No tiene sus caras de piedra caliza desgastadas por milenios sobreviviendo en el desierto ni albergó jamás el descanso eterno de un faraón. Pero es, con todas las de la ley, una pirámide. La de la Cañada Real, el asentamiento irregular más extenso de Europa. Miguel Martín, su esforzado arquitecto, la diseñó y levantó con sus manos tras un viaje a Egipto, donde -como millones de peregrinos- cayó rendido a los encantos de la necrópolis de Giza y al trío de majestuosas pirámides que, a pesar de los achaques del tiempo, reinan en su páramo.
“Cuando volví del viaje se me ocurrió la idea”, reconoce Miguel mientras deambula por su taller, una nave aneja a su vivienda en la Cañada Real donde durante décadas ejerció como tapicero. Las paredes del espacio están empapeladas de recuerdos, por los que el septuagenario pasa como un ciclón. De una fotografía en la que posa a lomos de un camello, a orillas del Nilo, a una instantánea en la que aparece junto a su nieto en una de las cimas de Ordesa. “Es que soy montañero”, dice otro de los afectados por el corte de electricidad que sufren los sectores cinco y seis de la Cañada desde hace más de quince meses.
La pirámide se alza en un rincón de su jardín, a unos metros del límite entre la Cañada Real y una de las urbanizaciones de Rivas Vaciamadrid. Una mole -mucho más pequeña que la de sus parientes lejanos, las construcciones diseminadas por las afueras de El Cairo- que Miguel alumbró en una época de turbulencias en el asentamiento. “Fue un tiempo muy convulso y quería hacer algo para cambiar el estigma de esta zona. Era un reto. Como se dice en la película Ghost, me salió de las tripas”, replica este vecino.
“Lo hice hasta por la noche. Me daba la medianoche aquí y ni siquiera había cenado. Tenía dentro la cosa de que quería hacerlo”, explica el artista, quien durante años ha resistido las presiones del ayuntamiento de Rivas y los vecinos de los bloques contiguos para marcharse. “Llegaron a iniciar la construcción de un muro que nos hubiera dejado bloqueados”, desliza. “La pirámide era una forma de tranquilizarme y de disfrutarlo. Pasé por unas cuantas emociones juntas, incluida una sensación agridulce”, comenta cuando, linterna en ristre, nos guía por las entrañas de su construcción.
Su interior, una tumba del Valle de los Reyes
Ayudado por unos vecinos, Miguel horadó el suelo de su jardín y edificó una suerte de cámara funeraria a la que se accede por una pequeña escalera. “Ésta es una pirámide parecida a la de Giza, pero mucho más pequeña. Ni siquiera las pequeñitas que tienen al lado poseen estas dimensiones”, relata al acceder a la réplica de la última de las siete maravillas del mundo antiguo en pie. Cuando los haces de luz despejan la oscuridad, el interior emerge con todo su esplendor.
La estancia sorprende. No se asemeja a la red de pasadizos, rampas y cámaras funerarias de las pirámides, con su sobria arquitectura, sino a la sala profusamente decorada de una tumba del Valle de los Reyes. En los cuatro muros, Miguel dibujó frescos con motivos similares a los que asoman en las paredes de las oquedades que, como un queso gruyere, anidan en la geografía árida de los cementerios reales de Luxor, a unos 600 kilómetros al sur de El Cairo.
Tenía pensado construir un sarcófago pero empezó a venir mucha gente
“Egipto siempre me ha gustado. Aquí están los babuinos de la tumba de Tutankamón y fui colocando lo que más o menos me encajaba en las paredes. Algunas figuras me salieron menos estilizadas que otras. Este cartucho sería el nombre de Jufu, el que hizo la gran pirámide”, admite el padre de la obra. Inicialmente, Miguel proyectó que el centro del habitáculo estuviera presidido por un ataúd, a la imagen de las cámaras funerarias de las tumbas tebanas. “Lo tenía todo pensado para hacerlo no de piedra sino de madera, pero empezó a venir mucha gente y me dije: ‘si pongo aquí un sarcófago, no se van a poder mover”.
Y desechó la idea. En algunos días de verano, cuenta, su familia ha llegado a dormir en una sala que tiene, como las sepulturas del antiguo Egipto, un cielo de estrellas como techo. Miguel destaca del espacio nacido de su ingenio la energía que desprende. “Es una estructura de hierro en la que dispuse unos amuletos, piedras de cuarzo que tallé, para repartir la energía. Aquí la energía está a un tercio de los cuatro metros que tiene la pirámide. Aquí es donde hay más energía y se reparte por toda la parcela”, comenta en el centro del refugio.
Fue un tiempo muy convulso y quería hacer algo para cambiar el estigma de esta zona. Era un reto
MIGUEL MARTÍN
Un Guernica en la tapia del jardín
“Todo esto surge. Yo la cosa del arte la tengo desde que nací, porque dibujaba muy bien desde pequeño en la escuela. Entonces incluso un pintor le dijo a mis padres que me llevaran a la escuela de arte pero, por las circunstancias que fueran, no acudí”, rememora. En los exteriores de su casa, que comparte con su esposa Pilar y donde una vez vivieron también sus hijos, Miguel ha firmado otras creaciones como una reproducción del Guernica a escala real que alberga una de las tapias.
“El Guernica lo hice al mismo tiempo que la pirámide. Cuando me mosqueaba, me pasaba al otro y al revés”, bromea. “A mi me gusta las cosas que cuestan trabajo, aunque luego salgan mal, pero busco lo difícil”, indica de espaldas al mural en el que Pablo Picasso capturó el descenso a los infiernos de la guerra civil española, a propósito de los bombardeos de la aviación alemana sobre la localidad vasca. “No sé qué opinaría Picasso si levantara la cabeza. La diferencia con el original es que está tallado en piedra”, murmura quien expone con naturalidad los “fallos” de la reproducción.
“Me equivoqué con la cuadrícula y me sobró espacio por los dos lados. Lo suyo es que no hubiera sobrado pero al hacerlo con prisa, en mitad de lo que sucedía en la Cañada...”, se excusa. Miguel, que aprendió a soldar para realizar un par de esculturas que ha instalado en otro de los muros, confiesa que haría más “si tuviera más hueco”. “Ya no me queda. Si tuviera espacio, me atrevería con Las Meninas talladas en piedra”, barrunta. “Para ser artista hay que ser un poco loco y estrafalario, pero yo no me considero artista. Aunque a lo mejor tengo algo de eso”, concluye.
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