Estoica, superviviente como pocas, Isabel Pantoja ha salido este viernes indemne de una "noche embrujada" de dificultades técnicas y prehisteria colectiva por el coronavirus que lleva a muchos a evitar multitudes como la congregada para celebrar con ella 50 años de música.
Como un bálsamo que merece la pena probar siempre que hay ocasión, cerca de 12.000 personas (según su promotor) han hecho oídos sordos a los alarmistas para disfrutar en el Wizink Center de la única cita que la diva ha dispuesto como retorno a los escenarios tras dos años de intensa agenda televisiva alejada de ellos.
Libre, sin casa discográfica que la tenga "enganchada" por primera vez en su carrera y con todo listo para lanzar en otoño "el álbum que le ha dado la gana grabar", la Pantoja ha salido en Madrid "como una fiera", tal y como anticipaba a Efe, "para ese público que lo merece todo" y que ya la abrazó en 2017 en este mismo espacio tras cumplir condena carcelaria.
Para ser esta vez un evento único y tan largo tiempo esperado, cierto es que el ritmo de venta de entradas no ha sido lo rápido que pudiera esperarse, pero también que al final pocas localidades han quedado vacías, casi todas en las gradas superiores y tras despachar un buen número de invitaciones.
"Todo es que se encuentren y hablen del amor / Yo sabré comprenderles / Y aceptar que la suerte / No está a mi favor", canta por Juan Gabriel en su último sencillo, "Enamórate", como si imaginara lo que se avecinaba esta noche, en la que ese anticipo de su próximo disco ha ejercido de arranque de la velada 15 minutos después de las 21 horas.
Le han pedido bata de cola, pero ella prometió que la aparcaba y así ha sido, sustituida por un aparatoso vestido rosa champán de Alonso Cozar, con una especie de capa de enormes hombreras abullonadas, lazos, incrustaciones brillantes y larga caída por detrás, de la que pronto se ha liberado para mostrar su silueta, moldeada por el "Supervivientes" de Telecinco.
Por contraste, el escenario mostraba una austeridad llamativa, incluso en el apartado de luces, con una orquesta que sí solventaba con pericia la difícil misión de hacer olvidar su anterior gira sinfónica, arropada entonces por más de 80 instrumentistas.
Ha sido una noche para la celebración de medio siglo de música, ya fuese un tempranero "Hoy quiero confesar", un "Marinero de luces" soltado apenas a los 15 minutos o un "Era mi vida él", su tema favorito, a los 25, pero también para honrar a sus autores emblemáticos, los Perales, Manuel Alejandro o Roberto Livi, con temas que hacía mucho que no tocaba, como "Tú a mí no me hundes".
Exquisita en las notas, también en la fuerza con las que las empuja o las acaricia, Pantoja se ha desenvuelto en general sin problemas, de menos a más. "Aquí se nota que no hay playback", ha bromeado ante algún aislado instante de vacilación, quizás con muchas cosas en la cabeza de las que luego se ha conocido la razón.
"Hemos tenido un principio que a los gitanos no nos gusta tener, o sí, porque las cosas que empiezan bien, acaban mal; las cosas que empiezan mal, lo hacen bien. Yo estoy al 100 por 100, pero llegamos y se partieron las dos mesas, la de la luz y la del sonido", ha revelado la cantante al cruzar el ecuador del "show", ante las quejas de un sector del público que no escuchaba nada.
Ella se ha tomado con humor esta "noche embrujada" en la que las ha "pasado canutas" y en la que hasta el pie de micro se le revolvía, tónica de fiesta que ha permitido gozar más aún del desenfado de piezas como "Te amo", antes de regalar alguna copla como la suave "Poema de mi soledad", con el mantón a los hombros.
Ha brillado en la placidez de "Porque me gusta a morir" y en el desgarro de temas que no pertenecen a las joyas de su repertorio, como en el final de ese "Abrázame muy fuerte" que le legó Juan Gabriel antes de su muerte. "Abránzase muy fuerte", se ha atrevido a cantar, en otro pulso al coronavirus.
Cerca de cumplir 64 años de edad, en su viaje temporal se ha retrotraído a cortes tan seminales como "Me estoy muriendo a chorros", de 1979, que estaba incluido en el disco "22 abriles tengo", o "En la niebla", de 1983, en un avance hacia "Déjame descansar en ti" (de 1989) o "Donde el corazón me lleve", ya en el nuevo siglo.
"Todos van a llegar", ha calmado pasados 90 minutos a sus oyentes más impacientes y deseosos de los grandes éxitos, a los que ha intentado contentar con "La real gana" (¿quizás un mensaje implícito a Universal Music tras sus declaraciones de estos días?), un "Por la señal de la cruz" a ritmo de tango o "Hasta que se apague el sol", que ha dedicado a sus cuatro nietos.
Lo que iban a ser dos horas de concierto se ha ido finalmente a tres, sin obviar "Veneno", el clímax de "Así fue" y "Se me enamora el alma", un pasaje con un colosal coro joven para "Aún quedan románticos" y "Aleluya" y, en un traje de lentejuelas, el chotis de "El señorito" y la cabaretera "Enamórate", esta vez rodeada de drag queens como alegato LGTB y para acabar en efecto bien lo que empezó regular.
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