No le sirvieron los amigos. Tampoco funcionó quién era su familia. A Luis Rosales le robaron el alma al sacar a Federico García Lorca de su casa en Granada. El poeta acudió a él y a sus hermanos pensándoles intocables y a los días lo encontraron, lo secuestraron y le pegaron un par de tiros por "maricón y rojo".
Fue su asesinato lo que acompañó al padre de la generación del 36 durante toda su vida. Lo que le hizo ser traidor para unos y otros. No ser querido por ningún bando y ser ninguneado por ambos.
Vivió con ese peso hasta el fin de sus días, queriendo a su país y viendo cómo éste se desangraba. Amando la poesía y comprobando que los que habían comenzado a publicar cuando todo se desmoronaba cayeron en el más cruel de los olvidos. Su generación fue la generación perdida, su nombre el que siempre se relacionó con la ejecución más conocida de la Guerra Civil.
Luis Rosales Camacho (Granada, 1910 - Madrid, 1992) nació en el número 7 de la calle Alcaicería de Granada en una familia rica, conservadora y católica a principios del siglo XX. Su padre era dueño de los almacenes La Esperanza y allí estuvo trabajando durante el bachillerato, que cursó en el colegio de los Escolapios de la ciudad andaluza.
Soñador, luminoso, se adentró en la literatura en los grupos que orbitaban alrededor de la revista Gallo, con la generación del 27 muy presente y con Lorca como miembro prominente. En una época en la que la libertad ya parecía un bien común, Rosales contemplaba tranquilo el mundo. Y empezó a escribir de la misma manera, sereno, pacífico, puro.
Pese a que la cabeza le tiraba a la imaginación, fue el Derecho lo que le llevó a la universidad. Se matriculó en Granada y en los años 30, a principios, se fue a Madrid a continuar estudiando, esta vez Filosofía.
En el bolsillo llevaba dos cartas con la firma de Lorca, una para Salinas y otra Guillén
Allí encontró a Ortega, Américo Castro, Menéndez Pidal Salinas, "hasta doscientos profesores que uno elegía libremente", aseguró. Él entró con buen pie en el mundo literario de la capital, en el bolsillo de su chaqueta llevaba dos cartas con la firma de Lorca, una para Pedro Salinas y otra para Jorge Guillén que le hicieron hueco en la revista Los Cuatro Vientos y le dieron confianza para publicar su primer libro, un conjunto de poemas titulado Abril.
Tu leve paso indolente
deja en mis ojos su aroma,
los ojos en donde toma
revelación permanente;
bienaventuradamente
nacieron para el olvido,
tu piel de asombro encendido,
tus ojos de limpio viento,
y esta ternura que siento
«herido de amor huido».
El último verso se lo había "robado" a Lorca. La relación entre ellos era cada día más estrecha. Distantes políticamente, la República les proporcionó el ambiente favorable para engancharse por la literatura. Versos y más versos, Rosales encabezaba una nueva generación, la siguiente a la del 27, que tenía que luchar por darse a conocer detrás del grupo de escritores, poetas y artistas más astutos de las últimas décadas. Sus poemas comenzaron a publicarse en la revista Caballo verde para la poesía, fundada por Pablo Neruda y donde también aparecían versos de Vicente Aleixandre o Miguel Hernández.
Su padre le pegaba cada vez que le veía leer por la noche. Para él los libros significaban perder el tiempo, […]
Pero llegó la Guerra Civil. A él le pilló en Granada, dentro de una familia falangista con contacto intenso e incluso miembros en el núcleo duro. En la ciudad se refugió Lorca, maricón y rojo, poeta y militante. Buscó ayuda en casa de su amigo y cómplice y éste y sus hermanos no dudaron en acogerlo. Pero las ciudades eran entonces pequeñas como plazas, con los mismo rumores, ojos en cada esquina y a mediados de agosto de 1936, cuando Rosales no se encontraba en casa, entraron. Un escuadrón falangista con Ramón Ruiz Alonso al mando, se lo llevó. El día 18 de ese mismo mes, lo ejecutaron. Varios tiros acabaron con la vida del poeta y dramaturgo español. Varios tiros hicieron del conflicto, para muchos, algo más terrorífico de lo que habían imaginado.
A Rosales la noticia lo destrozó. Las acusaciones le parecieron falsas, infundadas. Sabía que las balas habían llegado al cuerpo de Lorca por "maricón", por "rojo", que nada tenía que ver él con el comunismo ni con los rusos. Muchos años más tarde se descubrió esta carta que envió Rosales tras su asesinato, aún se desconoce el destinatario:
«Muy señor mío:
Contestando a su carta, le doy los datos que me pide. Federico García Lorca fue fusilado por los rebeldes (falangistas). La detención, una verdadera expedición, a cuyo frente iba Ramón Ruiz Alonso. La acusación que se hizo para asesinarle es que era espía ruso. La sentencia de muerte fue dictada por el gobernador civil. La noticia de su muerte, publicada en los periódicos de Granada, fue la siguiente: “Se ha encontrado a Federico García Lorca en el campo muerto por heridas de bala (se quería simular que había muerto en combate)”. Ninguno de estos datos es verdad. De todos los males que pueden sobrevenirnos el peor es la guerra civil.
Atentamente, Luis Rosales»
Su posicionamiento a favor del poeta, denunciando su muerte le llevó a recibir amenazas, una multa y su expulsión, aunque solo temporal, del partido falangista.
Y aún le quedaba sufrimiento. Un día después de la muerte de Lorca, Joaquín Amigo, catedrático de Literatura, redactor en la revista Gallo, íntimo de Rosales, era lanzado por los republicanos a las aguas del Tajo en Ronda. Tras su muerte a Rosales solo le salió escribir: "Él, que me enseñó a vivir!".
Ver tal desastre a su alrededor, ver a un país desangrarse desde dentro le llevó en 1937, bajo la atenta mirada de todo el mundo, a publicar en el diario Patria de Granada el poema La voz de los muertos.
Calla. Tienes que oírla. Es la voz de los muertos
polvo en el aire, polvo donde se aventa España;
abre a la luz los ojos que nunca amanecieron,
y las islas recuerdan que las unió la espuma,
y los mortales oyen:
Ya la tierra no existe,
la tierra que reposa, como un niño, en las aguas,
la tierra expedientada que mantiene en el aire
la duración del ser frente a la muerte clara.
Todo está desolado como un lecho vacío.
No hay que llorar.
No llores.
Quiso, con esto, mostrar el dolor de ambos bandos. Rendir homenaje a los que habían caído y todos los que estaban por caer. No había política en estos versos, no había ninguna exaltación, no había triunfo ni gloria. Había muerte, que fue lo único que él percibió durante aquellos años.
Sus ideas ya habían empezado a cambiar. Del convencido que fue en su juventud a una postura más distante de todo, más desengañado, más roto. Pese a eso, tenía claras sus preferencias y como miembro de una familia falangista de primera hora, y pese a saber los errores de su bando, continúo defendiéndolo.
En 1937 comenzó a colaborar con la revista falangista Jerarquía, después con el diario Arriba España, la revista Escorial y dirigió Cuadernos Hispanoamericanos. En 1939 publica La mejor reina de España. Figuración en prosa y verso.
El reconocimiento literario le llegó en 1949. Publicó La casa encendida y recibió el Premio Nacional de Poesía. Cuentan que escribió este poemario en tan sólo una semana. Contenía versos, como el que aparece unas líneas más abajo, donde mostraba un fuerte optimismo por la recuperación. La luz en la oscuridad:
Al día siguiente
-hoy-, al llegar a mi casa -Altamirano, 34-era de noche
y al mirar hacia arriba,
vi iluminadas, obradoras, radiantes, estelares
las ventanas
-sí, todas las ventanas-;
gracias, Señor, la casa está encendida.
Dos años más tarde publicó Rimas, otro poemario en el que había estado trabajado desde 1937 y que le llevó a conseguir el Nacional de Literatura.
Además, durante unos meses, desde finales de 1949 y principios de 1950, participó en la conocida como "misión poética". Leopoldo Panero, del que fue íntimo amigo, el embajador Agustín de Foxá, Antonio Zubiaurre y Rosales recorrieron varios país iberoamericanos para intentar restablecer las relaciones diplomáticas entre éstos y la dictadura de Franco.
A Leopoldo Panero Torbado lo conocemos por él, por sus hijos y por su mujer. Una familia de litio desequilibrado, […]
En los años 60, comenzó a publicar ensayos: Cervantes y la libertad, Pasión y muerte del Conde de Villamediana. En 1966, El sentimiento del desengaño en la poesía barroca; en 1970, El contenido del corazón, por el que recibió el Premio de la Crítica.
Y continuó escribiendo más y más. En 1972 recibió el Premio Miguel de Unamuno por su ensayo Garcilaso, Camoens y la lírica española del Siglo de Oro y en 1973 publicó el Gran Diccionario Enciclopédico Ilustrado del Reader's Digest en ocho volúmenes, que había dirigido y que en su segunda edición se completó con otros cuatro tomos, llegando a los doce.
Con una mentalidad mucho más abierta de la esperada y con un país que ya abría algo los ojos, en 1978 se puso a los mando de la Nueva Estafeta. Allí se podían leer textos en euskera, en gallego, en catalán y en castellano, algo inédito en aquella época.
"Hay amores que duran algo menos que un beso,/ y besos que han durado algo más que una vida"
Y en 1979 armó uno de los más hermosos libros de poemas de amor de la segunda mitad del siglo XX en España: Diario de una resurrección. Una joven madrileña fue la 'causa' de aquel renacer, de tanta euforia, de ese volar tan alto buscando al otro, feliz de haberla encontrado, seguro de que "hay amores que duran algo menos que un beso,/ y besos que han durado algo más que una vida", como escribió en uno de esos poemas. "Es el libro más abarcador de vida que he escrito, con el aspecto tremendo de llegar desesperada y alegremente a la vejez", comentó al presentarlo.
Unos años más tarde, en 1982 obtuvo el Premio Cervantes y entre 1986 y 1992 colaboró de manera periódica con el diario ABC, columnas y ensayos sobre pintura, literatura. Sobre el arte en todas sus expresiones.
Se hizo mayor y una embolia cerebral se le llevó el habla. "Luis era un socrático que pensaba hablando. Por eso, durante estos últimos años ha sido un sufrimiento verlo reducido a la mudez", dijo la poetisa Paca Aguirre, que durante 15 años trabajó junto a él.
El 24 de octubre de ese año, Rosales murió en la clínica Puerta de Hierro de Madrid. Se fue la cabeza de la generación del 36, la pérdida, el amigo de Lorca, el falangista, el traidor, el apolítico al hablar de cultura.
Durante los últimos años de su vida se intentó redimir su memoria. El ensayo La calumnia. De cómo a Luis Rosales, por defender a Federico García Lorca, lo persiguieron hasta la muerte (Mondadori, 1987), escrito por Félix Grande, su discípulo y amigo, intentó poner sobre la mesa la injusticia que sufrió el poeta al ser considerado cómplice por unos y traidor por los otros. «A mí lo de Federico me salió mal. Yo le di cobijo en mi propia casa pensando que jamás, nadie se iba a atrever a sacarlo de allí, pero la historia se encargó de demostrarme que estaba equivocado. Después de llevarse a Federico de mi casa, hubo incluso quien apostaba por depurarnos a mi hermano Pepiniqui y a mí, y eso que eran de los nuestros», llegó a decir.
También se descubrió que pasó penurias económicas que le llevaron a vender su biblioteca de 13.000 volúmenes por 40 millones de pesetas, y que, en cambio, cuando le ofrecieron millonadas por hablar de qué había ocurrido en Granada, en su casa, con Lorca, rechazó cualquier cantidad diciendo: "Para mí la muerte de Federico es una llaga, y de una llaga no se come".
No le sirvieron los amigos. Tampoco funcionó quién era su familia. A Luis Rosales le robaron el alma al sacar a Federico García Lorca de su casa en Granada. El poeta acudió a él y a sus hermanos pensándoles intocables y a los días lo encontraron, lo secuestraron y le pegaron un par de tiros por "maricón y rojo".
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