Leer en un tren. Hay pocas cosas más románticas y placenteras que sentarse en un asiento con un libro mientras el traqueteo nos acuna, la cadencia mecánica de los raíles suena de fondo y el paisaje aparece fugazmente y luego se pierde por la ventana como si fuera un recuerdo huidizo. Pero los trenes no sólo son escenarios perfectos de lectura, sino también protagonistas de muchos libros. Aquí destacamos unos cuantos.
Los europeos. Tres vidas y el nacimiento de la cultura cosmopolita, de Orlando Figes. Taurus.
Siempre que hablamos de Europa o, al menos, de esa Europa sibarita, elegante e intelectual, tendemos a pensar en las novelas de Stefan Zweig, en los elegantes hoteles de la Europa Central de entreguerras, los balnearios de Baden-Baden o incluso en los sanatorios suizos, como ese Sanatorio Internacional Berghof, en los Alpes, donde Thomas Mann sitúa su novela La montaña mágica.
Sin embargo, como demuestra Orlando Figes en esta obra extraordinaria, el sentimiento cultural europeo, de pertenencia a un acervo común intelectual, surgió mucho antes. El 13 de junio de 1846 para ser exactos. Ese día, a las siete y media “de una soleada mañana de sábado”, partían de la Gare Saint Lazare, en París, los primeros trenes con destino a Bruselas. A la entonces rapidísima velocidad de 30 kilómetros por hora, entre sus ocupantes estaban nada menos que Alexandre Dumas, Victor Hugo y el pintor Jean-Auguste-Dominique Ingres.
Aquello era una auténtica revolución que iba a cambiar Europa. “No era el primer ferrocarril internacional”, nos explica Figes, “pero la línea París-Bruselas tenía una importancia especial porque abría una conexión de alta velocidad entre Francia y los Países Bajos, Reino Unido (a través de Ostende o de Dunkerque) y los territorios de habla alemana”. Todo aquello provocó un cambio radical en la manera de entender el viejo continente: las fronteras se difuminaron, los contactos se intensificaron y la información comenzó a viajar a un ritmo nunca visto hasta entonces.
Miguel Ostrogoff, de Julio Verne.
Miguel Ostrogoff apareció en 1876. Aún no se había comenzado a construir la mítica línea del Transiberiano, pero gracias a esta novela de Julio Verne, media Europa descubrió los pasajes de Siberia y los antiguos trenes rusos. En el libro se narra como Iván Ogareff, un militar retirado y exiliado, un gran enemigo del zar y, sobre todo, del hermano de éste, el Gran Duque, decide convencer a los tártaros para invadir Siberia. También quiere asesinar al Duque. El zar descubre los planes y quiere alertar a su hermano, el cual está en Irkutsk, en la Siberia Oriental, pero no puede: los tártaros han cortado ya los cables telegráficos. Desesperado, el zar decide enviar un emisario de incógnito, pero llegar desde Moscú hasta la otra punta de Siberia no es en absoluto fácil y el camino está plagado de múltiples peligros.
La bestia humana, de Émile Zola. Capitán Swing.
Cuando se publicó por primera vez, en 1890, un crítico dijo de esta novela: “Demasiados trenes y demasiados crímenes”. Lo hizo en tono de reproche, pero en esa frase está perfectamente resumido el atractivo del libro y explica por qué la novela ha sido llevada al cine en varias ocasiones (en 1938 por Jean Renoir y en 1954 por Fritz Lang).
Nos encontramos en la Francia del Segundo Imperio con unos personajes complejos, repletos de rabia, pasión y celos. Zola quería demostrar que, a pesar del enorme avance tecnológico que se estaba viviendo con la expansión del ferrocarril, las pasiones humanas más primarias y bajas seguían intactas y que los individuos podían descarrilar tan fácilmente como una locomotora sin frenos.
Muy resumidamente: el subjefe de la estación de Le Havre, un tal Roubad, está casado con Séverine, una mujer huérfana cuyo padrino es Grandmorin, el presidente de la compañía de ferrocarriles. Un buen día, Roubaud se enteró de que su esposa fue violada en su adolescencia por Grandmorin y decide matarlo. Planifica todo el asesinato y decide que le quitará la vida en un vagón de primera clase del tren nocturno entre París y El Havre. En principio, creen que no serán vistos, pero no saben que el maquinista Jacques Lantier suele pasear cerca de las vías por la noche. A partir de aquí se desencadenan misterios, investigaciones policiales, triángulos amorosos, nuevos intentos de asesinatos y un largo etcétera. Hasta aquí puedo leer.
La Madona de los coches cama, de Maurice Dekobra. Impedimenta.
Maurice Dekobra, hoy tristemente olvidado, fue en su momento el escritor más famoso de Europa y, sin duda, el más leído. Tenía, desde luego, una vida de película: fue escritor, reportero, compañero de aventuras de Chaplin y uno de los modelos del Tintín de Hergé.
En La Madona de los coches cama, su obra maestra, creó la fórmula que más tarde se haría mundialmente famosa (y muy lucrativa): tejer misterios y amoríos en el Orient Express. De hecho, ésta es la primera obra donde aparece el mítico tren.
Maurice Dekobra nos hace viajar a la Europa previa a la Primera Guerra Mundial y nos topamos con Lady Diana Wynham, una de las damas más glamurosas pero escandalosas de la nobleza inglesa. Pero su vida, disoluta y con un nivel de derroche estratosférico, hace que esté a punto de acabar en la ruina. Lo único que puede salvarla es un campo repleto de pozos petrolíferos que le legó en herencia su difunto esposo, el embajador del Reino Unido en San Petersburgo.
Sin embargo, el campo está ahora en manos de los bolcheviques y, para recuperarlo, Lady Diana decide enviar a su mayordomo, Gérard Séliman, un hombre que fue príncipe pero que lo perdió todo y se tuvo que hacer sirviente para sobrevivir, en un peligroso viaje en el Orient Express. Allí vivirá peligrosas aventuras, se topará con espías soviéticos, pero también disfrutará de noches de tórrido amorío.
Asesinato en el Orient Express, de Agatha Christie. Espasa.
Referencia indiscutible en toda lista de novelas sobre trenes y uno de los libros de misterios más famosos de todos los tiempos. El detective Hércules Poirot viaja en el Orient Express procedente de Estambul. Una noche, en plena madrugada, el tren se detiene en un lugar aislado de la antigua Yugoslavia a causa de una fuerte tormenta de nieve. Repentinamente, los pasajeros descubren que ha habido un asesinato abordo: alguien ha matado a Samuel E. Ratchett mientras dormía. A pesar de que ninguna prueba al principio parece esclarecer el motivo y quién ha podido ser el asesino, Poirot decide investigar sobre los ocupantes del mismo vagón.
Extraños en un tren, de Patricia Highsmith. Anagrama.
Otra de las novelas con crímenes abordo de un tren es la primera novela de Patricia Highsmith. La autora nos habla de Bruno y Guy, dos desconocidos que viajan en el mismo vagón. Pronto comienzan a conversar y Bruno descubre que Guy quiere librarse de mujer, la cual lo traicionó. Bruno le propone un trato: él matará a la mujer de Guy y éste se deshará del padre de Bruno, a quien odia profundamente. Guy, horrorizado, rechaza semejante posibilidad, pero Bruno sigue adelante y se propone cumplir con su parte del acuerdo. A Alfred Hitchcock le gustó tanto el libro que, a la semana de salir publicado, compró los derechos para adaptarlo al cine.
La dama desaparece, de Ethel Lina White. Editorial Alba.
En la década de los treinta, Ethel Lina White era tan famosa como su contemporánea Agatha Christie. Desgraciadamente, su nombre ha sido olvidado y tan sólo de vez en cuando alguna editorial se atreve a recuperar algunas de sus mejores novelas, como La dama desaparece, un clásico de la novela de misterio con muchos toques de thriller psicológico. El libro nos presenta a Iris Carr, una mujer que, después de unas vacaciones en el este de Europa, regresa a casa en el tren expreso a Trieste. En el vagón donde viaja hay varias personas, pero ella sólo entabla conversación con la señorita Froy, una institutriz inglesa. Al cabo de unas horas, Iris se queda dormida y, al despertar, comprueba aterrada que la señorita Froy ha desaparecido. Es más: parece haberse volatilizado. De hecho, nadie en el tren recuerda haberla visto y todos comienzan a creer que Iris está completamente loca.
El señor Norris cambia de tren, de Christopher Isherwood. Acantilado.
En 1931, abordo de un tren con destino a Berlín, William Bradshaw conoce a Arthur Norris, un británico de aspecto cómico. Así nace una bonita amistad, pero Bradshaw pronto se da cuenta de que hay más que un entrañable rostro en Norris. Para empezar, dirige un turbio negocio de importación y exportación en Berlín. Vive atemorizado por sus acreedores y también por su amante, una prostituta llamada Anni. ¿Quién es Morris en realidad? Pronto Bradshaw descubre que, bajo un único nombre se esconden varias personalidades opuestas entre sí: la de un militante comunista, un espía y, quién sabe, quizás un agente doble.
Los chicos del ferrocarril, de Edith Nesbit. Editorial Berenice.
Originalmente publicado por fascículos en The London Magazine, en 1905, es uno de los cuentos infantiles favoritos de Inglaterra, una obra que, sin embargo, puede deleitar tanto a pequeños como adultos.
La historia trata de una familia que se traslada de Londres a una casa cerca del ferrocarril porque su padre, que trabaja en el Foreign Office, ha sido encarcelado tras una acusación de espionaje. Los tres hijos de la familia (Roberta, Peter y Phyllis) juegan en la estación y allí conocen a un señor ya mayor que cada día toma un tren a las nueve y cuarto. Gracias a él intentaran probar la inocencia de su padre y, de paso, también ayudarán a un exiliado ruso, una tal Szczepansky, que se ha refugiado en Inglaterra y busca a su familia. Esta última trama está inspirada en un caso real: los disidentes Sergius Stepniak y Peter Kropotkin, amigos de la escritora Edith Nesbit.
Calle de la estación, 120, de Léo Mallet. Libros del asteroide.
En plena Francia de la Segunda Guerra Mundial, el detective Nestor Burma ha de esclarecer la muerte de Bob Colomer, su ayudante, el cual ha sido asesinado en la estación de Lyon. Burma acababa de llegar a Francia desde el campo de prisioneros alemán en el que había estado internado. Eso sí, antes de morir, Colomer le susurra una dirección: “Calle de la estación, 120”. A partir de ahí arranca una investigación que llevará al detective Nestor Burma a la Francia de Vichy y al París ocupado por los nazis.
Trenes rigurosamente vigilados, de Bohumil Hrabal. Seix Barral.
Divertida historia sobre la resistencia frente a los nazis en plena Segunda Guerra Mundial. Milos, un aprendiz que trabaja en una estación de tren de un pequeño pueblo de la antigua Checoslovaquia, deberá arriesgar su vida para sabotear a un tren enemigo cargado de munición.
El expreso de Tokio, de Seicho Matsumoto. Libros del asteroide.
Cuando los cadáveres de un funcionario y una camarera aparecen una mañana en una playa de la isla de Kyushu, todo parece indicar que se trata de un crimen pasional: dos amantes que no pueden seguir juntos y, desesperados, se suicidan tomando cianuro. Sin embargo, hay ciertos detalles que no encajan o, al menos, eso es lo que piensa el policía local Jutaro Torigai. Pronto descubre que el funcionario trabajaba en un ministerio en el que se acaba de destapar una importante trama de corrupción. La clave de todo el embrollo parece estar en un billete de tren que el cadáver llevaba en el bolsillo.
Tren fantasma a la Estrella de Oriente, de Paul Theroux. Editorial Alfaguara.
Paul Theroux es una referencia indispensable en la literatura de viaje. Cuando escribió, hace ya más de treinta años, El gran bazar del ferrocarril, sobre su viaje en tren desde Londres hasta Asia, dio con un estilo narrativo que lo iba a hacer mundialmente famoso. Otro de sus libros más conocidos es el Tren fantasma a la Estrella de Oriente, donde narra otro largo viaje por Europa, la India y Asia, y en donde nos transporta del laberinto de Estambul a las ruinas de Merv, de los ashrams de Bangalore a las barriadas marginales de Singapur y desde los templos de Angkor a la Ciudad Prohibida.
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