Jean-Claude Romand era famoso antes de El adversario (1999), tanto que Emmanuelle Carrère, que acaba de ganar el Premio Princesa de Asturias de las Letras, no consiguió quitarle la vista de encima. Fue el protagonista del asesinato múltiple más mediático de los 90 en Francia. Mató a toda su familia y cuando intentó quemarse vivo, fue rescatado y condenado a cadena perpetua.
Su historia le hizo ser el protagonista de una de las novelas más conocidas del escritor francés, con el que mantuvo correspondencia durante años. Ahora, le quedan menos de 20 días para poder abandonar, si quiere, la Abadía de Fontgombault, que antes había acogido al colaboracionista filonazi Paul Touvier, donde está recluido a petición propia para pasar su libertad condicional. Allí permanece desde el 28 de junio de 2019, cuando salió de prisión tras 26 años encerrado. Todo este tiempo ha vivido junto con 60 monjes y con un brazalete que limita sus movimientos.
Su historia, contada magistralmente por Carrère, sigue sonando a ciencia ficción casi cuatro décadas más tarde.
Todo empezó cuando a Romand estaban a punto de pillarle la Mentira. En mayúsculas, porque ésta impregnaba cada aspecto de los últimos 18 años de su vida. Decía que era médico, que ganaba mucho dinero, que era un alto funcionario de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En realidad, sólo había cursado primero de Medicina y consumía los días paseando por el bosque
Cada mañana salía de su casa en un pueblo cerca de la frontera con Suiza y decía que se iba a trabajar. Se lo dijo a su mujer, a sus hijos y a sus padres. En realidad, sólo había cursado primero de Medicina y consumía los días paseando por el bosque. Vivía de engañar o timar a otros con medicamentos contra el cáncer o vendiéndoles productos financieros falsos. No había pisado una consulta o un hospital en su vida más que como paciente.
El 9 de enero de 1993 pensó que todo se iba al garete. Que tras décadas mintiendo le iban a cazar (al parecer su amante empezó a sospechar, al pedirle que le devolviera su dinero). Cogió un rodillo de amasar y mató a su mujer. Después, se armó con un rifle del calibre 22 y le pegó un tiro a su hija Caroline, de 7 años, y a su hijo Antoine, de 5.
Dedicó un rato a limpiarlo todo y se montó en su coche para no faltar a la cita para comer en casa de sus padres. Comió despacio, tranquilo y al acabar; les pegó un tiro a cada uno. Recogió, otra vez, lo que pudo, y decidió que lo mejor que podía hacer era pasar la noche con su amante en un hotel de París.
Al día siguiente volvió a su domicilio, se empastilló y le prendió fuego a la casa. Con él dentro. Tuvo tan mala suerte que los bomberos llegaron antes de tiempo y lo sacaron con vida, descubriendo al poco tiempo a los niños y la mujer muertos, y a sus padres en la otra casa.
El suceso se convirtió en una de las noticias del año y allí estaba Emmanuele Carrère leyendo todo lo que ocurrió en aquel juicio, al que llegó a asistir, en el que fue condenado a cadena perpetua (aunque cumplió 26 antes de pedir la libertad condicional) en la cárcel de Châteauroux, en Indre.
Durante este, en 1996, explicó el por qué. "Cuando uno está metido en ese engranaje de no querer defraudar, la primera mentira lleva a otra y es toda una vida", aseguró y añadió que "cuanto más avanzaba la mentira, más dura era revelarla".
Carrére y él se cartearon durante años, incluso el escritor le entrevistó para su libro, que luego se convirtió en película, pero según aseguró el francés en 2018 su relación ya era casi nula. Ahora, en menos de un mes, Romand podrá ser un ciudadano libre, sin el brazalete, aunque nadie sabe si querrá salir de la abadía.
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