Un rey que ni había pisado el país ni hablaba el idioma. Carlos I de España y V de Alemania (1500-1558), educado en Flandes, llegó a la península con 17 años para hacerse cargo de la herencia de su abuelo Fernando El Católico. El adolescente vino acompañado de un séquito compuesto por la nobleza flamenca que, en plena conquista de América, veían a la monarquía hispánica como un objetivo más por explotar.
Carlos I gobernaría y sus personas de confianza se repartirían los cargos de importancia. Esto provocó una respuesta fortísima por parte de la corte española. Según apunta José Luis Orella, profesor titular de historia en la Universidad CEU San Pablo, los ciudadanos se indignaron porque "les trajeron un rey extranjero, que sólo hablaba francés y cuyos amigos depredaban los cargos de poder".
Este conflicto tendría más frentes además del político. El mundo flamenco era urbano. La industria textil era su principal actividad y se proveía de la lana merina, por lo que Burgos se convirtió momentáneamente en la capital económica. "Esto iba contra la industria de Salamanca, Toledo y Segovia, que sintieron que los flamencos salían beneficiados", explica Orella. Carlos I, presa de sus propósitos imperiales, subió los impuestos "ante la necesidad de dinero para comprar a los príncipes para que le apoyaran en este empeño".
Juan de Padilla (1490-1521) se erigió como líder de la revuelta comunera. El hidalgo toledano se negó a aceptar la subida fiscal impuesta en las cortes de La Coruña y, junto a Juan Bravo (1490-1521), regidor y capitán de milicias de Segovia, se dirigieron a Tordesillas (Valladolid). Allí permanecía recluida y vigilada Juana La Loca, madre del rey. Los comuneros pedían a Juana que deslegitimase a su hijo para que "su causa fuera el bando oficial y no el rebelde. Así la gente se sumaría a ellos y no iría en su contra", comenta Orella. Francisco Maldonado (1480-1521) lideró las milicias salmantinas en apoyo a Padilla y Bravo.
Por qué se recuerda la Batalla de Villalar
La tan popular Batalla de Villalar tuvo mucha menos relevancia bélica que histórica. Las tropas reales formadas por un ejército nobiliario destrozaron a las "milicias concejiles" que protagonizaron la revolución comunera. Padilla, Bravo y Maldonado fueron apresados y ejecutados un día más tarde.
En realidad, de batalla tuvo poco. El ejército comunero, acuartelado en Torrelobatón, estaba inquieto y nervioso tras conocer noticias de emboscadas de los nobles en toda la zona. Ciertos nervios e improvisación llevaron a ejecutar un traslado de las tropas hacia Toro bajo una lluvia intensa, que ralentizó la maniobra y dejó a las fuerzas comuneras expuestas.
La batalla de Villalar, que debió haberse celebrado en Vega de Valdetronco si las tropas hubieran atendido fielmente las instrucciones de Padilla, acabó siendo una derrota total contra la caballería de las fuerzas nobiliarias, que sorprendió a los comuneros prácticamente sin refuerzos.
Los hechos, ocurridos hace exactamente 500 años, adquieren una mayor dimensión siglos después. Orella argumenta que "las revueltas comuneras tienen importancia porque son utilizadas por los liberales para enfrentarse al absolutismo real en el siglo XIX (...). A través de un fuerte sentimiento patriótico, los liberales del siglo XIX buscaron acontecimientos antiguos que pudieran asemejarse a su lucha. El mensaje era algo como: Luchamos por las libertades como lo hicieron los comuneros".
"Los liberales hicieron una interpretación favorable de la causa comunera para posicionarse como herederos de esa lucha por la patria", indica Orella. Asimismo, señala que "los comuneros no eran líderes populares. Eran representantes de las familias más poderosas de las ciudades que se rebelaron".
Cuanto más vieja la yesca más fácil se prenderá. Tres siglos tardaron los comuneros desde que fueron ajusticiados hasta ser reconocidos como héroes. Los versos de Castilla: Canto de esperanza, del grupo folclórico castellano Nuevo Mester de Juglaría, rememoran la causa comunera. La canción hace alusión a una Castilla que desde entonces no se ha vuelto a levantar, en manos de rey bastardo o de regente falaz. Hoy, 500 años después, sigue celebrando una derrota que, con los siglos, sí propició algunas victorias.
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