Carmen Mola, la Elena Ferrante española -que dicen algunos-, eran tres hombres. La aclamada escritora en realidad no era ella, sino ellos -Antonio Mercero, Agustín Martínez y Jorge Díaz-, y el asombro después de que se les concediera el codiciado Premio Planeta el pasado viernes, ha desatado en una cascada de debates en el panorama editorial español que va, desde si es justo o no que tres escritores se agrupen bajo un seudónimo y compitan en relación de igualdad contra un solo autor, hasta la decisión de una librería especializada en autoras de retirar el libro de su catálogo: «Más allá de la utilización de un pseudónimo femenino, estos tipos llevan años contestando entrevistas. No es solo el nombre, es el perfil falso con el que ha tomado a lectores y periodistas. Timadores», critica la escritora y feminista Beatriz Gimeno, ex directora del Instituto de la Mujer, en su cuenta de Twitter.
Y es que pese a que la web de la editorial, que lista los premios concedidos a lo largo de su dilatada historia, sigue reflejando que la distinción se la llevó la supuesta maestra madrileña, los tres guionistas de televisión fueron quienes dieron vida a los tres libros de la novela negra La novia gitana (2018), La red púrpura (2019) y La nena (2020), publicados en los últimos cuatros años con un gran éxito por la editorial Alfaguara: «Decidimos escribir una novela entre los tres como una diversión. Ni siquiera sabíamos si la acabaríamos. Escribimos sin pensar en un seudónimo y cuando entramos en el juego de qué hay que poner, el nombre surgió de manera natural y azarosa. Parece muy meditado, pero en realidad fue un minuto y medio de lanzar nombres de varón, de mujer, extranjeros etc. Alguien dijo 'Carmen', así sencillo, españolito. Y nos gustó. Carmen mola ¿no? Pues Carmen Mola. Pensamos que nadie leería una novela en la que apareciesen tres nombres en la portada», explicaba el trío de escritores a El Independiente la noche del galardón.
Pero los tres escritores no son los primeros ni serán los últimos en sumarse a una extensa lista de autores que, dentro y fuera de nuestras fronteras, sorprenden tanto como indignan tras darse a conocer el seudónimo bajo el que se esconden. Escritores como Emily Brönte, Mary Shelley, J.K Rowling o Pablo Neruda, son algunos de los autores que han dejado huella con nombres que en realidad no son los suyos.
Uno de los casos más significativos en España fue el de Cecilia Bohl de Faber, la escritora y folclorista que en el siglo XIX dió luz a una de las obras más populares de la época, La gaviota, calificada por los críticos como una obra prerrealista. Bohl escribía bajo el seudónimo de la localidad española Fernán Caballero, según ella, porque «gustóme ese nombre por su sabor antiguo y caballeresco, y sin titubear un momento lo envié a Madrid, trocando para el público, modestas faldas de Cecilia por los castizos calzones de Fernán Caballero». A Cecilia Bohl le siguen en España Carmen Martín Gaite, que a mediados del siglo XX decidió presentarse al Premio Nadal con la obra Entre visillos y bajo el seudónimo de Sofía Veloso -nombre de su abuela-, para ocultar a su marido, el novelista Rafael Sánchez Ferlosio, su participación en el galardón; o el de Carmen de Burgos, la periodista y activista de los derechos de la mujer que firmaba sus piezas como Gabriel Luna o 'Perico el de los Palotes'.
Al otro lado del charco destaca el caso de Neftalí Reyes, el poeta y político chileno conocido más bien por su seudónimo, Pablo Neruda, con el que se bautizó tras la publicación de su primer trabajo y la no aprobación de su padre a sus actividades literarias.
Por su parte, hubo un caso en el que la escritora consiguió tal renombre y popularidad con su seudónimo, que prefirió seguir usándolo aún después de que se diera a conocer su identidad. Es el caso de Isak Denisen, seudónimo de Karen Blixen (Dinamarca, 1885), la autora danesa de Memorias de Africa. Y algo parecido ha ocurrido con la creadora de Harry Potter, Joanne Rowling (Yate, 1965), que escondió su verdadero nombre antes de publicar su primera novela porque la editorial Bloomsbury temió que los lectores tuvieran reticencia a comprar libros escritos por una mujer. Así, la escritora y productora de cine empezó a utilizar dos iniciales, y no su nombre de pila. Tras conseguir la fama, J.K. Rowling volvió a usar su seudónimos para su saga de novela negra.
Pero también los ha habido atípicos, como la publicación de forma anónima en 1818 de Frankestein o el moderno Prometeo. Lectores y críticos de todo el mundo dieron por hecho que el autor de la novela era Percey B. Shelley, y no su verdadera autora, su pareja Mary Shelley (Londres, 1797); o el seudónimo de Mohammed Moulessehoul (Argelia, 1955), un escritor miembro del ejército argelino que decidió utilizar otro nombre para evitar represalias y «homenajear a la mujer argelina por el coraje y esperanza que demostraban ante los numerosos conflictos que sufren en una sociedad tan restrictiva como en la que viven».
Elena Ferrante ¿Próxima Carmen Mola?
El fenómeno literario del siglo XXI que más se asemeja a lo que ha ocurrido con Carmen Mola es el de Elena Ferrante, que ha explorado las complejidades de la amistad entre mujeres con sus cuatro novelas La amiga estupenda (2012), Un mal nombre (2013), Las deudas del cuerpo (2014) y La niña perdida (2015).
Si bien aquí hay dudas todavía sobre la verdadera autoría de las novelas, una investigación conjunta de varios medios internacionales a finales de 2016 ponía sobre la mesa a la traductora Anita Raja como responsable de estas obras. Sin embargo, tiempo después, a las sospechas sobre Raja también se ha sumado la posible autoría de su esposo, el también escritor Domenico Starnone, aunque ambos han negado repetidas veces estar detrás de la superventas italiana.
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