Cuando se cumple el 55 aniversario de su fallecimiento, cientos de personas recuerdan en las redes sociales las particulares obras de Edward Hopper (Nyack, 1882 - Nueva York, 1967), aplaudidas por su capacidad de provocar momentos de profundo análisis de todo aquello que rodea al ser humano. Y es que sus óleos le hicieron pasar a la historia por su realismo, quietud y reflexión, y por su retrato de paisajes y ambientes estadounidenses que "cautivan el alma" e invitan a "detenerse, observar y contemplar" la soledad de lo contemporáneo.
Nacido en Nyack en 1882, Hopper contó desde niño con el apoyo de su familia, que lo ayudó a desarrollar sus cualidades y pagó sus estudios en dos escuelas de arte desde 1899 a 1906. Después, Hopper empezó a trabajar como ilustrador una temporada, y a viajar por las ciudades europeas y las pinceladas que lo curtieron de inspiración, como las carreras de caballos, elefantes y bailarinas de Edgar Degas, o la vida moderna de Edouard Manet. Tras regresar a Nueva York, donde se instaló en el barrio de Greenwich Village, Hopper pasó casi una década viviendo en el anonimato artístico hasta que su trabajo fue mostrado por primera vez en una exposición individual en el Whitney Studio Club, en 1920. Entonces su reconocimiento creció exponencialmente, y consiguió vender todas las piezas que formaron parte de su exposición de la Frank Rehn Gallery de Nueva York. Sin saberlo ni imaginárselo, su Casa junto a la vía del tren, vendida a Stepeh Clark, uno de los coleccionistas más importantes de Estados Unidos, cambio el rumbo de la trayectoria pictórica del artista para siempre: "Hopper se empeñó en crear un tipo de realismo que era al mismo tiempo muy personal y muy moderno, y esto último, para él, implicaba que fuera extremadamente objetivo. Otros artistas de su generación buscaron su inspiración en la cultura popular, pero la pintura de Hopper es radicalmente diferente. Aunque las escenas de sus cuadros se sitúan siempre en la vida cotidiana, su intención artística no es propiamente descriptiva", señaló el historiador de arte, Tomás Llorens Serra, para la Revista Achtung en 2012.
En 1927, el pintor se casó con Josephine Nivison, la mujer contraria a él que estuvo relegada al papel de 'musa' y sacrificó su propio estilo artístico. Rubia, desnuda o vestida de negro, 'Jo' es todas las mujeres presentes en las obras de Hopper y ninguna de ellas al mismo tiempo, como los blancos y grises detrás de House by the Railroad, la primera pieza que compró el recién fundado Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), que con el tiempo se convirtió en una de las pinacotecas más destacadas del mundo: "Hopper es el gran pintor urbano y un hombre de una visión multifacética de la realidad. Su obra es de gran influencia en el cine. Los grandes directores como Alfred Hitchcock, y tantos otros, lo tienen como origen de muchas de sus escenas. Lo que hace diferente su creación es la forma de mirar la realidad, esa intuición para captar el alma de sus personajes, que casi siempre están solos".
Entre sus paisajes más destacados se encuentran gasolineras desiertas, vías de tren, puentes, paisajes bucólicos de la costa de Nueva Inglaterra o cafeterías y cines frecuentados por personajes pensativos. Pese a su éxito comercial, Hopper empezó a recibir criticas en la década de los 40 y 50, cuando comenzó a dominar en el mundo del arte la escuela de expresionismo abstracto.
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