El escritor argentino más internacional. Sus obras revolucionaron el panorama literario de Latinoamérica, dicen que fueron puente de paso al realismo mágico. También el hombre que despreció a Perón, apoyó a Jorge Rafael Videla y recibió un homenaje de Augusto Pinochet.
Su nombre está tan relacionado con la letras como con la política. Y fue está quien más le quiso y quien peor le trató. Sus ideas le sacaron de director de una biblioteca municipal para degradarlo como “inspector de aves, conejos y huevos”. Tiempo después, en 1955, le devolvieron a los libros, pero esta vez como director de la gran biblioteca argentina, la Nacional.
Leído con devoción por miles y criticado por otros tantos, nunca se mordió la lengua y llegó a llamar «administración de caballeros» a una dictadura militar que asesinó a miles de personas, aunque él mantuviera después posiciones tibias en el asunto. El Premio Nobel se le escapó de las manos por no ser considerado políticamente correcto.
Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899- Suiza, 1986) nació en una familia rica, culta, católica y escasamente sentimental. Su padre, abogado, sentía devoción por la literatura e incluso llegó a escribir un libro: El Caudillo. También se dedicó a traducir algunos libros del inglés, lengua que había aprendido de su madre, la abuela de Borges, una dama británica que influyó decisivamente.
Aunque al principio vivieron en el centro de Buenos Aires, al poco tiempo se alejaron al barrio de Palermo. A la calle Serrano,y que ahora lleva su nombre, donde en el número 2135 vivieron hasta que Jorge Luis cumplió los 15 años. En aquella casa el ruido era bilingüe y los libros colapsaban habitaciones. El afán lector de su padre entró de inmediato en el incipiente Borges de aquellos años. Como él diría años más tarde: «Él me reveló el poder de la poesía: el hecho de que las palabras sean no sólo un medio de comunicación sino símbolos mágicos y música».
Fue en 1914 cuando su familia puso rumbo a Europa. Su padre había tenido que dejar su puesto como profesor, sus ojos le comenzaron a fallar, ya no veía más que sombras y acudieron al viejo continente buscando algo de ayuda médica.
Llegaron a una Ginebra que resplandecía, donde Borges encontró otra patria. Pasó cuatro años feliz. Alejado de las críticas que recibía de sus antiguos compañeros porteños por su tartamudez. Siendo considerado inteligente y eficaz. Leyendo desaforadamente a Rimbaud, aprendiendo alemán a través de un diccionario y escribiendo sus primeros versos en francés. En aquel lugar, en aquel colegio que le acogió, se encontró cómodo. Todos eran extranjeros como él, la mayoría exiliados de países a los que la gran guerra europea no había dado tregua.
Los años en España y vuelta a Argentina
A finales de 1918, en diciembre, decidieron cambiar de aires y desembarcaron en Barcelona, aunque no tardaron mucho en poner rumbo a Palma de Mallorca. Su estancia aquí fue interesante y se puede decir que aunque corta, solo vivieron en la isla 10 meses, le sirvió al ya casi escritor argentino para comenzar a entender el mundo, su mundo.
Se dedicó a traducir a expresionistas alemanes, perfeccionó un latín que había estudiado años atrás y comenzó con el árabe. Su cabeza ya leía de todo en varios idiomas, Así que en Sevilla, donde llegó en 1919, tuvo acceso inmediato en las mejores tertulias del Café Colonial. Los intelectuales, las glorias locales y los juntaletras del lugar lo acogieron como a uno más, hasta que con 20 años Borges se trasladó a Madrid donde escribió Los naipes del Tahúr y el compendio de poemas Los salmos rojos, que se publicaron en entregas en una revista.
Comienza con estos versos su interés en la política. Aquí realiza un elogio a la Revolución rusa, algo de lo que no tardó en renegar pero que le perseguiría durante muchos años.
Madrid, sí, fue su capital de la gloria. La ciudad era un nido de escritores, todos alrededor de las numerosas tertulias que prendían como hogueras en los cafés de madrigada. Aquí conoció a Ramón Gómez de la Serna y, sobre todo, a su primer maestro: Rafael Cansino-Assens. Uno y otro le hicieron sitio en la tertulia del Café Pombo y otra vez su cabeza genial causó sensación. Poco a poco conoció el movimiento ultraísta, que se apoderó de él durante estos años de formación. En esta época también empieza a colaborar en revistas literarias, tanto españolas como francesas y al volver a su país, en 1921 y con ayuda del escritor, abogado y filósofo Macedonio Fernández, fundó dos revistas: Prima y Prosa.
Aún con la influencia de los escritores españoles, Borges escribe y firma su propio manifiesto ultraísta. En este asegura que el ultra debe "imponer facetas insospechadas al universo. Pide a cada poeta su visión desnuda de las cosas, limpia de estigmas ancestrales; una visión fragante, como si ante sus ojos fuese surgiendo auroralmente el mundo".
Gómez de la Serna: "Me quito el sombrero ante Borges con este saludo hasta los pies"
Y con esa idea se puso a publicar. En 1923, aparece en las librerías su primer libro de poesía, Fervor de Buenos Aires. Algo más de una treintena de poemas dedicados a su ciudad y cuya portada ilustró su hermana Norah. "Todo este libro, escrito cuando el descendiente y asumidor de todo lo clásico ha bogado por los mares nuevos, vuelve a ser normativo, con una dignidad y un aplomo que me han hecho quitarme el sombrero ante Borges con este saludo hasta los pies", aseguró Gómez de la Serna en cuanto lo leyó.
Tras este poemario, comenzó a cambiar su visión de la literatura, de las letras, se alejó del ultraísmo que él mismo había llevado a Latinoamérica y en 1935 publicó una serie de relatos breves bajo el título Historia universal de la infamia.
Ya como reconocido escritor, crítico literario y traductor (se había encargado de obras de William Faulkner, Henri Michaux o Virginia Woolf) entró como bibliotecario en la Miguel Cané de Buenos Aires. Fue en 1937 y allí se mantuvo, mientras iba dando conferencias y alguna clase de literatura inglesa, hasta mediados de los 40.
Durante ese tiempo publicó Antología de literatura fantástica, junto a otros dos grandes escritores, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, también Antología Poética Argentina, en 1941, y El jardín de los senderos que se bifurcan, con el que consiguió el Premio Nacional de Literatura.
Estela Canto y El Aleph
Fue en 1944 cuando aparece una jovencísima Estela Canto. Guapísima, cultísima, rarísima... y se le metió hasta el tuétano. Se enamoró locamente y ella lo despachó con un "me conmueves". Sería Estela quien años más tarde inspiraría fragmentos de uno de sus mejores cuentos, El Aleph. También la que, cuatro décadas más tarde, vendería a una casa de subastas el manuscrito original por 25.000 dólares.
Pero volvamos a la década de los 40. A los dos años de tocarse con Canto la vida se le truncó, o quizá le ofreció un camino que luego se vislumbra más sólido y mejor. En 1946, Perón llegó al poder y los artículos que Borges había escrito criticándole y las líneas que le dedicó tras ser nombrado presidente -"Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos, vivas y mueras prefijados, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez..."- le pasaron factura.
Perón las leyó y al poco tiempo le echaron de la dirección de la Biblioteca Miguel Cané y le degradaron a “inspector de aves, conejos y huevos”.
Nunca aceptó el cargo, incluso llegó a decir, en su sofisticada ironía, que no estaba preparado para aquella función. "Seguro que hay mucha gente con mejor formación para esto", alegó. Quizá lo que más le dolió no fue su retiro forzoso sino la detención de su madre y su hermana durante algunos días, algo que jamás les perdonó.
Pero decidió rehacerse y buscar cobijo en otro lugar. Se dedicó a leer, a escribir, a dar más conferencias (de donde salía su sustento) y a revisarse por dentro él mismo.
Borges empieza a pisar las primeras baldosas de su gloria. Le llegó el verdadero reconocimiento
Y llegó El Aleph. En 1949 publica el libro, dedicado a Estela Canto, y entonces sí: Borges empieza a pisar las primeras baldosas de su gloria. Le llegó el verdadero reconocimiento. Esta publicación coincide en el tiempo con un vuelco en la política argentina. Un golpe militar, llamado Revolución Libertadora, destituyó a Perón y Borges, que nunca había dejado de ser crítico con su gobierno, se convirtió en director de la Biblioteca Nacional de Argentina.
Además, unos años más tarde se le otorgó el Premio Formentor. Cogió impulso. Siguió publicando. En prosa, en verso. Siguió traduciendo, editando. Despegó como el escritor argentino más internacional. Su nombre comenzó a sonar en las quinielas del Premio Nobel. Jamás se le otorgó. Según diría más tarde su mujer y muchos escritores, "por sus ideas políticas".
Durante aquellos años de éxito apareció Elsa Astete Millán. Una escritora que había sido amiga de la infancia de Borges y que acababa de enviudar. No tardaron en casarse, era su primera mujer. Él tenía 68 años y ella 57.
El matrimonio, que el escritor aseguró haber estado esperando toda su vida, duró apenas 3 años. Y en 1975, cuando la madre de Borges murió, apareció en escena María Kodama. Primero fue alumna del escritor se convirtió y después su fiel compañera de viajes, en la mujer que vio cómo la ceguera que el argentino había heredado de su padre se iba cebando con sus ojos.
Poco después, volvió el peronismo, regresaron las sospechas, las suspicacias y las críticas, los llamó «los años del oprobio» y otra revolución, otro golpe de estado, otra destitución de este gobierno que él aborrecía le llevó a cometer el que muchos consideran su mayor error.
El 19 de mayo de 1976 Jorge Luis Borges acudió a un almuerzo con el dictador Jorge Rafael Videla y con el secretario general de la Presidencia, general José Villarreal. Al terminar la comida, posaron para una foto ante la prensa y el escritor no tardó en asegurar que se trata de un "gobierno de caballeros". Además, aseguró que aquellos militares iban a salvar a su país. Ellos consiguieron el apoyo que necesitaban de los intelectuales y Borges quedó atrapado en esa imagen de la infamia.
Pero hubo más deslices, más pasos en falso, más errores difíciles de justificar. Ese mismo año, en plena dictadura chilena de Augusto Pinochet, Borges acudió como invitado al país. Aseguró que el dictador era cordial y bondadoso, «una excelente persona» y recibió una medalla honorífica.
No fue hasta cuatro años más tarde, cuando unas señoras que habían perdido a sus hijos -éstos habían desaparecido- se presentaron en su casa y él, después de escucharlas, cambió de opinión. Comprendió que aquella dictadura había «hecho desaparecer» a mucha gente de manera indiscriminada. "A miles de opositores políticos". En una entrevista publicada en el diario bonaerense La Prensa, Borges, con 81 años y ya ciego, aseguró que ya no podía «permanecer silencioso ante tantas muertes y desapariciones". "No apruebo esta forma de lucha para la cual el fin justifica los medios", sentenció. Quizá demasiado tarde para muchos.
En 1986 descubrió que un cáncer le estaba invadiendo. No quiso ser un asunto nacional. No quiso aparecer enfermo en periódicos y revistas y se largó. Se fue con Kodama a Ginebra, su otra patria. Al verse ya moribundo se casó con ella y le dejó a cargo de su legado. Ella es ahora quien custodia sus letras, sus objetos y su memoria.
“Dicen que soy un gran escritor, agradezco esa curiosa opinión, pero no la comparto. El día de mañana, algunos lúcidos la refutarán fácilmente y me tildarán de impostor o chapucero o de ambas cosas a la vez. No he cultivado mi fama, que será efímera”, había asegurado sobre él mismo, cometiendo otro error.
El escritor argentino más internacional. Sus obras revolucionaron el panorama literario de Latinoamérica, dicen que fueron puente de paso al realismo mágico. También el hombre que despreció a Perón, apoyó a Jorge Rafael Videla y recibió un homenaje de Augusto Pinochet.
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