Una muerte cada dos horas y media. Y una vida menos que no siempre quiere morir, sino liberarse definitivamente de su situación de crisis. De la desesperación. Porque "es erróneo determinar que la mayoría de las personas que se suicidan quiere morir. La mayor parte de las personas con conductas suicidas lo que no quieren es vivir de la manera en que lo están haciendo; si la situación de vida cambia, probablemente su deseo de muerte también lo haga. Por ello, es fundamental detectar esas crisis para buscarles solución".
Y quizá eso es lo que quería Diego García antes de escuchar a Vampire Weekend y acabar con su vida tirándose de un quinto piso, estampándose contra la acera de una calle del barrio madrileño del Pilar. O el otro Diego, el que fuera de sus páginas sirvió de inspiración a Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982), para escribir su segunda novela, Ceniza en la boca (Sexto Piso) y seguir impregnado de su narrativa con cuestiones sociales. Y es que si Casas Vacías (Sexto Piso) -la primera-, hablaba de violencia de género y de las frustraciones de la maternidad en México en un contexto socioeconómico en el que considera que "la maternidad es un confinamiento", ahora la maternidad es más bien un vacío en torno al que se enlazan en un sinfín de violencias que "no se pueden comprender por separado".
"Las muertes por suicidio duplican ya las de los accidentes de tráfico, multiplican por 13 los homicidios y por 67 la violencia de género. Y preocupa el incremento de suicidio entre los jóvenes. En 2019 leí un titular: 'Muere un joven de 19 años tras precipitarse desde un quinto piso'. Me sorprendió y costó tanto de entender el arrojo que debió tener ese joven para hacerlo que tuve que escribirlo. Quise escribir esta novela sin que fuera nada tortuosa, contando una realidad donde lo que más me importaba era la metáfora de la adolescencia y su vulnerabilidad frente a lo que es conocer, aceptar y generar tu propia identidad. Me parece muy importante conocer cómo la sociedad y el día a día que llevamos puede influir en esa vulnerabilidad hasta el punto de querer acabar con tu vida", explica la escritora mexicana en palabras para El Independiente.
Pero es su hermana, la de Diego, unos años mayor, la que agarra por las solapas de la novela con un relato en primera persona y una conversación sin interlocutor ni tregua sobre su infancia en México y su juventud en España, sobre la pertenencia, la soledad y sobre las mujeres que cuidan a nuestros ancianos y limpian nuestras casas sobre un sistema que "nos facilita convertir a los demás en el otro para no tratarles como seres humanos": "Tú lees esta novela y está pasando en Madrid y en Barcelona, pero también ocurre en México: la construcción del otro como algo que no es de tu comunidad. Y me incluyo: quizá a mí en México tampoco me importarían los migrantes. Cuando uno deja de estar en un lugar que le es cómodo es cuando empieza a notar estas cosas que en la cotidianidad no son tan fáciles de identificar", señala. Porque la de México también habla de inmigración. Y quizá en ello esta parte de su yo más personal.
Brenda nunca pensó en ser escritora, no al menos en serlo de forma profesional. Ella es socióloga y economista, redactora, reportera y guionista, pero, ahora, sus guiones son los libros donde hablar con libertad y desentrañar temas tan dispersos como conectados: el síndrome de Ulises y la xenofobia, la doble tarea de los cuidados, la adolescencia y la precariedad, o la salud mental, y la violencia o desarraigo: "Una de las cosas que me impulsó a escribir la novela es que nos preguntemos qué tipo de vida queremos vivir, si realmente no podemos vivirla o pensamos que no podemos vivirla por los condicionamientos sociales o económicos. Vivimos en un sistema económico que nos está estrangulando a todos. Muchos adolescentes se quitan la vida porque no les ofrecemos herramientas para analizar adecuadamente lo que significa vivir, a lo mejor ellos no quieren aspirar a lo que nosotros entendemos por una vida cómoda; pero tengo esperanza en las nuevas generaciones, seguro que generan nuevas formas de pensamiento aunque ahora les hagamos creer que existen muy pocas opciones; el derrotismo viene de las personas mayores".
Hay que dejar de decir al mundo que hay que ser feliz"
brenda navarro
"Vivimos en una sociedad que nos impone ser felices y además demostrarlo, pero no hay condiciones sociales ni emocionales para alcanzar ese estado. A nuestro alrededor suceden cosas alarmantes y nosotros estamos a otra cosa. Que un adolescente haya decidido tirarse por la ventana plantea muchas preguntas. Hay que dejar de decir al mundo que hay que ser feliz porque no serlo desemboca en una frustración. No niego la salud mental pero no creo que sea algo que se cure con medicación, y siento que España va hacía una idea muy perversa de comercializarla en este sentido".
A diferencia de lo que, dice, sucede en España, o en Europa, la escritora señala que "los latinoamericanos no hemos vivido nunca mejor que nuestros padres; hay que acostumbrarse a vivir en crisis; la vida en sí misma es una crisis todo el tiempo; esa idea del progreso es una gran mentira y por eso sentimos esa derrota; vengo de un país que está en crisis todo el tiempo, y de comunidades en las que sabemos que no hay nada seguro".
La mexicana empezó a escribir Ceniza en la boca antes de ese fatídico marzo de 2020, cuando se empezó a hablar de los adolescentes como "los culpables de los botellones y de matar abuelos", algo, que confiesa, le pareció "la cosa más espantosa que podíamos hacer a la adolescencia" e impulso a escribir sus últimas páginas. Así, Ceniza en la boca es una novela feroz que se cuestiona qué vidas merecen la pena ser vividas, y una obra que confirma a Brenda Navarro, que ya boceta su próxima novela, como una de las narradoras más potentes y audaces de la literatura.
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