El aura de autodestrucción como telonero principal del concierto, el afán por las drogas y el sexo salvaje como complemento. El rock & roll cultivó un currículo social repleto de almas que nunca tuvieron el futuro presente. Que bebían, fumaban y se drogaban por encima de sus posibilidades para sentir la adrenalina de la vida más macarra. Era precisamente ese desprecio a la vida lo que les llevó a la destrucción completa, como un kamikaze volándose los sesos.
Las consecuencias de una rutina sin frenos han convertido a Mick Jagger, Sid Vicious, Jim Morrison o Kurt Cobain en leyendas, pero en paupérrimos ejemplos de vidas fastuosas. Sobre todo, en el terreno sentimental, donde la violencia física, verbal y sexual se convirtió en su versión particular de un ramillete de rosas.
Entre estupefacientes, libertad y celos, la música se convirtió en escaparate de grandes historias tóxicas entre cantantes y groupies. Spoiler: ni comieron perdices, ni fueron felices. En numerosas ocasiones, ellas fueron culpadas por la desdicha de ellos y tuvieron que cavar su propio refugio para salir de la espiral que sus relaciones habían conformado.
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