María Zaragoza (Campo de Criptana, 1982) se ha inventado una sociedad secreta que se dedica a salvar libros que, a lo largo de la historia han estado, en algún momento, en riesgo de destrucción; libros que han sido prohibidos por razones políticas, ideológicas o religiosas. “Una sociedad que se ha dedicado a coger estos libros, protegerlos y esconderlos para que en las generaciones futuras, cuando ya no no resulte peligroso, puedan disfrutar y aprender”, explica la autora. Gracias a esta sociedad secreta Zaragoza se ha convertido en la ganadora del premio Azorín 2022 con La biblioteca de fuego (Planeta).
Esta sociedad secreta es la pata de ficción de una historia que contiene mucha historia. La novela ganadora del Azorín arranca con un episodio tan real como bochornoso de nuestra historia. “El día del libro de 1939 en la Universidad Central de Madrid hubo una quema de libros. Cuando descubrí esto y vi la fotografía me asaltó la necesidad de salvar esos libros de alguna manera. Entonces me inventé esta sociedad secreta. Mi intención era que esta sociedad secreta que operaba desde hacía siglos, fuera capaz de salvar ejemplares de esa quema. Y sin embargo, descubrí que hubo gente que realmente estuvo salvando libros durante la Guerra Civil. Fueron los bibliotecarios, archiveros y voluntarios que participaron de las labores de salvamento del patrimonio histórico y artístico y bibliográfico español durante la guerra”, asegura la autora.
Tirando de ese hilo de personas poco conocidas que se dedicaron a salvar bibliotecas tanto privadas como públicas, Zaragoza construye su galardonada novela en la que se pone en valor el esfuerzo que se hizo durante la república no sólo en alfabetización de la población sino en materia de conservación del patrimonio, “porque antes de ese momento era bastantes sencillo comprar un retablo de una iglesia medieval o algo por el estilo. Además en el 31 hubo una serie de asalto a iglesias en los que se acabaron con algunas bibliotecas muy importantes como la Casa jesuita en Madrid. Se hicieron en ese momento labores de concienciación sobre el valor de este patrimonio, pero cuando empieza la Guerra Civil se tienen que salvar el patrimonio tanto de las purgas de bibliotecas que operan desde el bando fascista, como de las bombas, como también de la propia gente que por rabia o por ignorancia a veces, pues estaban quemando bibliotecas de centros religiosos o destruyendo ángeles medievales en tallas de madera policromada”.
La idea de la Biblioteca invisible de Zaragoza es que “no se puede culpar a la cultura de la mezquindad de quien la ha construido, si la hubiera. Yo creo que siempre hay que respetar la libertad de expresión y ser capaz de confiar en que la gente lo va a interpretar adecuadamente. Toda censura es un poco paternalista porque parte de la idea de que todos son más tontos que tú, no van a ver que algo está bien o mal. A mí me gustaba mucho eso que decía Oscar Wilde de que un libro no tiene por qué ser moral o inmoral, tiene que estar bien o mal escrito”, mantiene la autora.
Esta es la idea que Zaragoza subraya en esta novela en la que destaca a personas reales . “A mí eso siempre me ha gustado mucho y bueno, pues quería, quería ponerlo en circulación con esta novela en la que se ven ejemplos de bibliotecas o de colecciones o de libros en concreto que, dentro de la Guerra Civil española, podrían ser vistos como peligrosos por un bando y por el otro, por diferentes razones. Entonces, a mí esto me parece un tema muy interesante con el que jugar y que poner encima de la mesa para que la gente reflexione sobre ello”.
Blanca Chacel, una heroína real
Uno de los personajes reales que aparece en su novela que mejor encarna la heroicidad de proteger el patrimonio es Blanca Chacel. Hermana de la escritora de la generación del 27 Rosa Chacel, esta archivera formó parte de la Junta Central de Protección del Tesoro Artístico que se creó en 1936 por la República. Blanca participa en el traslado del tesoro artístico desde Cataluña hasta Ginebra en marzo de 1939.
“Chacel a mí me parece un personaje absolutamente fascinante, primero porque estuve investigando sobre su historia, en un momento determinado me dio por mirar qué edad tenía y descubrí que tenía 23 años cuando empezó la guerra, yo a esa edad era una papanatas. Al empezar la guerra se presenta primero como voluntaria en traje de enfermera, pero luego se entera de que se están haciendo los campos de salvamento del patrimonio y se presenta voluntaria y la ponen en el archivo”, explica Zaragoza.
El archivo era la parte en la que se llevaban todas las fichas de todo lo que se estaba clasificando para proteger. En las fichas se ponía cuál era la pieza, en qué caja iba y en qué estado estaba. Esto era fundamental para que cuando saliera de España, estuviera controlado qué tenía que volver. “Una de las dificultades de esta misión fue asegurarse que ganara quien ganara la guerra el tesoro artístico iba a volver a España. Al final arrancaron el compromiso por escrito de la Sociedad de Naciones. Blanca junto con su compañera Elena De la Serna, una vez firmado el acuerdo se quedaron cerca de la frontera con Francia, con dos maletas con todo el fichero. Cada maleta pesaba unos treinta kilos y tenían que llegar a Perpiñán para coger el tren donde iba todo el tesoro”, relata Zaragoza.
Llegaron a tiempo y la presencia de las fichas facilitó la devolución de todas y cada una de las piezas del tesoro artístico en el que estaban desde Las Meninas hasta la biblioteca del Palacio Real o la colección de Stradivarius de Casa Real.
Madrid, patrimonio bombardeado
En el libro se refleja el protagonismo que tuvo, en destrucción de patrimonio, los olvidados bombardeos Madrid durante la Gurra Civil. “Madrid quedó asolada, había zonas completamente destrozadas y hubo muchas cosas de patrimonio arquitectónico que desaparecieron aunque también hubo otras que tuvieron una suerte absolutamente increíble porque les cayó una bomba pero no explotó. Hubo muchos bombardeos aéreos, aunque casi todo fueron proyectiles de artillería”, asevera.
La gente en Madrid como refleja en la novela sabía por qué calles podía caminar y por cuales había que cambiarse de acera por la caída de bombas. “Era tan habitual que la gente se iba al cine y se los sacaban a mitad de la película y se metían en el Metro. La gente hacía su vida y no paraban. Este tipo de cosas parecen un disparate, pero la gente sentía la necesidad de seguir con su vida cotidiana en una situación en la que Madrid quedó completamente destruida”.
El patrimonio en riesgo en Madrid y en Ucrania
Paralelamente al lanzamiento de la novela se inició la guerra en Ucrania y, una vez más, como en todas las guerras anteriores el patrimonio cultural, además de las vidas humanas, vuelve a estar en peligro. “Estos días hemos visto cómo ponían sacos terreros para proteger el patrimonio público, tal y como se hizo con, por ejemplo, la Cibeles en Madrid.
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