Tres títulos y las promesas incumplidas de la «generación más preparada del mundo». Lo que iba a ser La buena educación fue después Las vacaciones del niño Nonato y el artefacto generacional «pero algo kitsch» con la ironía y distancia suficiente para un tercer cambio que diera lugar al título final de una novela que pretende abordar «la anormalidad democrática» que provoca la religión en el desarrollo de la actividad educativa: La edad de Tiza, la nueva y primera del profesor de Literatura hispánica, Álvaro Ceballos (Madrid, 1977): «Sí, soy uno de los muchos millones de españoles que han pasado por las aulas de un colegio concertado, masculino y confesante, y La de edad de Tiza trata sobre ello, sobre la vitalidad de la subcultura católica en estas escuelas y en el sistema educativo. Sobre las expectativas y promesas que vivieron a fondo los boomers y se desvanecieron para los millenials, y sobre su influencia en las sociedades actuales. Todo, bajo mi propia experiencia».
Editado por Alfaguara, La edad de Tiza es, en 248 páginas, «la historia reciente de España vista desde el patio de un colegio segregado y las urbanizaciones sin pasado pero sin futuro. Se trata de una novela de formación trágica y tremendamente cómica que es, al mismo tiempo, una espléndida historia de detectives y fantasmas», señala Ceballos en palabras para El Independiente, que, pese a que prefiere no hablar de los datos que en los últimos años reflejan un aumento de denuncias sobre abusos sexuales en entornos de educación religiosa, sí que lo hace sobre los psicológicos: «Prefiero no hablar de abusos sexuales, pero sí de abusos psicológicos. He sido testigo ellos, de cómo quienes debían fomentar la curiosidad y la empatía en adolescentes, se dedicaban a instilar en ellos terrores y fobias sociales. Ello conduce en ocasiones a casos verdaderamente dramáticos. Esta novela es próxima a mi experiencia, a la red de relaciones y el imaginario que se ha difundido, y en algunos casos se sigue difundiendo en este tipo de colegios. Los miedos y prejuicios que se instilan, el tipo de enseñanza, la influencia de los sacerdotes o lo influidos por ideologías integristas que están los propios profesores».
Sólo en España, un reportaje del diario El País sobre este tipo de abusos que abarca desde la década de 1940, contabiliza un total de «251 miembros del clero y algunos seglares de instituciones religiosas acusados», y, según datos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, remitidas a los obispos de nuestro país el pasado 20 de abril de 2021, Roma ha recibido -y ha abierto expediente- 220 casos de abusos por parte de clérigos españoles en las últimas dos décadas. De ellos, 144 pertenecen al clero diocesano (de los que se han resuelto 101), y 76 del clero perteneciente a la vida religiosa (resueltos 50). En este sentido, en octubre de 2021, la patronal de centros de educación concertada Escuelas Católicas, envió a sus más de 2.000 colegios un decálogo de actuación ante casos de abusos sexuales a menores, en el que destaca la obligación de informar a la Fiscalía, apartar de forma preventiva al acusado de los menores y abrir una investigación interna: «El ambiente de estas instituciones está muy alejado de los valores en los que asentamos, en teoría, nuestra convivencia, pero explica mucho de lo que luego hacemos en la práctica. Es en esta encrucijada de paradojas donde se empezó a gestar la trama de La edad de Tiza», explica el madrileño.
Álvaro ha demorado cerca de cinco años la publicación de su primera novela, que empezó a fraguarse en 2017, cuando decidió escribir sobre su infancia al darse cuenta de que «me incomodaba escribir sobre mi infancia. Y me incomoda porque, con la mejor de las intenciones mis padres, que eran bastante modernos, me confiaron a una institución bastante primitiva». Tras La edad de tiza, el escritor no promete proyectos inmediatos pero sí deja abierta la puerta a seguir haciendo literatura de esa en la que poner el foco a una realidad a través de la ficción: «Llevo pensando en la literatura mucho tiempo y escribiendo textos más o menos literarios también mucho tiempo. Me gustaría seguir, pensar en una realidad que exija documentación y protocolos de investigación y que me permita hacer algo que a su vez entretenga».
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