Fueron Poussin y la Matanza de los inocentes, el cine de Einstein, o la ruptura con el Realismo y los planos angulares sin fondo ni perspectiva de Picasso, quienes lo empujaron finalmente a la pintura. Porque que Francis Bacon (Dublín,1909 - Madrid, 1992), nacido en el seno de una familia irlandesa e hijo de un estricto militar, fuera artista, era una locura. La misma que provocó que fuera gay y estuviera enamorado de su progenitor. Pero le daba igual. Aún menor de edad, con 17 años, su padre lo envió a Berlín con un tío criador de caballos que lo violó. Bacon no quiso ser entonces ni lord ni sir, y nacieron en él las infernales pesadillas que acabó plasmando en un lienzo, entre el romanticismo de París y Berlín, donde descubrió la vida (o la muerte). Y el arte.
Tras trabajar como decorador de interiores en Londres, inició su estilo expresionista, en el que quiso pintar, "ante todo y figurativamente", la tragedia de la existencia. Bacon quería que sus pinturas se vieran como si un ser humano hubiera pasado por ellas, "como un caracol, dejando un rastro de la presencia humana y un trazo de eventos pasados. Como el caracol que deja su baba" y lo ha convertido, 30 años después de su muerte, en "el pintor de estilo figurativo idiosincrásico por excelencia", caracterizado por el empleo de la deformación pictórica y "la gran ambigüedad en el plano intencional" que llegó a representar casi su muerte en vida.
"Quiso retratar a seres humanos sufriendo, en violencia, retorciéndose en sus habitaciones, aislados, solos y desfigurados", señala el investigador argentino Mariano Akerman. Pero quizás quiso retratarse a él mismo. "Sus óleos, aún carentes de todo realismo, son paradójicamente un fiel reflejo de la vida misma. De algún modo, el espectador se ve reflejado -Bacon potencia este reflejo cubriendo con un cristal la mayoría de sus obras-, en esos retratos de hombres modernos, convulsos y amenazados por la violencia y degradación que los rodean en un ámbito de supuesto bienestar. El arte de Bacon es inusual tanto por sus formas como por su contenido. Complejo y contradictorio. Admirable y simultáneamente preocupante, ataca por sorpresa. Trabaja directamente sobre el sistema nervioso y abre las válvulas del sentir. Resulta tan magnético como repulsivo. Es auténtico pero también inquietante. Se muestra profundo y frívolo a la vez. Atípico, quimérico, polivalente. Extremadamente sugestivo. Salvajemente humano".
Bacon inició su carrera como pintor tras visitar la exposición Cent dessins par Picasso en la galería Paul Rosenberg de París. Sumamente interesado en la literatura francesa, fue un ávido lector de Racine, Balzac, Baudelaire y Proust; y un apasionado del arte de creadores establecidos en Francia, como Manet, Degas, Gauguin, Van Gogh, Seurat, Matisse, y otros anteriores, como Ingres, Géricault y Daumier. En todos ellos estaba su inspiración. A medias. Y es que el británico, homosexual y masoquista, "artista horrible que pinta asquerosos trozos de carne" a juicio de la que fuera primera ministra del Reino Unido desde 1979 a 1990, Margaret Tatcher, cada noche al salir de su estudio se ahogaba en cerveza, cigarrillos y peleas en The Colony Room. Y con estos excesos, casi autodestructivos, plantaba la semilla para una nueva obra de arte, donde expresar el terror y el sinsentido de la tragedia de la existencia.
Autor de 584 pinturas y alrededor de 600 dibujos, entre sus obras destacan Tres estudios de figuras al pie de una crucifixión (1944), Painting (1946), Estudio del Retrato del Papa Inocencio X de Velázquez (1953) o Figura tumbada (1966). A lo largo de su carrera, Bacon se enfrentó a numerosas críticas, aunque desde mediados de los noventa sus obras comenzaron a alcanzar cifras récord en subasta. Sin ir más lejos, en 2013, el tríptico Tres estudios de Lucian Freud se vendió en Christie's por más de 142 millones de dólares, un récord en ese momento.
Francis Bacon murió el 28 de abril de 1992 después de su última juerga, de un infarto de miocardio en la habitación 417 de la Clínica Rúber de Madrid. Pero el legado del gran pintor irlandés quedaba entre cuatro paredes de desorden interno y externo.
Tras su fallecimiento, el estudio londinense que había ocupado durante más de treinta años en el número 7 de la calle Reece Mews, en South Kensington, permaneció intacto hasta 1998, fecha en la que tanto el heredero del artista, John Edwards, como su albacea, Brian Clarke, legaron todo su contenido a la Dublin City Gallery The Hugh Lane, ubicada en la ciudad natal del pintor. Allí, se abrió al público en 2001. El estudio fue entonces recreado en su nuevo emplazamiento y se conserva exactamente como estaba cuando Bacon murió, con cientos de fotografías, documentos, libros, utensilios y material de pintura, obras de Bacon y reproducciones de trabajos de otros artistas, como Velázquez.
En España son tres los museos que cuentan con obras de Bacon: el Thyssen-Bornemisza de Madrid (George Dayer en un espejo), el Reina Sofía de Madrid (Desnudo tumbado) y el Bellas Artes de Bilbao (Figura recostada ante un espejo).
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