He esperado unas horas, pero ya no más. Reconozco que, en mi habitual ingenuidad, no he querido hasta hace unos minutos abandonar la idea de que lo del bofetón de mi querido Will Smith era en realidad una performance detestable, por aquello de la codiciada viralidad. Guardaba esperanzas de que Chris Rock apareciera atizando ahora a Mr. Smith con ambas manos y riéndose todos del mundo en un vídeo de Tik Tok. Pero no, digan lo que digan. Se confirma que no es un nuevo “pezongate”. La realidad supera a la ficción. En mal gusto, claro.
Nuestro querido y añorado Príncipe de Bel Air, el autor de tantas horas de entretenimiento y música durante más de dos décadas, ha decidido, durante los siete segundos que le llevó recorrer la distancia desde su asiento hasta el escenario, marcar el resto de su vida y su carrera por una agresión. Ha conseguido que la cumbre de toda una vida que supone ser oscarizado, quede ensombrecida bajo kilómetros de tinta. Vamos a analizarlo despacio. Antes, no quiero dejar de recordar su aportación más destacada al mundo de la música. Se trata de un tema todavía obligado en fiestas de guardar. De guardar la chaqueta.
Tuve la suerte de entrevistar al rapero de Filadelfia en 1998 con el lanzamiento de su álbum “Big Willie Style”, el mejor de su carrera, para mi gusto. Durante la entrevista se mostró más religioso de lo que se suele decir, defendió a la cienciología, y dejó claro que su interés era ser más conocido como actor y productor que por su faceta en el mundo del rap. Tenía un serio interés en ser inspirador, más allá de entretener. Pues anoche no lo consiguió. Tendré que explicar a mi hijo que reventando a alguien la cara no se resuelven las afrentas. Casualmente hace pocos días me deshice en halagos hacia el artista cuando proyecté en casa el vídeo del desconocido tema que rapeó Smith para la selección de baloncesto norteamericana en los Juegos Olímpicos de Barcelona’ 92
Usemos la moviola. Hay que rebobinar hasta semanas atrás para entender lo ocurrido. Nos remontamos a una de las largas reuniones de guión del equipo del “presentador”. Entre comillas. Como precisamente el deslenguado al que encargaron conducir la gala basa toda su fama en lo bien recibido que suele estar el mal gusto y la transgresión constante, en esa mesa se “dio el ok” para ir adelante con la risa fácil por una alopecia, la de Jada Pinkett Smith. Un tema que debe ser muy divertido. Para ellos. Muy “de jiji”.
Una sociedad, en este caso la norteamericana, que basa su humor en reírse de la falta de pelo ajena, dice mucho de su escaso nivel ético general. ¿Estamos hablando de niños de párvulos riéndose de Charlie Rivel? Otra cosa es que sea legal hacerlo, que lo es. Pero ojo, no es un caso aislado. El famoso locutor Howard Stern dedica anualmente un presupuesto elevado de producción a multas y pago de abogados por soltar burradas inapropiadas en la radio. Es en ese tipo de sociedad en el que va para adelante una agresión verbal por guión vestida de (escaso) humor.
La libertad de expresión es necesario defenderla, pero me temo que algunos olvidan que no se trata de alguien expresándose en su show o en su espacio personal. No estamos hablando de un señor que dice lo que piensa en su canal de Youtube o en el patio de su casa, que siempre será particular. Es la presentación de la gala más importante del mundo. Estamos hablando de una ceremonia que no merece ser utilizada por nadie para sus fines. Miles y miles de familias dependen directa o indirectamente de lo que allí ocurre, y hoy no se habla de ganadores ni de películas. El papel de Chris Rock era ser presentador. Es un oficio que, desgraciadamente, siempre es mal entendido. Los asistentes no hemos pagado entradas para ver un monólogo de Chris Rock. El público merece que se le ofrezca un espectáculo centrado en el Universo del cine, que da para mucho más que para usar la calvicie de la esposa de uno de los nominados. Si se tienen más de siete años, hay infinitas fuentes de las que beber para hacer reír con inteligencia.
Seguimos en la moviola. Play. Día de autos. Cámara lenta.
"Jada, te quiero. Estoy deseando verte en La teniente O'Neil 2", suelta el conductor de la gala. Will sonríe, ella menos. Durante los tres segundos que la realización nos devuelve al escenario, algo que no vimos ocurrió: el semblante de nuestro actor y cantante se convirtió en una expresión sombría de abominación, llena de rabia sin contener. La referencia era a un tema personal que afecta, y no poco, a la mujer a la que ama desde hace tantos años.
En un Universo paralelo en el que todo está en orden, Will espera al momento en el que él es quien está en el escenario para devolver algo de cordura a todo esto. “Chris, si tienes que tirar de un problema físico para hacer humor, el problema lo tienes tú, man”, imagino que hubiera estado bien contestarle. No sé, algo así. Hubiera sido fantástico haber escuchado de su boca unas palabras de las que arrancan aplausos, y que la orquesta las hubiera elevado a los altares de la viralidad. No en vano este artista ha dedicado las dos últimas décadas, después de “Men in black”, a interpretar papeles llenos de mensajes de bondad y paciencia en películas como la que le ha llevado a ganar el Oscar, “CODA, los sonidos del silencio”, y otras como “En busca de la felicidad”, “La verdad duele”, “Belleza inesperada”, “Siete almas”, y alguna por la que estuvo a punto de recibir la estatuilla, pero que hoy no toca recordar, “Alí”, en homenaje al gran boxeador. Pues todo esto ha quedado ensombrecido, desenfocado como el fondo de una entrevista barata, enterrado bajo la triste escena cutre de algo que haría cualquier primate. Tuvo más de veinte pasos para pensarlo. Y decidió mal. De hecho, se creyó con el derecho a hacerlo.
A la vista de ciertos comentarios en medios de comunicación, nos sobra algo de machismo, dicho sea de paso
Propongo una reflexión. ¿Nos creemos con derecho a más de lo que nos corresponde? En un momento en el que todos creemos tener cierto poder, en este breve descanso de la Historia en el que en la sociedad occidental no hay enormes fuerzas superiores a las que temer, cometemos inmensos errores. Putin se cree con derecho a invadir Ucrania, un “presentador” a usar su escenario para lucirse a costa del sufrimiento ajeno, y Will Smith a soltar un guantazo a alguien que se mete con su mujer. Puede que a todos nos falte un poco más de humildad. Y a la vista de ciertos comentarios en medios de comunicación, nos sobra algo de machismo, dicho sea de paso. No se legitima jamás una agresión, pero menos todavía amparándola en la “defensa del territorio” más propia de un documental sobre alimañas.
Por cierto, ¿alguien se ha preguntado el por qué de esa hipersensibilidad de Will hacia las críticas a su esposa? Hay que recordar que el individuo al que encargaron presentar la gala ya había arremetido contra la también actriz en alguna ocasión anterior. Los Smith quisieron protestar en 2017 contra la falta de afroamericanos en los Oscar y decidieron hacer boicot. “Jada boicoteando los Oscar es como yo boicoteando las bragas de Rihanna. No fui invitado”, fue en ese momento la gracia que incluía el guión. Si no metemos unas bragas, parece que no hace gracia.
Suma y sigue. Hace algún tiempo la prensa mundial hizo famoso durante unas semanas a un tal August Alsina, por haber sido amante de la ofendida. No quedó más remedio a la pareja que explicar, en un programa, que eran liberales. Swingers, para los que lo son. Como si le debieran al mundo una explicación de los acuerdos válidos a los que llegan dentro de su relación, o qué van a comer mañana.
Lo cierto es que gracias a esos escasos diez segundos se ha abierto en medios de casi todo el mundo el debate sobre las parejas abiertas, el machismo oculto, la libertad de expresión, el buen gusto en el humor, y hasta sobre la belleza de la alopecia, a la que la ultrajada hizo gala con una preciosa publicación en Instagram:
Hay quien ha comparado lo ocurrido con el famoso cabezazo de otra celebridad con alopecia, Zidane, y otras salidas de tono que acabaron con inexcusable violencia. Unos verán una defensa numantina (en cuanto a época) de la familia. Otros, una agresión contra la libertad de expresión, como si Chris Rock fuera Hasel. Otros, que nos falta sentido del humor, que también. Incluso he hablado hoy con alguien que se ha extrañado de que ante una agresión probada y con testigos no hayan irrumpido en la gala las fuerzas del orden público. Hubiera sido de traca.
Sin embargo, yo también veo que durante unos minutos el planeta hoy ha dejado de hablar de una guerra… para hablar de un tortazo. No dice mucho a favor de un mundo tan violento, tan bélico en toda manifestación, y tan falto de espacio para el debate o el humor dentro del necesario respeto.
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