Seis años después de su última visita a España -también en Madrid en el ya casi demolido estadio Vicente Calderón-, Bon Jovi ha congregado este domingo a más de 50.000 fans en el Wanda Metropolitano con entradas agotadas en una noche de verano tan sudorosa como repleta de cánticos propicios para las multitudes. La perfecta definición de un rock de estadio que, después de 35 años en la brecha, luce algo mayor y ya peina mogollón de canas. Con todo lo que eso conlleva.
La velada fue conducida con solvencia por el carismático (y aclamadísimo) vocalista Jon Bon Jovi, quien a sus 57 años se muestra alarmantemente falto de voz. Se esfuerza, pero no llega. Una dificultad resuelta con oficio vocal y con esas estudiadas poses de estrella y esas blanquísimas e irresistibles sonrisas que regala con la confianza de quien se sabe poseedor de un atractivo deslumbrante. Incluso algunas pistas de voz pregrabadas para apoyar también sonaron por ahí, convenientemente camufladas entre los coros de sus escuderos y los siempre necesarios aullidos del público disfrutón que prefiere cantar a escudriñar -los trucos de trilero del directo siempre están ahí para que con la excitación no se noten las carencias y así está bien-.
Un público lógicamente también más mayor y comprensivo, que perdona las carencias derivadas de la edad y que, después de pagar entradas desde 60 hasta 180 euros -las más cercanas al escenario-, incluso obvia como puede la 'acústica cáustica' de este Wanda en el que ganar o perder depende de la ubicación de cada cual. Lo relevante para la congregación es, en definitiva, que ahí está el viejo rockero -antaño rubiales, ahora con el pelo totalmente blanco, aunque aparentemente igual de irresistible para el gentío por muchos lustros que pasen-, que pone sobre las tablas todo el magnetismo imaginable al frente de una banda conformada por otros seis miembros.
Entre todos mantienen la maquinaria carburando a piñón fijo
Porque los Bon Jovi de 2019 tienen poco que ver con los que debutaron en 1984, con un Jon ahora más protagonista que nunca -y eso es mucho decir cuando siempre ha sido el presi de la corporación- flanqueado por los otros dos integrantes originales, que aún algo de atención reciben: El baterista Tico Torres -buena pegada- y el teclista David Bryan -arreglista preciosista-. Junto a ellos, el guitarrista Phil X -preciso, talentoso y enérgico aunque incapaz de hacer olvidar al añorado Richie Sambora seis años después de su marcha-, el efectivo pero invisible bajista Hugh McDonald, el guitarrista de apoyo John Shanks -también coproductor de los reguleros tres últimos discos del grupo- y el percusionista Everett Bradley.
Saben lo que se hacen y entre todos mantienen la maquinaria carburando a piñón fijo sin grandes estridencias a mayor gloria del jefe -que se lleva todas las miradas mientras el resto, salvo momentos muy puntuales, se queda como mera banda impersonal de acompañamiento-, derramando casi sin querer sobre los asistentes canciones de todas las épocas del grupo, si bien fueron los himnos del milenio pasado los que claramente mayor alegría y alboroto provocaron.
Repertorio variado
Así las cosas, sonaron temas más recientes como 'This house is not for sale' -que abrió la velada y da título a su más reciente disco, de 2017, motivo de esta gira-, 'Rollercoaster' 'We don't run', 'Lost highway' o 'Whole lot of leavin', 'Amen', junto a otros singles sobradamente eficaces del siglo XXI como 'We weren't born to follow', 'Have a nice day' o su último gran éxito de impacto real de allá por el 2000, 'It's my life'.
Temas correctos y disfrutados colectivamente, pero que palidecen frente a los viejos clásicos de sus mejores años, que sí levantaron sin anclajes al personal. Himnos del rock de estadio de los ochenta y de los noventa que marcaron a toda una generación (o dos) y que, aunque con algo menos de fuerza por el inevitable paso del tiempo, mantienen una buena pegada -tampoco fue nunca lo de Bon Jovi una salvajada de esas físicas, sino más bien un estruendo amable y controlado-.
Canciones como 'Raise your hands', 'Bad Medicine' -primera eclosión real del recital-, 'Lay your hands on me' -esas manitas arriba y todo el estadio cantando-, 'Runaway' -el pelotazo de 1984 con el que empezó todo-, 'Keep the faith' -aquí se luce Phil X-, 'Bed of roses', 'Blood on blood', 'Wanted dead or alive' o el contagioso estribillo de 'Livin on a prayer' marcaron el ritmo de una buena noche de rock (después de todo) y sobresalieron sobre el resto debido a su profundo calado en la gran mayoría de los asistentes.
Un repertorio repleto de éxitos que contentó a todos, en definitiva, pues la parroquia encontró lo que buscaba: El espejismo imposible de la eterna juventud hecho estribillo. El rock de estadio está mayor, pero aún quiere fiesta. Porque el rock de estadio somos todos exigiendo a las grandes bandas que nos mantengan jóvenes para siempre. Nadie puede ganar la batalla contra el paso del maldito tiempo, pero justo para eso se paga una entrada para un macroconcierto de Bon Jovi. Ese es el trato, ese es el truco.
Así que, aún con algunas dudas, ITV pasada con holgura para Bon Jovi en Madrid -otros titanes mayores como Mick Jagger o Bruce Springsteen no dejan tantas incertidumbres- en una jornada en la que el rock comenzó a sonar, hay que mencionarlo necesariamente, con la fuerza desbocada de Marea como teloneros de lujo. Los navarros, después de triunfar hace dos semanas en La Caja Mágica ante 30.000 acólitos, se presentaron rotundos este domingo de nuevo en la capital ante un público ajeno en su mayoría, pues poco o nada -¡nada de nada!- tiene que ver Jon Bon Jovi con Kutxi Romero. Pero eh, esa es la gracia de las parejas de baile inesperadas.
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