En octubre de 2016 la exposición Franco, Victoria, República. Impunidad y espacio urbano -comisariada por Manel Risques- recuperó la estatua ecuestre de Francisco Franco que durante décadas se exhibió en Barcelona. La escultura estaba decapitada, llegó así de su exilio en un depósito municipal -nos se sabe quién la decapitó- y pronto se desprendió del objeto de la instalación y fue objeto de todo tipo de vilipendios por parte de la gente en su ubicación en la plaza del Born. “La escultura recibió huevos, pinturas, le colgaron esteladas, banderas LGTBi, banderas con hoces y martillos, una cabeza de cerdo, una muñeca hinchable..”, recuerda Julia Schulz-Dornburg (Múnich, 1962) que colaboró en la organización de aquella muestra. “Se montó un follón bastante intenso en los cuatro días que duró la instalación y acabó con el derribo y destrucción de la estatua”, añade.
Aquel frenesí antifranquista se dio en unos años para la figura del dictador que terminaron con la exhumación del dictador y el traslado de su féretro al cementerio de Mingorrubio. La arquitecta alemana -que lleva más de treinta años afincada en España combinando la actividad de su estudio con la investigación, la fotografía y la docencia- decidió seguir el rastro de las demás estatuas ecuestres de Franco en España. “Existen nueve esculturas ecuestres de Franco en España y quería saber dónde estaban. De las no ecuestres hay tantas, que no era posible”, explica. Así que su proyecto de localizar y fotografiar a las esculturas le condujo por diferentes lugares de España: Toledo, Zaragoza, Madrid, Valencia, Santander, Ferrol, Melilla, Segovia y Barcelona donde se reencuentra con el Franco decapitado con el que empezó todo. Una odisea por la memoria que ha recogido en el libro ¿Dónde está Franco? (Tres hermanas), a la venta el 19 de enero.
Lo más fácil, reconoce la arquitecta, fue dar con el paradero de las esculturas, lo más difícil las gestiones para acceder a ellas ya que se encuentran repartidas entre Patrimonio Nacional, Ejército, fundaciones y ayuntamientos. Un desafío administrativo que no siempre terminó en éxito y que muestra cómo es el acceso a la memoria histórica en la propia red administrativa e institucional. “Esta es una parte del libro en la que se muestra lo absurdo de todo, ya que hay un intercambio epistolar muy gracioso con estas administraciones. Tanto las esculturas que pude ver como las que no pude ver son un éxito para el libro porque explican las dificultades que tienen las instituciones que ostentan las esculturas y reflejan la difícil gestión de la custodia de las estatuas porque no hay más criterio que desaparezcan”, afirma Schulz-Dornburg.
El rastreo de las esculturas está reflejado en el libro con una mirada desde la arquitectura, la antropología y la historia, plagada de momentos surreales. “En cada lugar hay una historia”, explica la autora. “Los militares, en Valencia, no tenían ningún problema con que ella viera la estatua, sólo había que traer una empresa especializada en desenvolver la estatua. La de Melilla está en el patio de una fundación privada, y se puede visitar cada sábado por la mañana a primero de mes, pero en cuanto aparecí ya no fue posible. La escultura que está en Segovia en La Granja tampoco se puede ver. El libro es un thriller de lo que pasa en la búsqueda de las esculturas”, añade.
Qué hacer con la memoria
Pero el relato de la arquitecta tiene más calado que un viaje plagado de anécdotas y absurdos institucionales. “Utilizo como vehículo los caballos y los ‘hermanos Franco’ pero la cuestión es qué hacemos con Franco y con la memoria”. El viaje de la alemana por la memoria de nuestro pasado le queda tan claro como complejo. “Queda mucho camino para tener un relato oficial de cómo tratar a Franco con un país tan dividido, con heridas sin curar y sin reparación a las víctimas. Son muchas las dificultades y contradicciones para encarar un discurso coherente y reparador y decidir qué hay que hacer con estas estatuas. Si hay que fundirlas, si hay que transformarlas, destruirlas, exponerlas o romperlas. Hay muchos ejemplos en otros países de lo que se puede hacer, pero no se puede hacer hasta que no se tenga una conversación sobre estas cosas”, mantiene. "Nos falta tiempo para poder abordar la memoria histórica de forma constructiva y reparadora. Ahora vivimos en un momento de crispación y polarización política a nivel global, que no augura mucha posibilidad de avanzar en esta tarea", añade.
No hay dos países iguales como no hay dos historias iguales. La experiencia de Alemania en la gestión de su pasado no vale de ejemplo. “Lo de las estatuas ya lo hicieron por ellos los ganadores. En Alemania se discute el pasado de una forma menos traumática porque ha habido reparaciones. Perdieron la guerra y estaba muy claro quienes fueron los malos”, afirma.
Buscar las esculturas ecuestres del dictador le han facilitado acceder a unos territorios pantanosos de nuestra memoria. Un pasado que unas veces se vive con más normalidad y otras veces convierte a las esculturas en auténtico material radiactivo. “La conclusión es que los problemas no desaparecen y esto aplica a todo el mundo, no sólo a España. Mi experiencia pone de relieve la importancia de la memoria histórica y se debe dar un salto y no estar tan polarizados para abordarla. Ahora vivimos un momento de polarización por lo que tardaremos todavía un tiempo”, asegura.
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