantes".
Para esta exposición han escogido a 100 de ellos que abarcan, gracias a más de 200 obras, pintura, escultura, cine, música o fotografía. "Intentamos arrojar luz sobre la riqueza de esta etapa, sin duda crucial en el siglo XX", asegura el director del Reina, Manuel Borja-Villel. Muchos de los artistas son casi desconocidos, mujeres y hombres que no han sido acogidos en el lugar correcto en la historia del arte y que el museo pretende revivir en esta muestra.
Se pasaban el día en clubes de jazz, galerías de arte, en bares. En lugares donde podían ser ellos mismos y reinventarse a la vez. Algunos eran Eduardo Arroyo, Jean-Michel Atlan, Anna-Eva Bergman, Minna Citron, Ed Clark, Beauford Delaney, Erró, Claire Falkenstein, Sam Francis, Chu Teh-Chun, Wols, Rufino Tamayo, Loló Soldevilla o Nancy Spero. "En un momento en el que la deportación es un estado normal y Europa no sabe qué hacer con los inmigrantes, ver cómo París se convirtió en la capital cultural de Europa a través de la inmigración dota a la muestra de una dimensión actual además de historiográfica", asegura Villel.
"La exposición tiene forma de relato, empieza con la muerte de Kandinsky, haciendo referencia al pasado, y con Picasso, y a partir de ahí también se van viendo las tensiones de los grupos franceses y cómo se van construyendo una serie de posiciones que acaban cuestionando el consumismo con la llegada del pop art en los sesenta", añade. Acaba con mayo del 68, con los jóvenes gritando por una sociedad diferente que los artistas llevaban pidiendo desde hace tiempo.
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