Manolillo llegó al mundo sabiéndose ya huérfano. Su madre lo tuvo sola, sin tener una dirección a donde escribir al padre de aquel niño. A su marido. La Guerra Civil estaba terminando y ella estaba casada con un republicano, con un antiguo miembro del Partido Comunista. Con el poeta Miguel Hernández.
No se sabe cómo recibió la noticia, en aquel momento iba de ciudad en ciudad buscando no ser encontrado. De lo que sí se tiene certeza es que desde que lo supo nada más ocupó su cabeza.
A Miguel Hernández la policía de Salazar le pilló entrando en Portugal el 15 de mayo de 1939. El régimen de Franco ya era casi una realidad y no tardaron demasiado en entregarlo a España. En abril el poeta ya dormía en la cárcel, primero en la de Sevilla, poco después en la de Torrijos en Madrid.
Pequeña, oscura, la libertad se le fue en aquella prisión, en aquella ciudad a la que años antes había acudido para dejar atrás las cabras y convertirse en escritor, en poeta. En su celda los pensamientos le caían con demasiada fuerza. Ya había perdido a un hijo y no quería que Manolillo corriese la misma suerte. Su impotencia por no conocerle, por no poder estar allí con él se unía a una angustia atroz al saber que la situación para su mujer cada vez era más difícil.
Su comida era pan y cebolla y con aquello su pecho no se hinchaba lo suficiente
Josefa Manresa le escribía constantemente. Le contaba como estaba el niño, que querían ir a verle, que nos les dejaban porque su matrimonio por lo civil ya no les convertía en familia. También que la comida era escasa. Que ya no tenía con qué alimentar a aquel bebé que lloraba agónico por algo de leche. Que su comida era pan y cebolla y con aquello su pecho no se hinchaba lo suficiente.
Fue la agonía que generó en Miguel Hernández aquella noticia, la impotencia de no poder hacer demasiado, la imposibilidad de ir a Orihuela con ellos, el miedo a que Manolillo se muriese de hambre, lo que le llevó a escribir uno de sus poemas más conocidos. También uno de los más duros. Nanas de la cebolla salió en forma de carta en septiembre de 1939 de la Cárcel de Torrijos. Hoy se cumplen 80 años de aquellos versos que estremecen e intentan esperanzar. De un poema que reflejaba la situación de muchos en aquella posguerra de patatas peladas al ras, de aquellos años de ausencias y exilios.
Nanas de la cebolla es rápido, es directo. Y se convirtió en el poema que cierra su Cancionero y romancero de ausencias, el poemario que el poeta escribió en la cárcel. En él se pueden ver dos historias, la de la agonía por el hambre, el dolor por no poder estar y la de la esperanza. Hernández intenta a partir de la mitad de este poema dar ánimos a su hijo. Con versos como "Tu risa me hace libre,/me pone alas./Soledades me quita,/cárcel me arranca./Boca que vuela,/corazón que en tus labios/relampaguea", le pide que ría, que grite de felicidad porque es está la suya y sin ella la prisión es doble.
Me dice tu madre que no te gusta mucho el juguete que te he mandado y que te gusta más el biberón. Mejor. A mí me pasaría lo mismo"
Pasaron los meses, llegó enero, el cumpleaños de Manolillo y le escribió: "Manolillo de mi alma; sabrás que hoy has cumplido tu primer año, y que tu padre te felicita como puede, desde tan lejos. Puesto que ya andas, ven aquí conmigo y aprenderás a ser hombre en la cárcel, donde tantos hombres desaprenden. Me dice tu madre que no te gusta mucho el juguete que te he mandado y que te gusta más el biberón. Mejor. A mí me pasaría lo mismo".
De la Cárcel de Torrijos consiguió salir poco después de aquella carta de felicitación. Pasó algún tiempo libre pero a los meses volvió a ser detenido y entró en la prisión de Conde de Toreno en Madrid, de allí a otra cárcel en Alicante. Le juzgaron. Le condenaron a muerte en 1940. Aún no había visto a su hijo y el dolor es inmenso. Pero la esperanza le llega cuando un grupo de intelectuales suplican por su vida y la pena cambia del paredón a 30 años de cárcel.
Dos años más tarde, en 1942, consiguen que Josefa y Manolillo puedan ir a verle. Acuden los dos a la cárcel, el niño sólo tenía 3 años. Ven como sacan a Miguel Hernández entre dos hombres, como le colocan ante una reja, justo frente a ellos. Entre los tres, barrotes. En las manos del poeta trozos de papel higiénico, en ellos una serie de cuentos que le había ido escribiendo a su hijo. Cuentan que intentó dárselos en la mano, que no le dejaron tocarle. Que un guardia fue quien se los dio a Josefa y que ella se los guardó con cuidado en el bolsillo.
El 28 de marzo de 1942 Miguel Hernández falleció en el Reformatorio de Adultos de Alicante. Lo hacía repleto de llagas y con los ojos abiertos, se negaba a dejar de mirar. Lo hacía sin poder haber tocado a su hijo.
A Manolillo las Nanas de la cebolla y aquellos cuentos le llegaron años más tarde. Su madre los había guardado, incluso había cosido el papel en forma de libro. "Cuando el niño supo leer lo hice dueño del libro, pero más bien su lectura le hacía llorar al acordarse de su padre. Ahí están los borrones de las lágrimas que caían en las páginas", asegura Manresa. A muchos españoles a través de Joan Manuel Serrat en 1972.
Manuel Miguel, Manolillo, vivió toda su vida acordándose de su padre. Releyendo aquellos poemas, leyendo todos los demás. Se casó, tuvo dos hijos, pensó en el poeta cada día. Murió en 1984, con 45 años y un niño recién nacido. Murió conociendo a su padre a través de sus versos, a través de los ojos de su Manresa.
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
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