Dejó su huella extraviada entre edificios, desde el cuartel general de un banco hasta una estación de tren. Sin sus trazados el centro de Damasco, superviviente a una década de cruenta guerra civil, sería completamente distinto. El genio que durante el siglo pasado modeló los barrios de la capital siria se llamaba Fernando de Aranda y era español. Sus obras se mantienen milagrosamente en pie. La desmemoria, en cambio, ha sepultado al autor de un legado arquitectónico único.
En su caso, para mayor desolación, el olvido no ha ido por barrios. Son muy pocos los que en ambas latitudes, su país de acogida y su patria, conocen al hombre que esculpió el urbanismo damasceno del siglo XX. “He llegado a pensar que este silencio fue buscado a propósito por el propio Fernando. Parece como si no siquiera figurar sino en perdurar a través de su obra. Prefirió que quedara su legado más que su propio nombre”, explica a El Independiente Antonio Gil, ex director del Instituto Cervantes en Damasco.
Aranda está diseminado por toda la ciudad. Resulta imposible no reparar en sus edificios cuando se tiene el placer de recorrer el sobrecogedor callejero de la urbe, incluso en tiempos de contienda y con los uniformados del régimen y sus puestos de control desplegados en cada esquina. Sus hitos, camuflados parcialmente bajo capas de polvo, continúan marcando los días de los sufridos damascenos que optaron o no tuvieron más remedio que permanecer en sus confines. El español diseñó, por ejemplo, la estación de tren de Hiyaz, por la que no circulan expresos desde 2004, o el edificio principal de la Universidad de Damasco.
“Aranda es un símbolo de algo que ya no existe porque el mundo se está polarizando”, subraya Juan Serrat, quien ejerció como embajador español en Siria hace más de tres lustros. “Era un hombre ecuménico, multicultural, multitodo. Representa al tipo de ser cosmopolita que pasó su vida en el imperio Otomano”, agrega el diplomático jubilado. Hablaba cinco idiomas: español, francés, alemán, turco y árabe.
"Aranda era un hombre ecuménico y multicultural. Un ser cosmopolita que pasó su vida en el imperio Otomano"
JUAN SERRAT, EX EMBAJADOR DE ESPAÑA EN SIRIA
De la corte del Sultán al urbanismo damasceno
Su arquitectura está estrechamente ligada a su periplo vital. Su padre, también llamado Fernando de Aranda, nació en Madrid en 1864, según una biografía del periodista Eduardo García Gascón publicada en 1988, uno de los contados testimonios escritos del arquitecto. Su progenitor era fruto de una relación extraconyugal del Conde de Humanes con Juana Octavie de Neaudot. Un músico exquisito, formado en Bélgica y profesor del Conservatorio de Madrid, que terminó acudiendo a la llamada del sultán turco Abdul Hamid II.
Su padre fue el músico mayor de palacio en Estambul y director de las bandas militares imperiales
Durante las dos décadas siguientes, fue el músico mayor de palacio y director de las bandas militares imperiales. Estambul y los ambientes palaciegos se convirtieron en la gran escuela de su hijo, que decidió permanecer en el país cuando en 1909 su padre y el resto de la familia regresaron a casa y se establecieron en Barcelona.
El joven Fernando, nacido en Madrid el 31 de diciembre de 1878, inauguró entonces una vida en solitario de la que quedan pocas certezas. “Hay años totalmente negros. Se sabe que en 1902 estaba en Estambul y en 1906 en Damasco. Pero entre esos años no se sabe nada”, lamenta Gil, uno de los artífices de un libro publicado en 2005 por el Instituto Cervantes y la embajada española en Siria. Un volumen que hoy cuesta encontrar. “Luego existe otra laguna de años, de más de una década, en la que está en Damasco pero no se sabe absolutamente nada de él”, añade.
Una biografía repleta de sombras
Las sombras alcanzan incluso a su propia formación como arquitecto. Los planos de los edificios que diseñó ni siquiera llevan su firma. “Dicen que no era arquitecto pero son edificios realmente complejos y difíciles de diseñar. Yo estoy convencido de que era arquitecto”, indica Gil, fascinado por una biografía deslavazada, repleta de descosidos. Quienes han tratado de recomponer su historia lo han hecho a partir de los contados documentos escritos y el testimonio oral de quienes le conocieron. “No hay fuente donde buscar y lo único es que, como murió relativamente reciente, en 1969, existen aún personas que le conocieron”.
Era una persona muy afable y cercana, nada pretenciosa
ANTONIO GIL, EX DIRECTOR DEL INSTITUTO CERVANTES EN DAMASCO
Uno de los flecos que nutren la memoria de Fernando de Aranda son las visitas que, ya anciano, solía realizar al Centro Cultural Español de Damasco, el antecedente de la sucursal siria del Cervantes, clausurada desde que estallara la guerra en 2011. Por la institución se dejaba ver esporádicamente. “Iba a tomarse un café y saludar. Hay bastantes referencias de que era una persona muy afable y cercana, nada pretenciosa, pero poco más”, esboza Gil.
La familia Aranda residió en el desaparecido edificio de la Librairie Universelle, que él mismo diseñó, hasta 1922, entre cuadros, tapices y antigüedades que adquiría en el zoco
El mutismo de su biografía habla, en cambio, a través de sus obras, elevadas hoy a monumentos de la primera mitad del siglo XX. Algunas de aquellas construcciones ya no existen, como el inmueble que albergó la Librairie Universelle y en cuya primera planta residió la familia Aranda hasta 1922, entre cuadros, tapices y antigüedades que él mismo adquiría en el zoco. Fueron, además, las dependencias del consulado español cuando el artista se hizo cargo. Aranda ejerció de vicecónsul honorario desde 1912 hasta 1936, en una época realmente turbulenta en la que -ante la salida de los diplomáticos- llegó a representar los intereses de otros países europeos. La mayoría de sus trazados, no obstante, siguen estando plenamente vigentes en el urbanismo damasceno.
La estación ferroviaria, su obra cumbre
“Yo me quedo, sin lugar a dudas, con la estación de Hiyaz por la ubicación, la grandiosidad y la estructura. Es un edificio realmente espectacular”, admite Gil. Las instalaciones -camino hacia el laberinto de callejuelas del Damasco viejo y el populoso zoco de Hamidiye- fueron construidas para recibir a los viajeros de la línea de ferrocarril otomana que debía unir la capital siria con la ciudad santa de Medina, en la actual Arabia Saudí. El encargo le fue adjudicado a Aranda en un concurso municipal en el que participaron otros arquitectos extranjeros.
No se descuidó ningún detalle, desde reminiscencias islámicas en ventanas y la madera interior hasta elementos clásicos que establecen un diálogo con la estación de Estambul. Su construcción costó 283.000 libras de oro y, para ahorrar parte del presupuesto y destinarlo a otros edificios, se empleó como mano de obra a jóvenes que prestaban el servicio militar obligatorio. El estallido de la I Guerra Mundial, las revueltas árabes y el colapso del imperio Otomano dejaron inconclusa la misión encaminada a revolucionar la peregrinación a los lugares sagrados del islam. Un proyecto de remodelación vació de uso hace 17 años la estación damascena. El año pasado, el régimen de Bashar al Asad concedió el edificio en alquiler durante los próximos 45 años a una empresa privada con el propósito de convertirla en hotel.
La estación se levantó camino hacia el laberinto de callejuelas del Damasco viejo y el populoso zoco de Hamidiye, que son aún hoy uno de los corazones de la urbe
El estilo "arandino"
Cargado de vínculos estéticos, Aranda opta por un historicismo singular
CARMEN SERRANO DE HARO, ARQUITECTA
Otros vestigios arquitectónicos de Aranda gozan de mejor salud. Por el edificio principal de la Universidad siguen circulando los estudiantes. El edificio El Abid, de factura alemana, continúa luciendo como una imponente mole que fue hotel y cuartel. Los señoriales inmuebles residenciales levantados para, entre otros, el primer ministro en varios distritos de la capital, como Al Muhayirin y Salhie, permanecen erguidos. La contienda siria, que ha segado medio millón de vidas y convertido en refugiados a millones de compatriotas, ha pasado de puntillas por la obra de Aranda. Las instantáneas que acompañan estas líneas son recientes y dan fe de una resiliencia extrema, capaz de alzarse victoriosa sobre todos los cataclismos.
“Yo creo que habría que hablar de un estilo arandino. Tiene una gran diversidad de influencias y es muy especial porque bebe de distintas fuentes que logra interpretar con una maestría especial”, arguye el ex director del Cervantes en Damasco. “Cargado de vínculos estéticos, Aranda opta por un historicismo singular, una actitud creativa que recoge fuera de tiempo los aspectos comunes más externos de los ancestros artísticos del lugar y, al mismo tiempo, utiliza las claves espaciales contemporáneas a su generación”, resume la arquitecta Carmen Serrano de Haro.
Enamorado de la capital de los Omeyas, Aranda trabajó para el ayuntamiento y el ministro de Awqaf (Asuntos Religiosos, en árabe) en cuyos archivos se encuentran algunos de los estudios que preparó el español. “Fue la persona responsable del ordenamiento arquitectónico. Construyó casas para importantes personajes de la vida política y social damascena. Hay muchos edificios que no se le atribuyen directamente y estoy convencido de que los hizo él”, murmura Gil.
La vida laboral de Aranda está condicionada, a su pesar, por un tiempo convulso de cuyas vicisitudes el español trata, en vano, de permanecer ajeno. Solo percibió como salario el asignado a un dibujante, la tercera parte del reservado a un arquitecto. Un detalle que blanden quienes defienden la tesis de que carecía de título de arquitecto. “Lo que ocurre es que no es sirio”, matiza Gil. “El país acaba de conseguir la independencia y se ve como una persona que viene del imperio dominante. El sirio es muy orgulloso de su propia procedencia y seguramente eso fue lo que perjudicó a Aranda. En un primer momento sí firma los proyectos y, sin embargo, en la última etapa de su vida no lo hace y le pagan también muchísimo menos”.
Padre de dos vástagos, fruto de su primer matrimonio con una griega, Aranda abraza el islam para en segundas nupcias casarse en la ciudad palestina de Haifa con Sabria Hilmi, representante de una acaudalada familia de origen turco. Una conversión de la que se arrepiente en las postrimerías de su existencia, cuando desde la cama de un hospital damasceno pide perdón frente a la estampa de la Virgen y solicita la visita de un sacerdote.
“De algún no debía estar demasiado contento consigo mismo. Tal vez se consideraba un apátrida. Vivió siempre presionado por sus orígenes”, barrunta Gil. Falleció discretamente tres días antes de cumplir los 91 años. “Fue el icono de un momento histórico. Representaba el alma del imperio Otomano que fue permanentemente una mezcla de pueblos, naciones, lenguas, religiones y culturas”, concluye Serrat.
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