Me cuentan que Facebook cambiará de nombre. Resulta que las más grandes inteligencias, pagadas con la fortuna de Mr. Zuckerberg, han decidido que lo mejor es cambiar una pequeña palabra para salvar todo un Imperio. Se trata de nada menos que la que define todo el proyecto, o sea, su nombre. ¿Tanta importancia tienen esas letras con las que nos referimos a algo?
Su hija, rellenando un formulario, declaró que su papá es “poeta y nombrador”
Fernando Beltrán, poeta, a mí no me engaña. Para poder leer todos los libros que hay en su oficina se necesitan varias vidas. Y la suya no le da para tanto. Él escribe y pone nombres a las cosas. Su hija, rellenando un formulario, declaró que su papá es “poeta y nombrador”, y aunque no esté aceptada precísamente la palabra que define su oficio por la Real Academia de la Lengua, le han asegurado que entrará en próximas revisiones. En el mundo empresarial se soluciona, como siempre, tirando de inglés y llamando “naming” a la actividad de este buen señor, que ha dedicado su vida a crear palabras que luego usamos casi todos, como Opencor, Aliada, La Casa Encendida, Rastreator, Vodafone Yu, y muchas más.
Pregunta.- ¿Es cierto que has llegado a ponerle nombre a bebés?
Respuesta.- Sí, y, salvando las diferencias, a mascotas. Nos piden de todo.
P.- ¿Hay gente que sigue viendo inútil pagar a alguien para que diga un nombre?
R.- Yo ya no me peleo por esto. Es verdad que si se hacen las cosas bien, te irá bien, pero con un buen nombre te irá mejor. Uno de los casos más llamativos fue el del Parque Biológico de Madrid, un sitio al que no iba nadie. Cuando pusimos el nombre de Faunia, había colas para entrar.
P.- ¿Podríamos decir que todo tiene un nombre, aunque aún no sepamos cuál es?
Si te metes demasiado en las directrices de la marca, puedes perderte. Es importante alejarse del análisis excesivo
R.- El nombre te está aguardando. Lo que tienes que hacer es fijarte, oír y ver todo, porque el nombre está ahí. Por eso, lo primero es conocer muy bien aquello que tienes que nombrar. Luego el cliente te dice sus valores, y le haces caso. Después, desapareces por un tiempo. Está muy bien la información, pero te puede llegar a condicionar. Si te metes demasiado en las directrices de la marca, puedes perderte. Es importante alejarse del análisis excesivo.
P.- Claro, es un arte. Pero vivimos tiempos extraños, en los que los datos mandan y lo queremos todo “en pocas palabras”, en la longitud de un tuit. ¿No es contradictorio que leamos poco y lo queramos todo resumido, pero tengamos entonces que darle valor a cada palabra?
R.- Totalmente de acuerdo. Es una paradoja. Esos mensajes tan cortos hacen que cada palabra tenga un valor impresionante. Los jóvenes arañan cada texto, lo piensan, lo borran antes de enviarlo... Yo inventé el término “tuitubear”, al ver todo lo que dudan antes de mandar cualquier texto. Está de moda cuidar el valor de cada palabra.
P.- También resulta paradójico, en un mundo tan pragmático y acelerado, que los poemas sigan ahí. Acabas de recibir el Premio de poesía Francisco de Quevedo, otorgado por el Ayuntamiento de Madrid, por tu libro "La curación del mundo" (Hiperión). Por el nombre intuyo que tendrá que ver con tu paso por el hospital, sufriendo lo peor del covid. ¿Qué contiene?
Me la puse al lado y me agarré a los hierros helados de la cama como él se agarró al manillar.
R.- Poesía en estado puro. Siempre supe que era útil pero ahora lo he comprobado. Eso, y las metáforas. Yo me he agarrado a muchas para salir adelante. La primera, la de un héroe de mi niñez: la foto del ciclista López Carril llegando a L'Alpe-d'Huez desencajado, pero coronando esa cima. Me la puse al lado y me agarré a los hierros helados de la cama como él se agarró al manillar. Hubo más metáforas, como el solo de trompeta de Chet Baker que escuchaba, o el tren que oía pasar. Estaba muy solo y me agarraba a él, imaginando que traía el cariño de mi familia. Lo peor de esta enfermedad, aparte de la propia dolencia, ha sido la soledad.
P.- ¿Tú también has cambiado con la pandemia? ¿Todos lo hemos hecho?
R.- Más de lo que la gente cree. Habrá afectado más o menos a cada persona, pero todos hemos tenido un “toque” que nos ha puesto en otro lugar. Y eso es una oportunidad.
P.- Naciste, como tú siempre dices, en “Lloviedo”, pero vives y expones tus textos en Madrid. Ahora, y hasta fin de mes, junto a imágenes de Rosa Juanco en la Fundación BBVA (Recoletos, 10) con “Charcos y ballenas, las palabras que quedan por decir”. ¿Es difícil compaginar ser artista con tu labor peleando por un nombre en el mundo de la empresa?
R.- Por supuesto, son dos mundos distintos, pero el poeta tampoco se conforma con las palabras de uso común o con las definiciones del diccionario. Su oficio es mirar de otra manera, abrir caminos, y a veces para sorprenderse a sí mismo. Me gusta que un poema me lleve a otro lugar, que me incomode, que me agite. Y si me pasa a mí, ¿por qué no le va a pasar al lector, si todos tenemos miedos y dudas, en el fondo, muy parecidas?
-Me marcho dejando atrás a un hombre que, tras haberle puesto cara al final de su existencia terrenal, consigue reservarse un rato todos los días para sí mismo. Se trata de esa reflexión que todos hemos tenido que hacer en los últimos meses. Seguro que él encontraría la palabra perfecta para definirlo.
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