Curva tras curva la entrada a Cadaqués es símbolo de lo que contuvo. La carretera que se adentra en este pequeño pueblo de la costa catalana marca el camino a lo que un día fue uno de los corazones del surrealismo. El más agitado, el más loco, el más intenso. También, a una especie de refugio. Que lo fue, en su día, del núcleo duro de lo que hoy se conoce como Generación del 27. Que en sus playas, cuando los turistas eran invisibles, se iniciaron o cerraron algunas de las grandes obras de la mitad del siglo XX.
Es en Cadaqués donde Dalí jugó con Picasso allá por 1910. Donde casi se enamora de Lorca, donde rompió su amistad con Buñuel y donde conoció a Gala. Su historia es la del arte, la del surrealismo. La de los enfados, la súplica y la felicidad del pintor más conocido de la Generación del 27. También, la del aislamiento de Miró, la de la crítica cruel a El Romancero gitano, la del descanso tras El perro andaluz. La inspiración de Gabriel García Márquez. Pero es, sobre todo, la de Salvador Dalí y ahora, también, la del turismo.
En 1920, esta localidad no sumaba más 1.500 habitantes en verano y los de fuera eran como mucho de los pueblos y ciudades más cercanos. En 2019, su población se multiplicó por ocho en julio y agosto y por las calles y las playas se escuchan cada vez más acentos europeos que van a este lugar de la Costa Brava buscando la sombra del pintor surrealista y la tranquilidad de lo que fue un pueblo pesquero.
La familia Dalí llegó a finales del siglo XIX. Tenían una casa de verano en Es Llaner y allí fue donde pasó Salvador los meses más calurosos, donde comenzó a pintar, a mirar y a pensar. Lugar de veraneo de las familias acomodadas de la zona, vivió varios meses al año entre la montaña y el mar, con una luz y un color que se le enredó entre las manos.
Allí tuvo su primer contacto con la pintura, aunque no lo sabría en aquel momento. En 1910, Pablo Picasso se instaló en Cadaqués durante los meses de verano. Montó un pequeño estudio donde pintó sin parar ajeno a políticas, al arte predominante y al mundo, buscando olvidar cualquier condicionante, cualquier desvío.
Cuentan que en uno de sus paseos por la playa se encontró con un jovencísimo Dalí. Salvador no llegaría a los 5 años cuando Picasso gastó unos minutos en jugar a su lado. Esta anécdota se la contaría el de Figueres a Picasso años después por carta. Él, que pensó siempre ser la reencarnación de su hermano fallecido, vio en aquel episodio al destino.
Residencia de Estudiantes y el Cadaqués de Lorca y Buñuel
De su casa familiar a su casa de verano gastó Dalí toda su juventud hasta que en 1923 apareció junto a su padre y su hermana en la Residencia de Estudiantes. Los tres de riguroso negro, de luto por la pérdida de la matriarca, llegaban a un Madrid en el que Salvador apenas entendía el idioma y donde esperaban que "se centrase".
Lo hizo a su manera y contagiando aquella pasión por "el pueblo más bonito del mundo" a los que se hicieron sus inseparables: Federico García Lorca, Luis Buñuel y Pepín Bello.
Como cuenta Víctor Fernández, periodista, escritor y experto lorquiano, fue en aquel lugar donde la magia se apoderó de todos. "La primera vez que Lorca acude a Cadaqués fue en la Semana Santa de 1925. Ahora es difícil llegar pero imagínate entonces, era la primera vez que el poeta estaba en Cataluña y se enamoró, le fascinó el paisaje, el color. Fue un shock de luz", asegura.
Dalí les contó a su hermana, Anna María, y a su padre, que el chico que iba de visita era el mejor escritor del momento
Aquella visita supuso todo un hito para la familia catalana. Dalí les contó a su hermana, Anna María, y a su padre, que el chico que iba de visita era el mejor escritor del momento y lo acogieron como tal. Dedicaron aquella semana a conocerlo, a preguntarle sin parar, a saber quién era y el poeta cerró durante esos días Mariana Pineda y acordó con Dalí un decorado para la obra.
En las cartas que Lorca le envió a su familia tras ese viaje se refleja cómo le deslumbró la Costa Brava, la familia de Dalí y cómo salía de allí aún más enajenado con el pintor, más influenciado. Quizá ya enamorado.
No tardó en volver. Aunque en el verano de 1926 se carteó con el pintor con frecuencia, en el del 27 prefirió pasar de mayo a julio en Es Llaner, como uno más de aquella atípica familia. Llegó tras estrenar en Barcelona Mariana Pineda, que aunque con un éxito relativo supuso un gran impulso para el poeta y un gran orgullo para el pintor.
Como bien cuenta Fernández, aquel verano Lorca y Dalí ya llegaron con una fascinación mutua, una influencia extraordinaria en el otro y un amor intenso que para Lorca era algo más romántico que para el catalán.
Dalí describió aquella relación con Lorca como 'erótica y trágica que nunca se llegó a consumar'"
"Dalí contaba que Lorca estaba enamorado de él y que se puso muy pesado. Él le dijo que si quería que ocurriese algo tenía que probar primero a una mujer y fue cuando el poeta se acostó con Margarita Manso. Luego se ha especulado de si ese verano en Cadaqués ocurrió algo más. Dalí, como siempre, jugó a la ambigüedad pero en su última entrevista, que se la concedió a Ian Gibson en 1986, describió aquella relación como 'erótica y trágica que nunca se llegó a consumar'", continúa el lorquiano.
Incluso un año antes, en 1926, Lorca le había dedicado La oda a Salvador Dalí en la Revista de Occidente y eso llenó al pintor de orgullo. "Dalí lo admiraba como poeta, no como Buñuel, al que solo le gustaba la persona", añade.
Y es Buñuel el tercero de esta historia. Los tres eran grandes amigos pero tras ver el interés sexual de Lorca por Dalí todo empezó a torcerse. En 1928, el poeta publica Romancero gitano y los dos le atacan sin piedad. El pintor le dice que es poesía anticuada, Buñuel es aun más feroz.
Quizá fue aquel episodio lo que les llevó, o al menos a Lorca, a pensar que Un perro andaluz era una parodia, un insulto hacia él. Es esta la película que se estrenó en París en junio de 1929 y que fue fruto del trabajo de Dalí y Buñuel, la que puso al director en el foco y la que hizo que se juntase con otros grandes artistas como René Magritte o Paul Eluard.
Fue con ellos y con la mujer de Eluard, Gala, con la que acudió a Cadaqués en agosto de 1929. Allí les esperaba Dalí, sería el último verano que pasaría en su casa familiar, el último en el que se hablaría con su padre.
Gala y Dalí se sintieron atraídos al momento. Las extrañas situaciones que se vivieron durante aquel verano hicieron temblar a Buñuel. Quizá por celos, quizás por ver cómo su amigo le "arrebataba" la mujer a uno de los grandes poetas franceses, la relación del director y Gala llegó a derivar en violencia.
Gala tenía un magnetismo, era una mujer muy libre y eso generó ciertos recelos"
"Dicen que intentó tirarla por un acantilado. También que intentó estrangularla. Gala llegó a Cadaqués a finales de la década de los 20 y se quitó la parte de arriba del bañador, el pueblo alucinó... Tenía un magnetismo, era una mujer muy libre y eso generó ciertos recelos", asegura Fernández.
Gala se quedó una semana más que su marido, y Salvador y ella acabaron locamente enamorados. El poeta asumió el abandono, aunque no entendía que le dejasen por un artista diez años más joven que ella, lleno de ruidos y que todavía no era reconocido, por lo menos, no tanto como él.
Tampoco lo entendió su familia, que no vio bien la relación del pintor con una mujer mayor y casada. Eso, sumado a que no estaban de acuerdo con la vertiente surrealista que había tomado, por considerar el movimiento una degeneración moral, y tras ver en los periódicos la obra de Dalí con la frase «En ocasiones, escupo en el retrato de mi madre para entretenerme», provocó que las relaciones se rompieran hasta el punto de que su padre le prohibió la entrada en Cadaqués y le desheredó, tal y como muestran en el documental Dalí. En busca de la inmortalidad, dirigido por David Pujol y que se estrenó en 2018.
Pero a Gala poco le importó el enfrentamiento. Tampoco el desprecio de los artistas consolidados hacia Dalí, "porque ella creía profundamente en él". Y él la veía como la mujer que le había salvado "de la locura y de una muerte temprana".
Salvador no quiso irse muy lejos de Cadaqués y con el poco dinero que tenía se compró en la bahía de Portlligat, no muy lejos de la casa de su padre, una pequeña cabaña de 22 metros cuadrados que convirtió en dormitorio y estudio y que con el paso de los años fue ampliando al adquirir las construcciones de al lado.
Allí permanecieron hasta 1936, cuando estalló la Guerra Civil y se fueron a París donde la II Guerra Mundial les hizo embarcarse a Nueva York. Dalí y Gala volvieron a Portlligat en 1949. Él ya inmenso, ella como su única persona de confianza. Económicamente fortísimos, hicieron de aquel lugar un centro artístico. Recibieron a todo el mundo, experimentaron, comenzaron las perfomance, las grabaciones. Era un show, los dos, y querían mostrárselo a todos.
Así pasaron muchos años, entre Nueva York, París y Portlligat. Cadaqués no solo les alojó a ellos. En la década de los 70 apareció un consolidadísimo Gabriel García Márquez. El escritor colombiano iba camino de Perpiñán y paró en este pueblo de la Costa Brava. "Su carretera es una serpentina estrecha y retorcida: una cornisa abismal sin pavimento, donde se necesita tener el alma muy bien puesta en su almario para conducir a más de 50 kilómetros por hora", describió años más tarde en un artículo de El País.
Uno de los lugares donde más tiempo pasó fue el Marítim Bar. En plena playa este lugar fue abierto en 1935 y en el 2018, tras años con la voz de pintores, escritores y artistas mezclándose en su terraza, se declaró Bien Cultural de Interés Local. Gabo lo describió como "populoso y sórdido bar de la Gauche Divine en el crepúsculo del franquismo" y lo mencionó en un relato de su libro Doce cuentos peregrinos.
También acudía Dalí, y Marcel Duchamp se sentó en aquellas sillas, así como Richard Hamilton, Umberto Eco e incluso Kirk Douglas. Cadaqués como refugio y como inspiración. Como escribió Salvador Dalí: "He vivido aprendiendo siempre de mi maestro de estética que es Cadaqués, y es difícil porque Cadaqués habla muy poco, y cuando habla, habla en griego".
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