Protagonista de la emergencia de las prácticas conceptuales y la performance en París, y «un gran trashumante de las artes». Así recuerda su viuda, Cristina Giorgi, a Benet Rosell (Àger, 1937 - Barcelona, 2016), el responsable de uno de los corpus artísticos más complejos y atrevidos del arte español contemporáneo cuyo legado se expone hasta el próximo 11 de setiembre en el Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC): «Benet siempre decía que lo que le interesaba era coger una posibilidad de expresión y llevarla a su terreno. Era igual que fuera una hoja blanca, música, poesía o performance, lo importante era poder continuar su lenguaje».
Y en el lenguaje precisamente, y el quehacer de las cosas, la muestra reúne más de 60 obras entre pinturas, dibujos, objetos y piezas audiovisuales realizadas desde finales de los 60 hasta principios de los 80, que permiten «entender su singularidad» así como la experimentación, reflexión sobre el ludismo o hibridación y desjerarquización de las técnicas y formatos de un artista definido por él mismo como un «clásico de la modernidad»: «Entre estos dos mundos, Rossell supo crear unas técnicas propias que son de una multiplicidad enorme. Así, no decimos que sea poliédrico, sino un calidoscopio. Es un artista esencialmente mironiano, por cómo conecta las cosas más pequeñas y las más grandes. Todo el mundo recuerda el toque Benet. Todo el mundo era feliz con Benet. Era un contaminador positivo de todo lo que tocaba», señala el director del MNAC, Pepe Serra.
Emigrado y emigrante, viajero y habitante del mundo, Rossell formó parte del grupo de artistas catalanes que se instalaron en París al final de la década de 1960, como Jaume Xifra, Antoni Miralda y Joan Rabascall, con quienes colaboró en muchas ocasiones. Se formó en economía, derecho y sociología en Barcelona y Madrid, y más tarde en teatro y cine en la ciudad del amor. También realizó largas estancias en varios puntos del planeta como India, Nepal o Nueva York, y su obra se caracteriza por una multiculturalidad y una heterodoxia que no abandonó jamás. Tanto es así, que refiriéndose a su polifacética personalidad creativa, el crítico Jean-Clarence Lambert inventó el término artor, fusión de artista y actor. Y es que entre los distintos lenguajes que abarca la obra del catalán, destacan el cine -con más de un centenar de títulos entre cortos y largometrajes- y la caligrafía o escritura sígnica.
Benet Rossell dejó el grueso de su legado al Museu Jaume Morera, en agradecimiento a la atención que la ciudad de Lleida le dedicó a lo largo de los años. Y lo mismo sucede tras su muerte a consecuencia de la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) con el MNAC, que tiene especial interés en la obra del pintor, escultor y cineasta, porque es "un artista que se mueve entre dos paradigmas", dice Àlex Mitrani, conservador de arte moderno y contemporáneo del museo: "Entre el París del informalismo, el existencialismo y la Nouvelle Vague y la mutación que supuso el surgimiento de nuevas formas de expresión como la performance".
La donación de Cristina Giorgi se inscribe en el trabajo que hacen desde el Museo para construir el relato del arte catalán de la segunda mitad del siglo XX. En este sentido, según ha explicado Serra, la exposición se presenta además en el marco de la construcción de una colección de arte de la posguerra y segunda vanguardia en el museo, y permite abordar la vanguardia en su diversidad y complejidad al cruzar diversas disciplinas.
Junto al Museu d'Art Jaume Morera de Lleida, el MNAC ha realizado además una monografía de Rossell que se publicará más adelante. En 2010 el MACBA le dedicó una retrospectiva sobre su obra en el campo de la caligrafía y del cine y este mismo año el Museo Picasso presentó, en el marco del Festival Loop de videoarte, una selección de sus filmaciones más destacadas.
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