A unos metros de donde una vez no hace mucho estuvo emplazada la conocida popularmente como plaza Chop Chop, destinada a las ejecuciones públicas, ha nacido un festival de cine. Yeda, la más liberal de las ciudades saudíes, despliega esta semana la alfombra roja al ritmo de los nuevos y aún inciertos vientos que soplan en el reino. “Olas de cambio”, reza el eslogan de la primera cita para cinéfilos de la historia del país, menos de cuatro años después del fin de la prohibición de las salas de cine.
“Bienvenidos al primer festival de cine de la historia de Arabia Saudí, en el corazón de Yeda”, declamó el presentador de la gala inaugural. Durante la hora previa, por el terciopelo color carmesí habían desfilado actores árabes e internacionales como la francesa Catherine Deneuve, el británico Clive Owen o la estadounidense Hillary Swank, arropados por la jet set de la ciudad. Una inédita exhibición de escotes y vestidos ajustados en Al Balad, el distrito histórico, que hubiera resultado inadmisible e ilícito hace tan solo unos años, en un país donde la abaya negra – la holgada túnica con la que las saudíes cubrían su cuerpo por tradición y modestia religiosa- era vestimenta obligada para las mujeres.
“Estamos expectantes. Queremos ver la reacción de la gente porque no saben lo que es un festival, cómo relacionarse con los directores ni cómo asistir a una conferencia. Es algo completamente nuevo para ellos y estamos descubriéndolo juntos”, reconoce a El Independiente el libanés Antoine Jalife, director de la sección de películas árabes del festival internacional del Mar Rojo. La prohibición de las salas de cine se desvaneció en abril de 2018, tras décadas de estricto cierre. Una imposición del wahabismo, una rigurosa corriente del islam suní que censura cualquier expresión artística.
Tras un prolongado período de abstinencia, los habitantes de Yeda, a orillas del mar Rojo, sacian el apetito estos días en los cines temporales levantados en carpas diseminadas por el laberíntico centro de la ciudad, una geografía de edificios construidos de coral con tupidas celosías de madera que ha sobrevivido al abandono y que fue declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco en 2014. “Es un día histórico para el reino”, confesó Mohamed al Turki, director del festival, en la apertura. “Una celebración para quienes hacen cine que no se había visto jamás en el reino”, añadió. La edad media de la población saudí no supera los 31 años. Y parece ávida de aventuras.
“Cuando era niña, ver una película era un sueño. Hacer un cortometraje también, tanto como filmar un largometraje. Y ahora, me premian aquí en mi país en el primer festival de su historia”, declaró emocionada Haifa al Mansur, la cineasta saudí que hace cerca de una década logró la proeza de “La bicicleta verde”, una obra sobre misiones imposibles en una sociedad conservadora y cerrada que se ha convertido en icono de la embrionaria industria local, empujada por las reformas que lidera el príncipe heredero y líder "de facto" del país, el controvertido Mohamed bin Salman.
Durante diez días, el festival -cuya primera edición fue suspendida en marzo de 2020 por la propagación del coronavirus- proyecta hasta 138 películas procedentes de 67 países y rodadas en 34 idiomas. Una pequeña torre de Babel y una enmienda al pasado reciente, tras años de observancia religiosa, que sucede a la celebración el domingo del Gran Premio de Fórmula Uno, otro de los acontecimientos que ha contribuido a la ebullición de la villa y que los disidentes consideran desde el exilio una amarga tentativa de lavar la cara del país.
Un "oasis de libertad"
La cita cultural se jacta, no obstante, de no contar con demasiadas líneas rojas. En la programación figuran títulos como Sharaf, una cinta que, basada en una novela del egipcio Sonallah Ibrahim, denuncia a las dictaduras árabes a través de un joven que languidece en una prisión. “Una película que refleja la compleja situación de las sociedades árabes que viven bajo la dictadura y la pobreza”, promocionan, sin tapujos, sus creadores.
“Me sorprendió recibir la invitación”, admite en conversación con este diario Samir Nasr, el director del filme. Nasr, un egipcio afincado en Berlín, ha sufrido en carne propia las dificultades de abordar una tragedia que ejecutan todos los regímenes de la región. “Queríamos rodar en Egipto pero la censura no nos concedió el permiso”, confirma. Un estudio en Túnez fue la alternativa. “La película será muy polémica y dará que hablar. Por eso es importante estrenarla en un país árabe”, arguye, muy escéptico con que pueda llegar a la cartelera egipcia.
Decidimos que no se editaría ni se cortaría ninguna de las cintas seleccionadas y así ha sido
ANTOINE JALIFE, DIRECTOR DE LA SECCIÓN ÁRABE DEL FESTIVAL
“Me parece que el festival es una entidad con mucha libertad. No creo que represente a todo el país”, relata Nasr. “Es un oasis de libertad. Cuando se permite algo así, definitivamente se ha comprendido que las restricciones y las prohibiciones no son aceptables en 2021. En Egipto siguen viviendo con la mentalidad de los años 60 del siglo pasado. Al actuar de ese modo, se mata el sector privado y cualquier ápice de creatividad”, opina. Paradojas del destino, el que durante décadas fue apodado el Hollywood de Oriente Próximo veta hoy películas a las que el reino saudí ofrece espacio.
“Hemos elegido las películas que hemos considerado y tomamos la decisión de que no se editaría ni se cortaría ninguna de las cintas seleccionadas”, replica Jalife. “Puede sorprender, pero estamos felices de que así suceda”, apostilla. En uno de los títulos, “El salón de Huda”, un largometraje palestino que retrata a una peluquera convertida por necesidad en agente de los servicios secretos israelíes, las imágenes de las mujeres desnudas a las que chatajea están pixeladas. “Es algo que no procede del festival. Nos llegó así la copia. Es una decisión del distribuidor”, advierte uno de los máximos responsables del festival.
Conciertos a medianoche
El del Mar Rojo, que a golpe de petrodólares aspira a abrirse hueco en la apretada agenda de los festivales internacionales, trata de impulsar una industria local, aún embrionaria, en línea con la diversificación económica que buscan las autoridades y su programa Visión 2030, más allá de la evidente adicción al oro negro. Mientras en el resto del mundo las salas agonizan fagocitadas por la tempestuosa irrupción de las plataformas digitales, en Arabia Saudí se abren, en busca de un público primerizo. Las autoridades sostienen que el país, con una población similar a la española, podría necesitar hasta 2.600 espacios de proyección. Según estimaciones de la firma PwC, el mercado del séptimo arte local podría generar hasta 950 millones de dólares a finales de esta década.
Es un país en transformación. Existen reservas y algunas preguntas, pero al final hay que apoyar un cambio como éste
SAMIR NASR, DIRECTOR DE 'SHARAF'
Para el estreno, la organización ha escogido como presidente del jurado al italiano Giuseppe Tornatore, director de un título tan simbólico como "Cinema Paradiso". “Ojalá hubiera siempre este ambiente en el área”, comenta un comerciante del distrito donde se celebra el festival, repleto de zocos y negocios tradicionales de textiles o dátiles. Al caer la noche, cuando el termómetro concede cierta tregua, una multitud recorre sus callejuelas, animadas por la celebración de unas jornadas gastronómicas. En algunas esquinas se escucha el rumor del laúd. En otras, las canciones egipcias despiertan el baile de los presentes. A unos cientos de metros, en las inmediaciones del barrio, la música suena sin miedo a los decibelios. Entre juegos de luces y ráfagas de fuego, un diyey agita a la masa. En la gala inaugural, el rapero haitiano Wyclef Jean ofreció sobre el mismo escenario un concierto sorpresa, con versión incluida de “No Woman, No Cry”.
En los espacios públicos en los que desarrolla el festival, la segregación por sexos parece un asunto del pasado. Mujeres y hombres comparten filas en las salas de cine, donde el único pecado es la impuntualidad de los asistentes. Los avances sociales mantienen inalterable, en cambio, la persecución de la disidencia. “Es un país en transformación y está tratando de abrirse. Existen ciertas reservas y algunas preguntas, pero al final hay que apoyar un cambio como éste. No se puede decir que vendremos cuando completen la mudanza. Esta película hubiera sido imposible de proyectar aquí hace tan solo tres años. Y ese hecho es ya, en sí mismo, un mensaje”, concluye Nasr.
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