"El mar. La mar. El mar. ¡Sólo la mar! Así describió Rafael Alberti en 1925 su lugar: El Puerto de Santa María, hoy lugar de turistas, siempre de pescadores y flamenco. Donde nació y decidió morir. El mar, que no la playa, como faro; el agua como espacio; la bahía de Cádiz como centro de todo.
Allí cogió su primer aliento, allí también el último. Fue esta costa que se reflejó en sus textos, la que se llevó a lo largo de su larguísimo exilio en cada palabra, en cada frase, que dejó impresa en cada libro.
La historia de Alberti es la de un país. Al que volvió con su mujer, María Teresa León, cuando ella ya no recordaba demasiado. La de un lugar, como el Puerto de Santa María, que había cambiado tanto que a él le costó ubicarse.
La familia de Rafael Alberti vivió en el centro de esta ciudad gaditana hasta que el escritor cumplió los 14 años. Había pasado su infancia en el colegio de los Jesuitas, centro del que se escapaba a menudo a través de una arboleda para llegar hasta el mar y de donde le echaron justo antes de irse a Madrid por mala conducta. Allí sus días fueron veranos interminables y se quedaron en su recuerdo como el paraíso.
Aquello se le pegó al tuétano y se lo llevó a la capital junto con sus ansias de convertirse en pintor
Abandonó este lugar de casas bajas, de bodegas y de pescadores. En aquella época el turismo no daba ni un céntimo y el Puerto de Santa María era todo olor, salitre, luz, historia y mitología. Aquello se le pegó al tuétano y se lo llevó a la capital junto con sus ansias de convertirse en pintor. Era 1917 y al poco tiempo su obra se expuso en el Salón de Otoño y en el Ateneo de Madrid.
Pero llegó la angustia y apareció la palabra. En 1920 murió su padre. Cuentan que el patriarca de los Alberti se fue por una infección pulmonar, una posible secuela de la gripe española del 18. También, que por esa misma falta de aire se tuvieron que llevar a un joven Rafael a la sierra de Guadarrama. Allí aparecieron sus primeros versos, y comienza a atisbarse lo que años más tarde sería Marinero en tierra, donde escribe: "¿Por qué me trajiste, padre, / a la ciudad? / ¿Por qué me desenterraste del mar? / En sueños, la marejada / me tira del corazón. / Se lo quisiera llevar. / Padre, ¿por qué me trajiste / acá?."
Fueron estos versos, este libro, los que le llevaron en 1924 a ganar el Premio Nacional de Poesía. El Puerto, su puerto, convertido en una obra de arte, reconocido por todos. En ese momento sus amigos ya eran Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Jorge Guillén, incluso Federico García Lorca o Pedro Salinas. Su novia, la gran Maruja Mallo. La pintora gallega con la que se enganchó fuerte hasta 1930 cuando la burgalesa María Teresa de León apareció en su vida.
"Creo que para él era una solución porque yo era una cría, en cambio esa señora tenía dos hijos, una experiencia y le habrá solucionado muchas cosas", aseguró Mallo sobre aquel abandono, sobre la entrada de la escritora que se convertiría en "la mujer de Alberti".
Con León fue a El Puerto de Santa María varias veces. Los Alberti habían vendido su casa en la actual calle de Santo Domingo, así que iba de visita, como si fuese un turista, a enseñarle a su mujer la costa. Pasearon por donde él había corrido, navegaron por su mar y a ella también se le llenó el alma de salitre. Fue con León con quien se afilió al Partido Comunista, luchó para que llegara la República, que les pilló a los dos en Rota, y con la que viajó por la Unión Soviética.
Es aquí cuando empieza una época importante en la vida de Alberti, un punto de inflexión que le llevaría años más tarde a bajar las escaleras del Congreso junto a la Pasionaria como diputado por Cádiz. También a vivir 37 años exiliado.
El estallido de la Guerra Civil provocó que él y su mujer se unieran a la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Junto a ellos, Rosa Chacel, María Zambrano, Luis Cernuda o Manuel Altoaguirre.
Más que política, proclamaban cultura, Alberti junto a León fue uno de los que ayudó a poner a salvo los fondos del Museo del Prado. Pero sus ideas le enfrentaron a antiguos amigos como Unamuno o Giménez Caballero. Aquello hizo que en cuanto la guerra terminó con Franco como vencedor tuvieran que irse a París y, desde allí, por ser considerados "comunistas peligrosos", cogieron un barco, el Mendoza, hacia Buenos Aires.
Haber pasado la infancia aquí le llevó a idealizarlo. Lo convirtió en el paraíso, el paraíso perdido
Abandonaron así su país y Alberti, sobre todo, su bahía. Dejó atrás el mar, su arboleda. Y estos aparecen desde entonces de manera constante en sus obras y son estos textos que se refieren a El Puerto de Santa María la que darán nombres a sus casas durante su exilio. Tal y como cuenta el secretario de la Fundación Alberti, Enrique Salvador Pérez Castallo, "haber pasado la infancia aquí le llevó a idealizarlo. Claro que era bonito pero él lo convirtió en el paraíso, el paraíso perdido, muy típico de la generación del 27".
Vagaron por Argentina, donde nació su hija Aitana. Chile, donde se hicieron amigos de Pablo Neruda, y Punta del Este. En 1959, Alberti publicó La arboleda perdida, dos tomos de memorias. "Todo era allí como un recuerdo: los pájaros rondando alrededor de árboles ya idos, furiosos por cantar sobre ramas pretéritas; el viento, trajinando de una retama a otra, pidiendo largamente copas verdes y altas que agitar para sentirse sonoro; las bocas, las manos y las frentes, buscando dónde sombrearse de frescura, de amoroso descanso. Todo sonaba allí a pasado, a viejo bosque sucedido. Hasta la luz caía como una memoria de la luz, y nuestros juegos infantiles, durante las rabonas escolares, también sonaban a perdidos en aquella arboleda", escribió, lleno de nostalgia, sin saber cuando volvería a pisar su casa.
Un año más tarde de esta publicación llegaron a Europa, a Roma, y se instalaron muy cerca de la iglesia de Montserrat. Pasan allí 17 años hasta que todo se calma, hasta que muere Franco y deciden que ya es hora de volver.
El regreso no fue fácil. Si Alberti había mostrado nostalgia por su tierra, León lo había hecho aún con más insistencia. Ella, ya en Roma, notó cómo la cabeza le empezaba a fallar, cómo la enfermedad que se había apoderado de su madre y de su abuela empezaba a dar los primeros saltos en su cabeza. Dicen que Alberti ya veía a otra mujer entonces, que León, ida pero cuerda, decidió hacerse un poco más la enferma para no sufrirlo.
Llegaron el 27 de abril de 1977. Su foto bajando del avión hizo historia. Era su entrada: la entrada de la democracia. España ya era para todos.
Ese mismo año viajaron al puerto. "Vienen puntualmente, él lo encuentra muy cambiado hasta el punto que la famosa arboleda perdida, que da titulo a sus memorias y que corresponde a un lugar del puerto que hoy ocupan un parque y un instituto que llevan su nombre, ni siquiera la ubica", asegura Pérez Castallo.
María Teresa ya no sabía ni dónde estaba. Al poco tiempo la ingresaron en un sanatorio de Madrid. El Alzheimer se había llevado todo, cada recuerdo, cada letra, cada palabra. Murió en 1988, después de 37 años queriendo volver a España, después de volver y ya no ver nada.
Alberti se volvió a casar al poco tiempo, en 1990, con María Asunción Mateo. Con ella visitó cada vez más el Puerto de Santa María, adonde iban y volvían y se hospedaban en el hotel Puerto Bahía hasta que al Ayuntamiento, que había recibido como donación sus escritos, sus pinturas y sus recuerdos, le dio apuro tener a su mayor exponente intelectual de habitación en habitación y decidió habilitarle una casa cerca de su mar.
Tenía ya 90 años y volvía por fin a su lugar
"Vieron la oportunidad de darle un chalé bastante agradable que se quedaba desocupado. Se acondicionó a su gusto, se le dejó cierto margen para decorarlo", asegura el secretario de la Fundación Alberti, quien añade que el escritor "no necesitaba muchos lujos". "No era de primera línea de playa y era solo de forma vitalicia, hasta que él y su viuda falleciesen. Ella sigue viviendo aquí", explica.
En El Puerto he hecho realidad todo lo que había escrito en mi exilio"
Se trasladaron en 1992. Allí Alberti iba de su pequeño jardín al mar. Tenía ya 90 años y volvía por fin a su lugar. La casa de su infancia ya era su Fundación, a la que llamaban 7.000 curiosos al año. Su costa, ahora repleta de urbanizaciones y de turistas, mantenía la misma luz, el mismo olor. "En El Puerto he hecho realidad todo lo que había escrito en mi exilio", escribió para El País el 18 de junio de 1996.
Pérez Castallo cuenta que por aquel chalé pasaron sus amigos. "Los que tenían más confianza con él venían a ver la Fundación y se quedaban a dormir en su casa", recuerda. "Marcos Ana era un habitual pero también vino Luis García Montero, Saramago, José Hierro, incluso los reyes le hicieron una visita en 1998", recuerda.
Murió un año más tarde. "Casi sin darse cuenta, como se merecía: en su casa, muy cerca del mar, en nuestra cama, junto a mí y a los 97 años", aseguró su mujer. Se fue él habiendo perdido su arboleda, en el lugar donde quería estar, con la bahía al fondo, con el mar llenando el cielo. Con el Puerto de Santa María como su alma y su patria.
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