Aquel joven rubio, de mediana estatura y un característico tupé había sido su inspiración. Las viñetas que contaban sus aventuras le habían atrapado y abducido a hacer suyas las palabras en las que Hergé se proclamaba el único capaz de poder animar a Tintín, «en el sentido de dar alma». Él quiso darle alma desde la admiración al personaje y no al creador, a aquel reino imaginario llamado Syldavia y al Cetro de Otttokar, el octavo de los álbumes de la serie Las aventuras de Tintín. Y lo hizo.
Nacho Simal (Zaragoza, 1974), dibujante, editor de la revista La Cruda, y fundador del colectivo Estudiosos del Tema, trabajó durante cuatro años en un homenaje póstumo al universo Hergé (1907-1983) que inauguró el pasado 8 de octubre en la Galería Cromo de Barcelona, bajo el título Syldavia. Comisariada por la crítica Mery Cuesta, la muestra constaba de una docena de obras de gran formato realizadas en distintas técnicas e inspiradas, muy libremente, en un universo de Tintín que inesperadamente toparía con la censura más moderna que habría impedido a Andy Warhol pintar a Mickey Mouse. Y es que tan solo dos semanas después de ser inaugurada, la exposición era clausurada el pasado lunes por exigencias de un correo electrónico que, dirigido a la galería por el gabinete jurídico de una sociedad de explotación de derechos de autor, ordenaba la «prohibición de mostrar y comercializar estas obras»: «O cierra usted o aténgase a las consecuencias». El mensaje era de una sociedad llamada Moulinsart, impulsada por Nick Rodwell (segundo marido de Fanny Remi, viuda de Hergé) con el fin de rentabilizar póstumamente la obra del dibujante belga: «Quería dar a ese cómic una nueva dimensión en forma de homenaje, con muchísimo respeto y sin ocultar nada. Montamos la exposición con la mejor de las intenciones y al poco de inaugurarla nos topamos con la censura que nos prohíbe exhibir, vender, mostrar o tan siquiera hablar de lo ocurrido. Aquel mensaje conminó a la galería a cerrar de inmediato la exposición, dejar de distribuir cualquier publicidad o promoción de ella, y exigía que mis obras no fueran mostradas en público ni vendidas. No imaginaba que siendo un artista de un recorrido, considero, limitado, y una galería más o menos pequeña, pudieran molestar a nadie. Mi trabajo ha sido puramente el de conservar la escena y arquitectura del personaje que leí de pequeño», cuenta Simal en palabras para El Independiente.
Pero el dibujante podía imaginárselo. Porque antes de inaugurarla oficialmente, la exposición pasó de llamarse Syldavia a Simalia en un preludio de lo que parecía que iba ser y ha sido una 'muestra maldita': «Dos días antes de anunciar y promocionar la exposición, recibí un burofax firmado por un señor que decía ser el cónsul honorario de Syldavia. No me lo podía creer. ¿Existía de verdad ese país? Ese burofax fantasmagórico amenazaba con emprender acciones legales por usar ese nombre, cuyos derechos sobre soportes físicos decía tener registrados. Nos pareció sencillo el cambio de nombre. Usé uno que de alguna forma hacía referencia a mi apellido, 'Simal', pero lo que vino después fue la persecución de lo que creo que son una especie de vampiros en manos del actual marido de la viuda de Hergé. Años atrás cuando se hablaba de censura se trataba casi siempre de prohibiciones institucionales por motivos políticos o ideológicos, ahora también por índole comercial, porque es evidente que buscan dinero, beneficios económicos, y si haces algo que ellos consideran puede ser lucrativo, lo impiden», relata.
Entre los derechos de autor y la libertad creativa
En abril de este mismo año, la empresa Moulinsart ya reclamó en los tribunales de Marsella una compensación de 200.000 euros al escultor Peppone por daños y perjuicios tras exponer bustos del protagonista de la icónica historieta Las aventura de Tintín; en tanto que el artista se defendió cuestionando la autoría de uno de los personajes del cómic belga más famosos del mundo: «Para un artista, ser acusado de ser un tramposo, un imitador, es lo peor. Hergé se inspiró en el personaje Tintin Lupin, de 1898, un joven rubio que vestía pantalones del golf creado por el célebre ilustrador francés Benjamin Rabier (1864-1939). ¿Dónde está ahí la autoría?», reclamó.
En este sentido, desde OBS Business School apuntan que el único derecho que sirve de excepción al de autor es la libertad de expresión, «cuyo ejercicio requiere la cita de otras obras y que está sometida a una condición o el respeto de determinados parámetros que el propio precepto establece. Y que consiste en utilizar únicamente obras que hayan sido accesibles de forma lícita al público, que se haga conforme a los usos honestos y en la medida justificada por el fin que persiga».
Pero ha habido más casos. En 2011 un restaurador belga tuvo que retirar de su vidriera objetos inspirados en el mundo de Tintín, y en 2019, el ilustrador Pascal Somon fue condenado a 10 meses de prisión condicional y 32 mil euros de reparación por vender dibujos que evocaban al personaje: «La confrontación entre el derecho de autor y el derecho a la cultura es un argumento comúnmente utilizado para apoyar teorías antagónicas. Lo usan aquellos que se oponen al derecho de exclusiva y defienden la gratuidad de los contenidos protegidos por la propiedad intelectual; pero también la invocan aquellos que son partidarios de un sistema más abierto, distinto del que impone la reserva de todos los derechos de propiedad intelectual y que justifican con las ventajas que aporta a la sociedad la difusión del conocimiento», aseveran.
La viuda de Hergé, Fanny Vlamynck, es titular de los derechos desde la muerte del dibujante en 1983 junto a la firma Moulinsart.
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