En diciembre de 1847 tres hermanos imprevistos irrumpieron en la literatura desconcertando a críticos y lectores. Eran Currer, Ellis y Acton Bell. En el mismo mes habían publicado cada uno una novela. La que más éxito tuvo, la que más reconocimiento consiguió fue la que les descubrió como una farsa.
Se trataba de ‘Jane Eyre’ y su verdadero autor no era un hombre despojado de prejuicios y con una imaginación feroz, sino una joven de un pequeño pueblo británico que había conseguido conquistar al público.
Ella se desveló como la verdadera autora de la novela y también descubrió a sus hermanas, Anne y Emily, como las escritoras de ‘Agnes Grey’ y ‘Cumbres borrascosas’.
En cuanto sus firmas se volvieron femeninas, las escenas fuera de tono que habían resultado divertidas pasaron a ser poco decorosas, sus nombres, sobre todo los de Emily y Anne, incluso vapuleados por la hipocresía de los moralistas victorianos. Para Charlotte fue más fácil, ya que ‘Jane Eyre’ tuvo tanto éxito que cuando se destapó que el autor era una mujer ya no había opción para borrar el ‘convoy’ de halagos.
Las Brontë se relacionaron durante años con una moral mojigata pero con cierta imaginación, con niñas de pueblo con pocos conocimientos y una vida triste y solitaria. Hoy sabemos que fueron un milagro en la época, mujeres cultas, libres y que congregaron un talento que ha pasado a la historia de la literatura.
Las hermanas Brontë nacieron en una Inglaterra de cinturón apretado y corsés asfixiantes. Su padre,Patrick, un pastor con una inteligencia asombrosa y cultísimo, había estudiado en la universidad de St John’s College, Cambridge, algo excepcional para un irlandés del sur con poco recursos. Dicen que consiguió entrar porque impresionó a los profesores y decanos con sus conocimientos, que al escucharle y leerle nadie puedo decir que no.
Fue él quien enseñó a sus hijos a leer y a escribir y, sobre todo, a imaginar. Charlotte Brontë (1816-1855), Emily Brontë (1818-1848) y Anne Brontë (1820-1849) nacieron en Yorkshire, Reino Unido y fueron las pequeñas de una familia de seis hermanos.
En 1920, cuando María Brontë dio a luz a su última hija, se trasladaron a Haworth, un pequeño pueblo inglés, donde un año más tarde les llegó su primera desgracia. María murió por la tuberculosis, dejando a su marido sólo con seis hijos, la más pequeña de tan solo unos meses.
Patrick Brontë se vio solo, viudo y con demasiados hijos. Intentó volver a casarse con la hermana de la que había sido su mujer, pero su familia se lo impidió. También tanteó a su primer amor, una chica que había conocido en la adolescencia, pero esta le rechazó.
Así se quedó en la casa parroquial de Haworth, en su condición de párroco, sin apenas dinero y con las paredes atestadas de libros. Quiso educar a sus hijos en casa, pero vio la necesidad de respirar un poco, quizá no podía con todo y los envió, menos a la pequeña Anne, a la escuela religiosa de Cowan Bridge en 1923.
Allí les obligaron a ponerse un uniforme que distinguía a los estudiantes más humildes de las clases altas, eran los Charity children (hijos de la caridad) y su vestimenta les provocó inmensas humillaciones. Pero aquello no supuso lo peor de aquel centro. Tan sólo un año después de llegar, a los castigos, las burlas, se les unió la enfermedad. Las dos hermanas mayores tuvieron que volver a casa aquejadas de tuberculosis y murieron al poco tiempo, una el 6 de mayo de 1825 y la otra, apenas un mes después, el 15 de junio.
El patriarca de los Brontë decidió no dejar allí al resto de sus hijos ni un minuto más y los trajo de vuelta a casa. Todos tendían a enfermar, a cierta debilidad física y su padre no quiso jugársela de nuevo. Ese año sería fundamental para la literatura, ya que fue aquella experiencia, el colegio y la muerte de sus hermanas, lo que llevaría a Charlotte a escribir Jane Ayre décadas más tarde.
Eran una cofradía de hermanos que escribía sagas del tipo Juego de Tronos"
Pero volvamos a 1826. De seis habían pasado a cuatro, nuestras tres protagonistas y su hermano Branwell, «un niño genio, el más entusiasta de los hermanos», como aseguró la escritora argentina Laura Ramos en Infernales, un libro que narra la vida de esta familia eliminando ciertos «mitos edulcorados».
Entre ellos comenzaron a crear mundos imaginarios, a vivir a través de su cabeza. Entre los cuatro escribieron cuentos, generaron historias, desearon, jugaron, miraron desde la literatura. Además, Bramwell también comenzó a pintar. «Eran una cofradía de hermanos que escribía sagas del tipo Juego de Tronos, maravillosas, llenas de imaginación», afirma Ramos.
Mientras se educaban con la biblioteca de su padre, recluidas en aquella casa, las dos mayores tuvieron la idea de irse. En 1942, Charlotte y Emily, con la escusa de ampliar su formación, de aprender idiomas, se largaron a Bruselas.
Allí Emily no aguantó mucho tiempo, pero Charlotte despertó. Gracias a unas cartas que aparecieron años más tarde, se ve cómo estaba desesperada por conseguir la atención de su profesor de retórica. De una sexualidad extrema, la mayor de las hermanas Brontë no era una mojigata de pueblo como nos vendieron. Tampoco la virgen de Haworth, como quisieron encumbrarla.
Lo mismo ocurrió con Emily y Anne, tildadas de niñas ignorantes, de aquella época se conservan documentos en los que se puede ver cómo traducían a Virgilio y Horacio del latín, cómo comenzaron a pensar que quizá ser mujer era algo injusto en la época.
Poesía y seudónimos
Cuanto todas se volvieron a reencontrar en Haworth -Charlotte no había aguantado mucho más en Bruselas- se alejaron de su hermano y comenzaron a escribir poesía. En 1846 publicaron Poemas de Currer, Ellis y Acton Bell haciéndose pasar por hombres. Ya habían comprobado que siendo mujer el talento decaída en la mirada del otro; incluso cuando Charlotte le enseñó uno de sus poemas a un colega, este le dijo que era maravilloso pero que se convertía en mediocre al saber que era suyo.
Publicaron aquel poemario con poco éxito. Solo se vendieron un par de ejemplares, pero se propusieron otro reto. Esta vez escribirían cada una una novela. Así nacieron, además de Jane Eyre y en el mismo año, Cumbres borrascosas (de Emily) y Agnes Grey (de Anne). Firmados por su alteregos masculinos, supusieron un hito en la historia de la literatura.
Imagínense, tres hermanos con talento, publicando el mismo mes, publicando el mismo año, tres novelas increíbles. Parecía de ciencia ficción y casi lo fue cuando la sociedad descubrió que no eran tres hombres, sino tres mujeres las autoras de las letras que les habían hecho volvar alto, pensar fuerte, desear ferozmente.
La obra de Charlotte, Jane Eyre, tuvo un éxito absoluto e inmediato. Bueno, más bien la novela de Currer Bell, el nombre que la firmaba. Allí contó, ficcionando los nombres, los horrores de aquella escuela a la que ella y sus hermanas habían tenido que ir. Habló de violencia, de normas estúpidamente estrictas, de alimentos en mal uso, de abusos. También narró el amor secreto de la protagonista con un profesor belga.
El escritor William Makepeace Thackeray fue uno de sus más fervientes defensores. Alzó la novela, asegurando que era de una calidad e inteligencia extraordinaria. También era un manifiesto con una carga feminista alucinante para la época y una lucha contra determinados sectores que Charlotte consideró opresores.
En la misma línea, con ciertos elementos similares pero con menos éxito y muy mala crítica, se leyó entonces Cumbres borrascosas. La novela de Emily, ya un clásico de la literatura gótica, muestra pasiones incontrolables, un ambiente romántico y misterioso que sobrecoge. Las duras críticas que recibió su obra en aquella época le hicieron recluise otra vez en aquel pueblo inglés, cuyas tormentas, vientos y lluvias habían inspirado a su novela.
Fue Agnes Grey, de Anne, la que pasó más desapercibido, aunque su segundo libro El inquilino de Wildfell Hall, se considera ahora uno de los primeros libros feministas. La pequeña de las hermanas se atrevió a mostrar a una mujer independiente y autosuficiente, algo poco común para la época victoriana.
La enfermedad como sino
Pero en 1848 todo se les trunca a las Brontë (otra vez). Su hermano Branwell, alcohólico y yonki, murió ese año, provocando una profunda depresión en Emily, que sentía predilección por él. Se sintió tan sola, tan triste, que cuando enfermó de tuberculosis no tuvo fuerzas para más y se murió al poco tiempo. Tenía apenas 30 años. A los cinco meses, la misma enfermedad se llevó a Anne. La tuberculosis acabando con la familia Brontë casi al completo.
Charlotte se quedó sola y decidió contarle al mundo quiénes eran los verdaderos hermanos Bell. Confesó que utilizaron esa identidad para poder publicar, para poder ser leídas y como todo el mundo adoraba Jane Ayre lo aceptaron sin mucha más polémica. Con sus hermanas no fueron tan amables.
La única Brontë que quedaba publicó dos novelas más, Shirley y Villete y se casaría con un ayudante de su padre, también clérigo. Pero la familia llevaba un sino complicado y al quedarse embarazada, con 39 años, algo impropio en la época, llegó la tuberculosis y se la llevó a ella y al bebé que esperaba.
Virgina Woolf escribió sobre Charlotte Brontë y sobre su novela Jane Eyre que "nos lleva apresuradamente a lo largo de todo el libro sin darnos tiempo de pensar, sin permitirnos levantar los ojos de la página (...) Al final quedamos empapados del genio de Charlotte Brontë, de su vehemencia, de su indignación". Hoy podemos encontrar más de 20 adaptaciones al cine y a la televisión.
También se ha escrito mucho sobre Anne y Emily, se ha hecho justicia con su nombre. Ahora nadie desconoce el nombre de Cumbres borrascosas y hay un auténtico movimiento que encumbra la figura de Anne. Las Brontë, 200 años después, siguen llenando titulares.
En diciembre de 1847 tres hermanos imprevistos irrumpieron en la literatura desconcertando a críticos y lectores. Eran Currer, Ellis y Acton Bell. En el mismo mes habían publicado cada uno una novela. La que más éxito tuvo, la que más reconocimiento consiguió fue la que les descubrió como una farsa.
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