A las afueras del pueblo coruñés de Betanzos, que en 1910 no llegaba a los 9.000 habitantes, se levantó a principios de esa década un parque casi mágico. Leones de mármol de Carrara daban la bienvenida a túneles, laberintos, un zoológico, un estanque navegable, una casa de espejos y hasta un gabinete de curiosidades. Paredes repletas de animales, de relojes con las horas de grandes ciudades alrededor del mundo, esculturas de los monumentos más importantes de cada país... Todo rodeado de una exuberante vegetación. Más de 90.000 metros cuadrados para el recreo de los betanceiros.
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