Ya no se ven, ni siquiera en los parques de atracciones. Aquellos espejos deformados, deformantes, de moda en las ferias de los 80 mostraban reflejos imposibles. Imágenes en las que no era fácil reconocerse, en los que nos desdibujábamos. De algún modo, eran, son, una metáfora de la vida, de la distancia entre lo que somos, lo que creemos ser y lo que aspiramos ser. El último libro de relatos de Karmele Jaio (Vitoria, 1970) es una suerte de espejo literario, de reflejo de la vida, de la mirada, del paso del tiempo. En ‘No soy yo’, Jaio muestra la mirada de mujeres de su generación a las que la imagen que su pasado proyecta en el presente no les gusta, les inquieta y les provoca preguntas de lo que son, de lo que pudieron ser y de lo que serán.
‘No soy yo’ es un torbellino de fracturas emocionales, de preguntas y de respuestas incómodas. Un camino de ilusiones frustradas, de derrotas y de golpes en la mesa. “La protagonista diría que es la mirada de las mujeres. Cómo ven el mundo, las relaciones, los hijos...”, asegura la autora vasca. 14 relatos que abordan el amor, la madurez, la maternidad, las ilusiones y emociones. Historias en algunos casos con una década de vida que han sido recuperadas de cuando la autora rondaba los 40. Otras nacen ahora, una década más madura.
“Ahora tenemos prohibido envejecer, es algo que en esta sociedad está cada vez más penalizado, especialmente entre las mujeres. Se nos dice que si envejeces la culpa es tuya por no darte la crema adecuada”, afirma. En ‘No soy yo’ una de las protagonistas asegura que lo difícil no es hacerse mayor “sino empezar a envejecer”: “Yo así lo creo, lo complicado es ese proceso en el que eres consciente de esa decadencia física, ese es el tiempo más difícil”.
Mirar hacia atrás
Jaio, Premio Euskadi de Literatura con su anterior trabajo, ‘La casa del padre’, no esconde que muchos de los pensamientos, inquietudes y reflexiones que ha plasmado en los relatos son fruto de su experiencia vital, “lo que nos pasa siempre tiene reflejo en lo que escribimos”. Historias en las que el hilo conductor es la lucha interior entre el tiempo, las ilusiones, la fortaleza física y mental y el desarrollo personal de una vida que no deja de avanzar.
Define los relatos como una suerte de suspiro colectivo e íntimo de mujeres que se preguntan por el lugar en el que se quedaron aquellos sueños de juventud y que ahora, en el reflejo de su silueta en el escaparate, no aparecen. El paso del tiempo, de la vida que avanza inexorable, y que debe ser exprimida en la juventud de la madurez, . “Son mujeres que miran hacia atrás y se dan cuenta de las renuncias que han hecho en la vida por cuidar a un familiar, por atender a sus hijos o por otras razones. La sociedad les ha ido empujando hacia un lugar, esa inercia que te lleva hacia un punto al que no querías llegar. Por eso llega un momento en el que se miran en el espejo y no se reconocen, en el que se preguntan si realmente son ellas o no”.
Son miradas de mujeres que se miran y no se reconocen en el lugar al que les ha llevado la inercia
En ‘No soy yo’, Jaio también aborda la fractura generacional y emocional que puede suponer la incomprensión en el entorno familiar. Otro tiempo, otro modelo de mujer, de relaciones, de familia diferente al que vivieron sus padres: “Los requisitos que se exigen a la mujer actual son diferentes a los que se hacían a nuestros padres. Los que tenían nuestras madres también eran terribles. Ahora los mensajes no cesan, te dicen lo que debes hacer, debes ser, lo que te falta. Todo eso lo llevas encima a lo largo de tu vida”.
La idealización de la juventud, del pasado vivido, también está presente en varias de las historias, “cuando en realidad en la madurez sabes mucho más, has vivido muchas experiencias que te han enseñado. Aprende a perder y a ganar y eso te enseña a adaptarte a la cada situación”.
La 'dictadura' de los cuerpos
Cuestiona la idealización que hoy vive la juventud, “una etapa difícil en la que estamos a medio hacer” y en la que la “dictadura de los cuerpos que nos lleva a querer cuerpos de 20 a los 60” cada vez se impone más: “En esta sociedad que nos empuja hacia eso no vamos bien”.
Asegura que en general la superficialidad se ha impuesto “en todo, incluso en la información, donde no se profundiza, nos valen cuatro titulares”: “Creo que uno de los males es que sabemos poco de muchas cosas pero sin profundizar. La superficialidad es uno de los males actuales”.
Antes llegabas a casa y estabas protegido. Ahora, con las redes, no. Continúan con esa presión"
Pero, ¿cómo será la mirada adulta de las mujeres que hoy caminan por la adolescencia? “Creo que esas generaciones tienen incluso una presión mayor, lo veo en mi hija”, asegura. Las redes sociales lo han complicado todo un poco más. Aportan mucha información, demasiada, y de modo desordenado. “La presión que ejercen por ser aceptadas, por tener más likes, etc, no sé en qué va a derivar todo eso. Me da miedo”. “Ahora no tienen escapatoria. Antes llegabas a tu casa y estabas protegido. Ahora no. Llegan y continúan recibiendo esa presión, esos mensajes en las redes, esas exigencias”.
Confía en que el cambio de relación intergeneracional permita mitigar esas consecuencias. Recuerda cómo en su infancia en las familias los adultos y los jóvenes “eran dos mundos separados, entonces los niños estaban allí y los adultos aquí”: “Ahora, lo veo con mis hijos, la relación es más fluida, la conversación entre nosotros es continua, mucha más que la que tuvimos con nuestros padres”. El temor es que el ritmo vertiginoso de una sociedad hiperconectada también termine por dañarlo.
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