El hombre de las mil virtudes, arquetipo y símbolo del Renacimiento, considerado un genio universal y filósofo humanista, cuya curiosidad infinita solo puede ser equiparable a su capacidad inventiva. Tenía ya 67 años cuando terminó el que sería el retrato que más literatura ha generado a lo largo de la historia del arte, La Gioconda. Pero antes, ‘Lionardo’ Da Vinci (Florencia, 15 de abril de 1452) -tal y como aparece en su acta bautismal- ya había consagrado decenas de obras pictóricas, incluida la que se proclamaría como la más serena y alejada del mundo temporal (La Última Cena). Entre todas ellas, una cantidad estruendosa de secretos ocultos que aún estudian la mente del italiano.
Ayer se cumplían 570 años del nacimiento de una de las mentes más brillantes de la historia de la humanidad. Por él se celebra el día del arte, que dio paso, gracias a sus clases, a Bernardino Luini, Giovanni Antonio Boltraffio y Marci d'Oggiono y una cantidad ingente de sucesores, aprendices del polímata. Leonardo fue a la vez pintor, anatomista, arquitecto, paleontólogo, artista, botánico, científico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista. Pero empecemos por el principio. Leonardo di ser Piero da Vinci era descendiente de una rica familia de nobles italianos. Su padre, notario, canciller y embajador de la República de Florencia, dejó embarazada a una de sus amantes, su madre, llamada Caterina. Se le consideró hijo ilegítimo por ello -razón por la que no firmaba con su apellido-, aunque no fue tratado como tal. Tuvo cinco madrinas y cinco padrinos, fue raídamente alfabetizado y adquirió conocimientos de aritmética, todo ello sin aprender apenas latín, base de la enseñanza tradicional
Amante de la naturaleza, Leonardo empezó a dibujar caricaturas y a practicar la escritura especular en dialecto toscano. Un día, Piero cogió algunos de sus dibujos y se los mostró a su amigo, profesor y pintor, Andrea del Verrocchio, con la esperanza de que este dijera que Leonardo se podía dedicar al dibujo. Para sorpresa de Andrea, Leonardo resultó poseer extraordinarios dones que le llevarían a ser su mano derecha y trabajar como aprendiz en uno de sus talleres más prestigiosos. Fue así como a partir de 1469 Da Vinci emprendió su formación multidisciplinaria. Muy a su pesar, el pintor empezaría limpiando pinceles, aunque cambiaría de oficio 1 año más tarde. Verrocchio le enseñaría las técnicas que se practicaban en un taller tradicional, vislumbrándole con las bases de la química, la metalurgia, el trabajo del cuero y del yeso, la mecánica y la carpintería, y con numerosas técnicas artísticas como el dibujo, la pintura, y la escultura sobre mármol y bronce.
El aprendizaje nunca agota la mente"
Leonardo Da Vinci
Cuenta la leyenda que Verrocchio se vio superado por la calidad y destreza de Leonardo y por ello no llegó a terminar el cuadro que firmarían juntos, Bautismo de Cristo. En 1478 se alejaría de su maestro para elevar el Baptisterio de San Juan.
Como pintor supo cultivar una pericia envidiable. Hacia 1490 creó una academia que llevaba su nombre, en la que impartió clases durante años y anotó todas sus investigaciones. Cuatro años más tarde (1494) comenzaría la representación más icónica de el pasaje evangélico que estamos viviendo en estas fechas de Semana Santa, y posiblemente, una de las pinturas más famosas: La última cena.
'La última cena', entre el mito y la realidad
Leonardo hizo la pintura a pedido del nuevo duque de Milán, Ludovico Sforza ‘el Moro’, que en 1494 ascendió al poder después de la misteriosa muerte de su sobrino Gian Galeazzo Sforza, quien con apenas siete años se convirtió en duque, pero su poder fue arrebatado por Ludovico. Gian murió precisamente cuando ya podía gobernar (a los 25 años).
El duque comenzó a restaurar la Iglesia Santa María delle Grazie, para convertirla en la tumba familiar. Un proyecto que encargó al arquitecto Bramanti. Y es aquí donde Leonardo entra en escena, ya que en 1495 recibe el encargo de decorar el comedor del convento. La elección del tema no era demasiado original, pero Da Vinci innova al no seguir la tradicional representación de lo que se conocía como la escena de La última cena (apóstoles a un lado y Judas en el banco de los acusados) y decide representar las diferentes reacciones de cada uno de los apóstoles. La pintura está basada en Juan 13:21, donde Jesús anuncia que uno de sus doce discípulos le traicionará.
Se dice que Da Vinci se recorrió las calles de Milán estudiando los gestos de la gente común para plasmarlos después en el fresco, reflejando las caras de los apóstoles, quienes se agrupaban siempre en tres. Pero hay un grupo que destaca. A la izquierda se encuentran Pedro, Juan y Judas (este último con una bolsa de monedas, haciendo alusión al soborno). Además hay un detalle que se perdió después de la última restauración, una mano ‘sin dueño’ detrás de Judas. Leonardo quiso crear una nueva técnica con esta pintura, pero le salió mal y ya en 1517 se mencionaba que estaba deteriorada. La obra ha sido restaurada hasta en 7 ocasiones, siendo la última entre 1977 y 1999.
Entre las curiosidades destacan dos. Dan Brown desveló en su novela El Código Da Vinci que la persona que aparecía a la derecha de Jesús era María Magdalena. Pero el propio Leonardo decía en sus escritos que es el apóstol Juan. La apariencia femenina únicamente radica en esa belleza andrógina que le gustaba dibujar a Leonardo Da Vinci. Lo podemos ver también en La Monna Lisa, de la que hablaremos más abajo. La segunda curiosidad es que durante la II Guerra Mundial, una bomba de los aliados destruyó parte del refectorio donde estaba colgado el fresco. Sin embargo, la pintura de Da Vinci se salvó gracias a que estaba cubierta con bolsas de arena y chapas de madera.
'La Gioconda', acaparadora de miradas
La Gioconda también tiene sus secretos. El primero es que se considera el ejemplo más logrado de sfumato, la característica técnica de Leonardo para hacer parecer inalcanzable. Presuntamente, la modelo del retrato es Lisa Ghuerardini, esposa de Francesco del Giocondo. Una pintura que, según se cree, fue un encargo “para conmemorar algún acontecimiento importante, algunos aseguran que el nacimiento de alguno de sus hijos”, cuenta Juan Gabriel Batalla. “Lo cierto es que el gran genio florentino comenzó este retrato en 1503 y jamás lo entregó a la familia. En 1508 se marchó con él hacia Venecia y la obra lo siguió en un largo derrotero -que incluyó Florencia y Milán- y que finalizó en 1519, el 2 de mayo de aquel año, cuando falleció en Amboise, Francia.”
Multitud de teorías se han generado alrededor de este cuadro, que despierta tanto interés. Tras el fallecimiento del pintor, fue adquirida por el rey Francisco I de Francia a comienzos del siglo XVI y desde entonces es propiedad del Estado francés. Ahora se halla expuesta en el Museo del Louvre de París. Aunque fue robada en 1911 y reproducida hasta el hartazgo.
Pero además de sus famosas obras, otra cualidad de Leonardo a destacar también son sus bocetos científicos que ilustran de manera clara el conocimiento enciclopédico y los intereses eclécticos que han llegado a definirlo.
El Hombre de Vitruvio, un dibujo que data de finales del siglo XV, es un excelente ejemplo de tal trabajo. Con la intención de explorar la idea de la proporción, la pieza es en parte una obra de arte y en parte un diagrama matemático que transmite la creencia de Da Vinci de que “todo se conecta con todo lo demás”.
Da Vinci dibujó el Hombre de Vitruvio, también conocido como 'Estudio de las proporciones ideales del cuerpo humano según Vitruvio' en 1492. Creado con pluma, tinta y punta de plata sobre papel, la pieza representa a un hombre desnudo idealizado de pie dentro de un cuadrado y un círculo. Ingeniosamente, Da Vinci eligió representar al hombre con cuatro piernas y cuatro brazos, lo que le permitió estudiar 16 poses simultáneamente. Está basado en De Architectura, una guía de construcción escrita por el arquitecto e ingeniero romano Vitruvio entre los años 30 y 15 a.C.
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