Su mujer había muerto poco tiempo antes y él había ido cayendo en la depresión como el que cae por unas escaleras, de golpe en golpe y rápidamente. Aguantó dos años más. Los que tardó el sida, según contaría Cristina Peri Rossi, en abrirle la puerta a la leucemia. El creador de la mágica Maga, el autor de Deshoras, se iba en un París que había asumido como su casa y era enterrado en el cementerio de Montparnasse al lado de Carol Dunlop, la mujer con la que había estado casado los últimos 12 años.
Julio Cortázar (1914-1988) nació en un pequeño barrio de Bruselas en 1914. "Mi nacimiento fue un producto del turismo y la diplomacia", aseguró, ya que su padre era funcionario de la embajada Argentina en aquel país. Con tan sólo cuatro años volvió a Buenos Aires, a vivir con su madre, con su abuela y su hermana pequeña y más tarde definiría aquella época como de "excesiva sensibilidad" y de "una tristeza frecuente".
El médico le recomendó leer menos y su madre cuestionó su autoría
Sería aquella época, aquella infancia en la que enfermaba cada poco tiempo, y en la que vio cómo su padre abandonaba a su familia cuando él tan solo tenía seis años, la que daría cuerpo a Los venenos y Deshoras. Él mismo contó que sería la lectura la compañera de todos aquellos meses en cama, de toda aquella ausencia. Julio Verne, Edgar Allan Poe, le provocaron sueños y pesadillas. Se obsesionó con un Pequeño Larousse, hasta el punto que el médico recomendó a la madre de Julio Cortázar que su hijo leyese menos. "Que le dé el sol", le dijo.
Pero él devorada, subrayaba y escribía. Se sabe que antes de los diez años ya había terminado una novela y varios cuentos. Cómo aseguraría él en varios entrevistas, su madre al leerlas le acusó de plagio, eran textos tan buenos que no pensó que fuesen de su hijo. Pero Julio iba creciendo y sus textos comenzaron a publicarse. De Bruja a Bestiario, pasando por Casa Tomada. Cortázar se abría hueco en el mundo literario de Argentina mientras se convertía en profesor y comenzaba a trabajar en la universidad.
Durante aquella época publica, bajo el seudónimo de Julio Denis, una colección de sonetos, Presencia (1938). Y empezaría a vivir su época más convulsa. Sus opiniones políticas le llevaron a ser despedido de su puesto en la universidad y a sobrevivir a base de publicar cuentos y pequeños textos en revistas literarios. Cortázar vio que su ideología le ponía demasiadas trabas, demasiados inconvenientes, y tras sacarse el título de traductor de inglés y francés se largó a París huyendo del gobierno peronista.
Allí se convirtió en traductor para la Unesco y apareció Aurora Bernárdez. La conoció en el café Boston de Buenos Aires, gracias a una amiga en común. Por aquel entonces, Julio sólo era Julio y ella una joven más interesada en la literatura que en él. Pero el flechazo fue instantáneo, desde el primer momento vivieron con intensidad sus encuentros, sus cafés, sus charlas, su pasión compartida por los libros. No tardaron en casarse y en malvivir. El dinero les llegaba apenas para la casa y un par de libros al mes. Pero llegó Edgar Allan Poe, la traducción que Cortázar realizó de su prosa fue magnífica, "la mejor hasta entonces", aseguraron, y sintieron que respiraban.
En 1963 llegó Rayuela. Refundó el género. La novela fue un éxito absoluto. Sus capítulos intercalados, el personaje de la Maga, París, llevaron a Cortázar a situarse dentro de la literatura y a vivir una vida alejada de la miseria de aquellos primeros años y al poco tiene de su mujer.
Bernádez se fue en 1967, llegó Ugné Karvelis, la política, La vuelta al día en ochenta mundos (1967) y 62, modelo para armar (1968), Carol Dunlop, su oposición junto a Mario Vargas Llosa, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre a la persecución y el arresto del autor Heberto Padilla, su intento de salvar a Pizarnik de sí misma, la muerte de Dunlop y otra vez Bernárdez.
La argentina se encargó de cuidar a Julio Cortázar durante su enfermedad y fue ella la depositaria de su testamento. Su funeral fue multitudinario, se iba con 69 años, tras haber ido a despedirse de su madre enferma a Argentina y tras saber que su país volvía a ser libre. Años después de su muerte, Bernárdez donó a la Fundación Juan March de Madrid la biblioteca personal del autor. Más de 4000 volúmenes, 500 firmados por sus autores, cientos corregidos por el propio Cortázar.
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