“Bienvenido a Hippielandia”, dice Mohamed al viajero cuando, con media hora de retraso, llega a su encuentro. Mohamed ronda los cuarenta y, como otros tantos de los que pueblan el páramo, renunciaron hace unos años a su trabajo en El Cairo para huir hacia el mar. En Dahab, un antiguo pueblo beduino de pescadores, el tiempo es relativo. Se escurre sin reloj entre sus arenas y aguas cristalinas. El terruño más libre de Egipto presume de una larga historia como destino de un turismo sexual disfrazado de matrimonios exprés y sin más derechos que el de consumar el deseo carnal para sortear el desliz de acabar en un calabozo.
Mohamed, demasiado alegre para un día de sol y calor húmedo, muestra con orgullo las fotografías en las que aparece exultante con sus compañías femeninas, conquistas fugaces llegadas del frío ruso y aterrizadas en la geografía escarpada y árida del Sinaí. Las instantáneas no son excepcionales en las calles de Dahab, un pueblo de unos 15.000 habitantes enclavado en la península del Sinaí, a unos 80 kilómetros al noreste de la más conocida ciudad de Sharm el Sheij. La atracción carnal compite con la fama de ser un paraíso para el buceo. Un doble título amenazado desde que el coronavirus irrumpió en el mapa.
“No puedo llamarle turismo sexual porque no implica un pago directo por un servicio prestado, como sí sucede en algunos destinos de Asia y el Caribe”, explica a El Independiente Mustafa Abdalá, profesor de sociología de la Universidad Libre de Berlín y autor de un ensayo que aborda el desenfreno de Dahab. “Las relaciones en Dahab están conectadas a un cierto nivel de compromiso. Los hombres reciben ciertos beneficios, regalos, apoyo financiero a veces o un visado para abandonar el país si el matrimonio es legalizado”, advierte.
Los hombres reciben ciertos beneficios, regalos, apoyo financiero a veces o un visado para abandonar el país si el matrimonio es legalizado
MUSTAFA ABDALÁ, profesor de la Universidad Libre de Berlín
Los flirteos en Dahab no son flor de un día aunque pocos son los vecinos dispuestos a hablar del fenómeno. Comenzaron cuando en 1967 la península cambió de manos y los israelíes se hicieron cargo de sus confines. “Bajo su control, el Sinaí fue vendido como un lugar de sol, arena, mar, palmeras y cultura beduina”, evoca Abdalá. Con el país vecino, por aquel entonces enemigo, ocupando la plaza, Dahab se convirtió en un reclamo para los turistas extranjeros. “Se promocionó su cultura relajada y la desnudez, atrayendo a mucha gente. Fue entonces cuando algunas mujeres establecieron relaciones con hombres beduinos”.
Erradicar el nudismo
El turismo se abrió paso, no sin críticas de los sectores más puritanos. “Algunos habitantes pidieron al gobernador israelí a cargo del enclave que pusiera algunos límites a 'las prácticas y la conducta incontrolada' de los turistas. La respuesta fue: 'intentad llevarlo lo mejor que podáis porque no habrá cambios'". El Sinaí regresó al redil egipcio en 1981, fruto del tratado de paz firmado entre ambos países. Sellado el silencio de la guerra, las hostilidades se dirigieron entonces hacia el turismo licencioso que había hecho brillar Dahab.
El régimen egipcio erradicó el nudismo de las playas y estableció unas reglas claras y moralmente austeras. “Con el retorno del Sinaí a Egipto, muchos jóvenes egipcios emigraron desde el valle al Sinaí para experimentar la libertad de la que habían escuchado hablar y buscar empleo en el sector informal”, detalla Abdalá. El turismo acabó por seducirlos y los lazos volvieron a florecer, como antaño. “Los hombres egipcios y los turistas extranjeros empezaron a relacionarse. Las autoridades, sin embargo, no aprobaron las relaciones sexuales que tenían lugar en Dahab”, recuerda el académico.
El pueblo arrastra el sambenito de quienes lo consideran un lugar depravado donde el sexo, las drogas y los males de Occidente campan a sus anchas
Para sortear el recato gubernamental, los jóvenes locales desempolvaron los matrimonios “orfi”, aquellos que no quedan registrados oficialmente y para los que solo se necesita la presencia de dos testigos. “Este tipo de matrimonio, que también se ha llamado el matrimonio de Dahab, es ampliamente aceptado por la policía como un matrimonio legítimo pero no comporta ningún otro beneficio para, por ejemplo, solicitar el visado de residencia o cualquier otro derecho legal”, arguye Abdalá.
Los amantes de Dahab hallaron, de este modo, el salvoconducto para seguir disfrutando de sus encuentros, en las arenas del pueblo o en alojamientos turísticos a precios asequibles, al alcance de estancias duraderas sin dejarse el bolsillo en ellas. El pueblo sigue arrastrando el sambenito de quienes en otras zonas del país lo asocian con un lugar depravado donde el sexo, las drogas y todo tipo de males procedentes de Occidente campan a sus anchas.
Para la contraparte egipcia, no obstante, el placer de los encuentros también es económico. “Se ha convertido en una respuesta a muchos jóvenes desempleados que llegaron al Sinaí a trabajar en el negocio turístico. Las relaciones con los turistas son un suplemento a sus ingresos porque reciben regalos y a veces apoyo financiero”, comenta el profesor.
Un fenómeno golpeado por la pandemia
La tradición de Dahab sigue desfilando por el paseo marítimo, junto al faro, entre agencias de buceo y restaurantes que ofrecen "shisha" (pipa de agua) frente al paisaje de las olas bañando la costa. Una creciente comunidad extranjera se ha establecido en su callejero, atraída por una clima benigno que no entiende de estaciones. La crisis desatada por el coronavirus, que mantuvo cerrado durante meses el país, ha golpeado el enclave pero le ha proporcionado una nueva vida: hoy está abarrotado de egipcios que, libres de espíritu, han huido de la megalópolis y teletrabajan u holgazanean en sus dominios.
En la última década, marcada por las revueltas políticas que el país más poblado del mundo árabe vivió peligrosamente, los forasteros no han sido tan frecuentes como solían. El surgimiento hace ocho años de la sucursal del autodenominado Estado Islámico en el norte de la península alimentó las deserciones. Pero pocos dudan de que, con sus bikinis y sus costumbres relajadas, regresarán en busca del calor de Dahab. “Cuando realicé mi investigación en Dahab, los hombres hablaban de la sexualidad como una fuente de placer pero establecer relaciones sexuales con extranjeras fue también una herramienta para potenciar su identidad masculina dentro de la comunidad”, reconoce Abdalá. Y Mohamed, que exhibe en su perfil de Instagram sus conquistas de figura esbelta y cabellera rubia, lo confirma con orgullo. Dahab es su nirvana.
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