"¡Que lo van a tirar al río!", gritó Miguelín, el nieto de Unamuno, al ver como unos miembros de La Falange se llevaban el féretro de su abuelo. "Fue un robo, casi, casi violento, por decirlo así, y sin pedir permiso a nadie, claro", aseguró otro de ellos.
El 1 de enero de 1937 la Falange y su Oficina de Prensa y Propaganda, bajo el mando de Millán Astray, llevaron a cabo una estrategia pensadísima para hacer de Miguel de Unamuno uno de los suyos, para convertirlo en un traidor para los otros. El escritor había muerto la noche anterior y ellos se apropiaron de su entierro. Lo llevaron a hombros, lo ensalzaron como héroe de su causa en periódicos y discursos, lo hicieron suyo cuando él nunca quiso ser de nadie y aunque ya frío y sin pulso, lo ejecutaron.
Son locos, fanáticos, que calcan ciegamente una idea extranjera y estrecha. Renuncian a su propia patria y a sus ideas seculares"
MIGUEL DE UNAMUNO
Aprovecharon que en algún momento Unamuno había visto en el golpe de estado la salvación de la República y borraron todas las afirmaciones posteriores que el escritor había dejado en artículos, conferencias y cartas. La última, tan sólo un mes antes de morir, como recoge el libro La doble muerte de Unamuno, del profesor de Literatura Española de la Universidad de Salamanca Luis García Jambrina y el director de cine y guionista Manuel Menchón, que publica ahora Capitán Swing; a un periodista polaco. Le dijo: "Créame, la Falange es sin duda el mayor peligro de los que amenazan España. Son locos, fanáticos, que calcan ciegamente una idea extranjera y estrecha. Renuncian a su propia patria y a sus ideas seculares".
Hicieron caso omiso a sus palabras. Las eliminaron asegurando que en su lecho de muerte se había en paz con Dios y la patria, la suya. Después de ese famoso 12 de octubre en el que se enfrenta a Millán Astray en público en el Paraninfo de la Universidad, lo habían mantenido 'confinado' en su casa, tenía a varios guardias que estaban atentos de sus movimientos y hasta le 'acompañaban' en sus salidas. Le habían metido miedo, le habían intentado callar.
"El discurso de Unamuno no fue tan solo un gesto simbólico, sino también un acto heroico, por lo que dijo, por cómo lo dijo y, sobre todo, por las circunstancias en las que lo dijo. Recordemos que él estaba presidiendo el evento en representación de Franco, que en ese momento andaba ocupado en hacer la guerra", escriben los autores.
Y añaden en una entrevista con El Independiente que "ese día supone un antes y un después. Se dice que hay más de mito en ese discurso que de realidad pero no es así, está comprobado lo que le dijo y cómo se lo dijo. A partir de ese momento Unamuno comienza a temer por su vida, lo deja claro en cartas y deja todo absolutamente preparado por si le ocurriese algo".
Nací durante una guerra civil. [...] Y ahora termino mi vida durante una guerra civil"
MIGUEL DE UNAMUNO
"Nací durante una guerra civil. [...] Y ahora termino mi vida durante una guerra civil. Toda mi vida he llevado la guerra civil en mi alma", escribió semanas antes de ese 31 de diciembre de 1936. Pensó que le mataban y aunque su muerte está certificada como natural, "hay muchas incoherencias en los distintos testimonios sobre lo que pasó aquel último día del 36 en su casa", explican.
Ese 31 de diciembre él se encontraba solo en casa, con la única compañía de la cocinera que estaba en la planta de abajo, cuando un joven falangista, Bartolomé Aragón, acude a su despacho. Tenía cita y él le estaba esperando. Al poco tiempo se escucharon los gritos del joven. Unamuno estaba muerto en su diván. El médico certificó que había sido por una hemorragia bulbar, algo que según los médicos forenses, preguntados por los dos autores de este libro, es imposible de detectar una vez ya muerto.
Aragón salió corriendo gritando que él no había sido, que ya estaba muerto cuando llegó y se encerró en una habitación de hotel sin acudir ni siquiera al entierro que se celebró rápidamente el día posterior.
Pero, aunque la causa de su muerte es puesta en duda en este libro, la importancia de esta publicación no está en bucear en la desaparición física sino en la espiritual. "Él era lo contrario a lo que vendieron. Era un hombre que no dejaba nada estático, ninguna idea, estaba constantemente replanteándoselo todo. Además, odiaba las etiquetas. Convivían y se sucedían muchos yoes, muchas personalidades, muchos Unamunos discordantes entre sí. Por eso era, aparentemente, tan contradictorio", explican Jambrina y Menchón.
Y también aclaran que es esa contracción, esa falta de adhesión, lo que ha llevado a un imaginario colectivo a situarle en un lugar o en el contrario, nunca en ese limbo del pensamiento donde se encontraba. "Las personas inclasificables suelen resultar molestas, pues no podemos simplificarlas ni reducirlas a un solo concepto o categoría, especialmente en España, donde somos muy dados a proclamar esa falsa y terrible disyuntiva de 'o estás conmigo o estás contra mí'", explican.
Tanto Jambrina como Menchón tienen claro que Unamuno no se reconocería en lo que hoy se piensa de él y que debe estar revolviéndose en su tumba por lo que los falangistas hicieron tras su muerte. "No hay nada que le pudiese hacer más daño que esto, que lo utilizasen como símbolo de la Falange, como intelectual a favor de su causa", aseguran y explican en el libro que "el entierro de don Miguel fue un ultraje y una profanación, la profanación pública y simbólica de un cadáver. [...] A Unamuno se lo apropió la Falange y los sublevados siguieron utilizándolo después de su desaparición y ello a pesar del rechazo y desprecio que sentían hacia él".
Tanto, que hasta las fotos de su entierro estuvieron pensadas. Se hicieron para la propaganda posterior. Grandes falangistas a su alrededor. La familia en un segundo plano. Les robaron a Unamuno.
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