Empresas que ya no cargan con trabajadores, sino con socios, a los que no hay que pagar cuando están enfermos, que se encargan de invertir su dinero en material para el trabajo, que no cobran horas extra, que funcionan por objetivos. Y llega el quiebro, porque ser socio suena bien y es terrible. Y es mentira.
Porque en realidad eres un currito, cobras como tal y porque lo hacen para desentenderse de sus obligaciones como empleadores. Eres un falso autónoma y nadie aguanta el ritmo, porque este modelo, el del transportista, el del rider, este nuevo capitalismo, quema.
De todo esta trata Sorry we missed you, la nueva película de Ken Loach que se estrena, después de impactar en el Festival de San Sebastián, este 31 de octubre. El director inglés representa el nuevo concepto de trabajo, el paro del progreso, en una familia de clase media, que ya es baja, con dos niños.
En una madre que trabaja de 7.30 a 21, en un padre que se ha comprado una furgoneta para empezar su "propia empresa" dentro de una más grande. En la rabia y furia adolescente y en una infancia sin tiempo para la inocencia.
El protagonista es un padre que entra dentro de una empresa de transporte, se encarga de llevar paquetes, 14 horas al día, 6 días a la semana y al que su familia, poco a poco, se le desmorona. La falta de tiempo, la distancia, un hijo que pasa de los grafitis a robar, a no ir a clase. La precariedad del trabajador constante.
Loach, que ya tiene 83 años, nos muestra la vuelta de tuerca de una sociedad que consiguió los derechos laborales y a la que le han vuelto a ser arrebatados. De cómo ya da igual que dediques tu vida al trabajo porque el progreso, otra vez, parece venir de cuna.
Porque, como dijo él en una entrevista a RTVE, "las grandes empresas compiten en precio. No cubren ya vacaciones ni bajas: toda la responsabilidad es del trabajador. El modelo de negocio Amazon, a largo plazo, es insostenible. En primer lugar por la increíble desigualdad: Jeff Bezos tiene una riqueza que no puede ni imaginar. Y la gente que trabaja para él son desesperadamente pobres”.
Una desesperación que Loach muestra perfectamente en una escena en la que el padre, después de recibir una paliza, tiene que ir con la cara destrozada y las manos vendadas a trabajar porque sino pierde su empleo. "No tengo otra opción", le grita a su hijo mientras este intenta que no salga de casa.
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