Hubo un tiempo en que la Iglesia era la principal valedora del talento femenino; en que las mujeres, sin llevar la batuta, eran las virtuosas en un mundo ávido de Dios y de cultura. Seres únicos en un vivir plenamente sacro. Era el siglo XVIII y era Venecia, hace no tanto tiempo ni tan lejos.
Sin embargo, apenas tres siglos más tarde, la disputa de las mujeres por ser tratadas como iguales frente a los hombres y para contar con ciertos derechos reconocidos es cada vez más intensa. Sin ir más lejos, el 13 de junio de 2014, dos activistas del movimiento feminista conocido como Femen se encadenaron con el torso desnudo al altar mayor de una catedral como la Almudena de Madrid para protestar, en este caso, en favor del aborto, y han pasado cuatro años antes de ser absueltas tras el escándalo. Un contrapunto, nada armónico, entre feminismo e Iglesia.
¿Qué ha ocurrido entre medias? Según escribe Jane L.Baldauf-Berdes en su libro Women Musicians of Venice (Claredon Press Oxford), hay una historia de la que el discurso feminista contemporáneo no ha sido consciente hasta que con su escalada la han desenterrado sucesivos investigadores.
A la sombra de los siglos de esquemas patriarcales, solo hoy comienza a ver la luz la historia del coro de los hospicios venecianos entre los siglos XIV y XVIII, en especial el del Ospedale della Pietà, cuna de un grupo de mujeres dedicadas a la música que acabaron siendo, durante un tiempo guiadas por el sacerdote y muy reconocido compositor, Antonio Vivaldi, las mayores virtuosas del violín de su época. Y todo ello gracias, en último término, a la Iglesia.
El llamado coro de la Pietà era una élite musical, pero a la que no se acabó de dar la entidad suficiente como para que de ella germinara un esquema social, cultural o de otra índole que pusiera a la mujer a la altura del hombre. Como en tantos otros momentos y ámbitos de la historia. Uno más. Así es que lo que pudo ser otra semilla para colocar a la mujer en un lugar diferente dentro de la sociedad desde el reconocimiento de su valía, acabó siendo una oportunidad perdida.
El coro de la Pietá
El origen de la Pietà, que fue el primer hospicio en dar formación musical a huérfanos, se remonta al siglo XIV (algunas referencias dicen incluso que antes), bajo el mando de la congregación denominada Consorelle di Santa Maria dell’Umiltà o Celestia, aunque no existió un coro femenino en la Pietà hasta 1540. Pero no era el único.
En honor a la historia y la exactitud, los cuatro ospedale que había en Venecia --dirigidos por hombres y mujeres y regidos por las normas de la religión-- acogían a mujeres en muchos casos tras ser defenestradas y no contar con oportunidades para casarse dada su pobreza. Después, les daban tan buena educación que podían acabar quedándose toda la vida.
En el caso de la Pietà, su entrada al hospicio también se producía en la infancia, pues también acogía a niños y niñas abandonados a sus puertas.
Pero lo cierto, es que, más allá de lo puramente piadoso, tras años de formación, estas virtuosas y su capacidad musical sirvieron de reclamo para que la Iglesia pudiera captar más fondos con los que sustentar sus instituciones.
La renovación litúrgica y el deseo de los funcionarios del ospedale de interesar a los benefactores para participar en la financiación de sus fundaciones explican cómo se originó tan notable actividad musical.
La joya entre las manos
En este intercambio de intereses, los hospicios dieron una oportunidad a muchas mujeres para formarse (a veces incluso más que otras fuera de estas instituciones) y desarrollar su capacidad musical hasta el punto de, no solo contar con un sustento dentro de la institución, sino también con ingresos extraordinarios por sus actuaciones en fiestas nobiliarias.
A ello contribuyó el propio Vivaldi, quien pronto fue conocido por su papel como profesor de violín de la Pietà poco después de ordenarse sacerdote. Vivaldi, aquejado de asma, no tardó en dejar de ofrecer misas y dedicarse a la enseñanza del violín, algo que algunos autores consideran un acto premeditado, puesto que el conocido como ‘sacerdote rojo’ (era pelirrojo) no tardó mucho en organizar audiciones desde su posición en la Pietà que fueron pronto demandadas por el público de la época.
Coincidió este momento con una Venecia que no estaba tan sometida al poder de la Iglesia como Roma y que era epicentro tanto de una política en decadencia como de un constante turismo de personajes adinerados que acabaron siendo consumidores habituales de la música que emanaba de los ospedale y mecenas de los mismos al legar grandes fortunas a estas instituciones en el momento de su muerte.
Fruto de todo ello, Venecia se convirtió en una ciudad de especiales libertades (cuando no de libertinaje) en la que, en cambio, prosperó lo que hoy conocemos como el primer ministerio de sanidad o un cierto Estado del bienestar, por cuanto los hospicios se encargaron de hacerse cargo de todo aquel que lo necesitara sin preguntar ni pedir nada a cambio. También de esos hijos o hijas ilegítimos que eran abandonados a sus puertas y que años después de formación acababan formando parte del coro.
Mientras muchos músicos sucumbían como compositores de música de cámara para nobles, bajo el auspicio de algún mecenas, lo cierto es que estas instituciones, como ocurrió en el caso del propio Vivaldi, surtieron de posibilidades a los músicos. El sacerdote rojo pudo desarrollar su técnica compositiva al contar con mujeres de gran dominio en el canto o el violín.
Es por eso que esas mujeres llamadas a seguir una formación religiosa, pero al mismo tiempo musical, acabaron ofreciendo codiciados conciertos. Y tal fue su formación que difícilmente podían casarse después dados los prejuicios de la época, pues muchos hombres declinaban tomar como esposa a una mujer con mayores conocimientos que él.
Por otro lado, la fama de los ospedale como primeros conservatorios de música se fraguó porque también con el tiempo dieron entrada a mujeres talentosas, sin especiales necesidades económicas, y cuyos estudios eran financiados por familiares o por patronos.
De hecho, según el libro Conocer y Reconocer la Música de Vivaldi, de Roger Arlier (Daimon, 1985), a su llegada a la Pietà esto no es lo que encontró Vivaldi, sino que fue él quien “con tenacidad y visión de futuro, fuera construyendo ese grupo instrumental”.
Vivaldi y las virtuosas
Vivaldi ejerció como profesor de violín, de viola a la inglesa o como maestro de concierto desde 1703, cuando Francesco Gasparini, que apenas llevaba dos años en su cargo como Maestro di Coro, quiso mejorar la calidad media de los instrumentistas de cuerda y consolidar, o quizá incluso emprender, la enseñanza de los instrumentos de viento, según relata Michael Talbot, en su libro Vivaldi (Alianza Editorial, 1978).
Vivaldi contratado inicialmente por 30 ducados, vio en apenas seis meses multiplicar sus ganancias por el reconocimiento al trabajo realizado con las “muchachas” y como maestro no solo de violín, sino también de viola a la inglesa.
Otros de sus deberes eran la adquisición de los instrumentos para la capilla y como maestro de concierto, no oficial, puesto que acabó ocupando por derecho propio. Porque ya entonces dirigía ejecuciones orquestales y componía tanto para consumo público como privado.
No hay catálogos sobre las internas de los ospedale. Algunas referencias hablan de hasta 800, a lo largo de su existencia. Tampoco hay mucha información sobre los maestros.
Se sabe, por ejemplo, que se premiaba a las mejores estudiantes para animarles a seguir y se les ayudaba a que se mantuvieran por si mismas hasta cierto punto, incluso en la infancia. Y un dato que habla de lo que pudo ser y no fue. Las figlie di coro eran una excepción a una creencia muy extendida en el siglo XVIII: una mujer que aparecía en un escenario era inmoral. En su caso no era así.
Así es que la vida allí era segura, ordenada e invitaba a quedarse para toda la vida vistiendo trajes de una sola pieza, que podían acompañarse de lazos para las actuaciones. El coro, incluso, las exponía a un cierto nivel de celebridad rara para las mujeres músico.
Otro ejemplo de sus estatus es que desde su posición se beneficiaban de permisos para participar en el carnaval, la ópera y excursiones vacacionales. Incluso en las actuaciones en palecetes nobiliarios, las mujeres podrían mezclarse libremente, charlar, tomar refrescos, alternar con jóvenes.
No todo eran derechos
Pero lo cierto es que los ospedale las explotaban. Incluso los gobernadores llegaban a negarles el matrimonio, como ocurrió en 1767 con Maddalena Lombardini.
Si se ausentaban o tardaban, se les quitaba el vestuario de figlie di coro y se les vestía de figlie di comune (una degradación en su estatus) como sanción por su infracción. Se les podía llegar a cortar el pelo, aislarlas, con una dieta a base de pan y agua.
Apollona della Pietà, la principal soprano del hospicio homónimo durante las décadas de asociación de Vivaldi con su coro, fue un ejemplo de la libertad que un músico interno popular podía adquirir, hasta dónde podía llegar a disfrutarla. Pero también hasta qué punto sus superiores llegaron a controlarla y, en última instancia, maniatar su conducta obstinada.
Según Charles Burney, las mujeres músico de los ospedale venecianos eran la fuente secreta de la incomparable calidad de la música veneciana, pero todo quedó ahí para aquellas mujeres, y para las mujeres en su conjunto, y solo ahora su historia se puede revisar en clave de feminismo.
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