Hay un valle en España llamado Jarama, un lugar que conocemos muy bien, ya que en él desperdiciamos nuestra juventud y la mayor parte de nuestra vejez, también. Así comenzaba una de las canciones más populares de la Guerra Civil española, escrita por el voluntario escocés Alex McDade, un hombre que, como otros 80.000 internacionales, llegaron a España movidos por sus ideales antifascistas. A Alex le tocó participar en la Batalla del Jarama, una sangrienta torre de babel donde se citaron más de treinta nacionalidades para practicar durante tres semanas los dos idiomas oficiales que toda persona domina durante la guerra: el miedo y la violencia.
Así, un inicio de febrero como el de ahora, pero de hace exactamente 84 años, daba comienzo el asedio franquista a las zonas de Rivas, Arganda, Morata, Torrejón y Alcalá de Henares, y que tenía como finalidad cortar el paso a las tropas republicanas por la Nacional III, la misma vía por la que en noviembre de 1936 el Gobierno republicano había emprendido su huida hacia Valencia ante la inminente entrada de Franco en Madrid.
Pero esa anunciada entrada nunca se materializó y a Franco se le enquistó su estrategia de conquistar la capital por el noroeste y dar así por finalizada la guerra en poco más de tres meses. Nunca, pese a los esfuerzos por tierra y aire, pudo llegar a Madrid capital por la Nacional VI, aunque algunos franquistas despistados sí consiguieran pisar algunas calles del distrito de Moncloa de forma esporádica antes de ser ejecutados. La amenaza de esa rápida conquista hizo que los presos de la cárcel Modelo madrileña fueran trasladados con carácter de urgencia y, en muchos casos, fusilados sin juicio alguno en Paracuellos del Jarama. Este hecho persiguió a Santiago Carrillo toda su vida, ya que por entonces era el consejero de orden público. Él siempre negó que diera la orden o fuera conocedor de aquellos asesinatos a sangre fría de 6.000 personas, un argumento puesto en duda incluso por reconocidos hispanistas como Paul Preston, quienes han considerado imposible que no hubiera tenido responsabilidad por acción u omisión.
Esa defensa de Madrid de noviembre que evitó la entrada de tropas franquistas fue organizada por el general Miaja y apuntalada con la llegada de las Brigadas Internacionales, que obligaron a cambiar los planes de Franco e intentar una entrada por la zona noreste, pero antes cortando la carretera de Valencia.
La Batalla del Jarama fue el estreno en una gran batalla de la Guerra Civil para Franco
Fue precisamente ahí donde dio comienzo la Batalla del Jarama, lugar en el que el futuro dictador encontró una resistencia numantina que tampoco pudo doblegar, y donde participaron activamente los extranjeros de la XV Brigada Internacional, en lo que era su estreno en una gran batalla de la Guerra Civil. Curiosamente ahí, en esa cruel primera vez, y entre esa amalgama de nacionalidades, disparos cruzados y bombas que dejaron alrededor de 15.000 muertos, fue donde algunos soldados encontraron, de forma paradójica, un grado de libertad y respeto que nunca habían vivido en toda su vida.
Oliver Law, primer negro en dirigir un batallón en la Historia
Si algo tenían en común casi todos los integrantes del Batallón Lincoln (la sección de la XV Brigada Internacional formada mayoritariamente por estadounidenses) era, además de su afiliación al Partido Comunista de EEUU, su lucha decidida en favor de los derechos civiles. El Batallón Lincoln, y por extensión las Brigadas Internacionales, estaban formadas por personas procedentes de muy diferentes países, condición social y racial y en algunos lugares como Estados Unidos seguían en el lado oprimido de la vida, sin apenas derechos ni libertades, solo por cuestión de raza. Esa hasta ahora desconocida libertad la empezaron a conocer precisamente ahí, en la zona del Jarama. De entre todos los participantes es especialmente relevante en este aspecto destacar la figura de Oliver Law, nacido en Texas y también vinculado y afiliado al Partido Comunista de EEUU.
Law, con experiencia militar en la Primera Guerra Mundial, se enroló en el Batallón Lincoln y viajó a España como voluntario para enfrentar el fascismo. En los primeros instantes sirvió en una compañía de artillería de ametralladoras en la Batalla del Jarama, muy probablemente en la defensa del Puente de Arganda, donde empezó a hacerse un nombre y un prestigio como soldado. Su gran actuación en esta batalla le permitió ser promocionado a comandante de la compañía y, con la celeridad propia de la guerra, en pocas semanas fue de nuevo ascendido, esta vez a comandante del batallón. De esta manera Law hacía historia al convertirse en el primer hombre negro al frente de un batallón en la historia de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos.
Según narra el historiador Peter Carrol, presidente emérito de ALBA, un coronel estadounidense que visitó España en 1937 preguntó con indignación a Law: ¿No le da vergüenza lucir ese uniforme con galones? Law le respondió que "yo era artillero en el ejército norteamericano, porque era negro. Aquí, en España, los galones se obtienen por lo que merecemos, no por nuestro color".
Law murió en combate en España el 9 de julio de 1937 al ser alcanzado por un mortero durante la Batalla de Brunete. Su historia todavía queda como un hito dentro de un ejército, el estadounidense, que seguía siendo segregacionista mucho tiempo después.
En España fue donde por primera vez, siendo negro, me sentí libre
Otro de los voluntarios, el afroamericano Vaughan Home, dejó escrito en sus memorias una historia de asombro por la falta de prejuicios de las familias españolas: "es curioso porque muchos de los campesinos nunca habían visto a un hombre negro antes y en una ocasión sorprendí a un grupo de mujeres que chismoseaban sobre mi color de piel. Incluso rascaron mi cara para comprobar si el color se iba al frotar. Al final concluyeron que mi tono se debía a que había estado mucho tiempo tomando el sol. Les expliqué que no, que era negro de Estados Unidos y recuerdo la reacción de una mujer gritando: ¡Los esclavos! Fue increíble comprobar en ese pequeño pueblo tanta simpatía de sus habitantes y, además, que gente que no había salido de ahí en su vida supiera acerca del problema de la esclavitud en mi país. Los españoles me marcaron, me dejaron una impresión, una huella buenísima y, además, nos abrieron sus casas y sus corazones.
Law y Home fueron solo unos de los muchos que gozaron en nuestro país de un estatus de igualdad que jamás habían conocido, pero no los únicos. De hecho, el último de los afroamericanos del Batallón Lincoln, Jimmy Yates, aun recordaba con orgullo antes de fallecer en 1993 que "en España fue donde por primera vez, siendo negro, me sentí libre".
Nuestro país se convirtió, por tanto, en un lugar feliz para muchos de estos hombres que, una vez de vuelta a sus hogares -los que lo hicieron con vida- volvieron a vivieron de nuevo la cruda realidad social que padecían. Según Carroll, este hecho vivido en España fue insólito ya que "jamás había ocurrido antes ni ocurriría después en la II Guerra Mundial, ya que el ejército norteamericano seguía siendo segregacionista".
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